LA PIEDRA ANGULAR
Nos acercamos ya al Tiempo de Adviento, pero todavía hemos de leer la habitual reflexión de D. Joaquín Núñez sobre el tema que se nos ofrece en el XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C, tomado del Evangelio según San Juan, 2, 13-22:
“Se acercaba la Pascua de los
judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Encontró en el templo a los que vendían
bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados. Hizo un látigo de cuerdas
y los echó a todos del templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó las
monedas de los cambistas y volcó sus mesas. Y dijo a los que vendían palomas:
“Quitad esto de aquí; no hagáis de la casa de mi Padre una casa de comercio”. Sus
discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo por tu casa me consumirá.”
Los judíos entonces le
preguntaron: “¿Qué signo nos muestras para obrar así?”. Jesús les respondió:
“Destruid este templo y en tres días lo levantaré.”
Los judíos replicaron:
“Cuarenta y seis años se ha tardado en construir este templo, ¿y tú lo vas a
levantar en tres días?” Pero él
hablaba del templo de su cuerpo. Cuando
resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que lo había
dicho, y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había dicho.
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Comentario

“Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Esta frase de Jesús nos lleva a peguntarnos qué es lo que sabían los judíos sobre la santidad del Templo. Cuando fueron itinerantes en el desierto, el Tabernáculo estaba en una tienda en medio del campamento. Después, el Rey Salomón le construyó un Templo al Señor en Jerusalén. San Mateo, en esta misma escena, pone en boca de Jesús las palabras más conocidas y usadas por nosotros: “Mi casa es casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones” (Mateo 21, 13).
Hoy celebramos la dedicación de la Basílica del Salvador, que el año 324, en un lugar propiedad del emperador Constantino, junto al monte Celio, consagró el Papa San Silvestre. Es la Catedral del obispo de Roma, a quien se considera “Madre y Cabeza de todas las iglesias de la Ciudad y del Mundo”. Es el símbolo de la unidad de la Iglesia.
El templo cristiano es una imagen que no tuvieron ni los Apóstoles, ni los Padres apostólicos, ni los discípulos de los Apóstoles; es más, era una palabra profana contraria a la vida cristiana, y tampoco las palabras altar, sacerdote, templo, y todo lo que usaban las religiones circundantes. Jesús no funda ninguna religión, nos ofrece una Vida, la suya: “Vendremos a él y haremos morada en él”, y San Pablo en I Cor. 6,19-20 nos dice “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”. También somos “piedras vivas y escogidas” como comunidad unida a Cristo, como “Piedra angular”.
Veis que cito mucho a San Agustín, lo que hago con toda la intención por ser un hombre que cierra y abre un periodo a partir del cual la ciencia teológica se abre paso, de tal manera que no ha perdido actualidad y toda la teología cuenta con su pensamiento. El Papa Benedicto XVI estudió su teología en la Tesis Doctoral, con el siguiente título “Pueblo y casa de Dios en la doctrina de San Agustín sobre la Iglesia”.
San Agustín nos enseña acerca del Templo, partiendo de la frase de San Pablo, en la citada primera carta a los Corintios. El doctor de la Gracia nos afirma que el alma en gracia es templo del Espíritu Santo, que infunde en el alma la complacencia y el amor al bien, esta gracia permite al hombre vivir de manera justa y santa. La idea del hombre como templo de Dios es central en la teología de San Agustín.
¿A qué nos compromete hoy a nosotros la frase de San Pablo? El sabernos posibles templos de Dios así como también lo son nuestros semejantes. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios que nos dice: “vendremos a él y haremos morada en él”, “será nuestra casa, nuestro Templo” si nos abrimos a su gracia; pero a eso es llamada toda la humanidad, y de ahí nuestro respeto a toda la creación; el respeto y amor que San Francisco cantó a toda criatura en el “Cántico del Hermano sol”. Nadie nos puede ser extraño ni ajeno a nuestro amor. No podemos negarnos a lo que Dios amó cuando pensó en crearnos.
Somos responsables por ser todos hijos de Dios, de toda la Creación. A un cristiano no le han de venir de nuevo ni los derechos humanos ni el cuidado de esta Tierra, eso está en la palabra de Dios, aunque nuestra pereza nos ha hecho olvidar lo que ya está claro desde el Génesis pasando por los profetas. Nuestra urgencia teológica nos ha llevado a atender otros intereses. En el presente, siguiendo “los signos de los tiempos”, nos han acercado a lo que con todo derecho está claro desde el primer momento en el que Dios dijo: “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” y los bendijo así: “Creced, multiplicaos, llenad la tierra y someterla”.
Esto supone, y así lo ha de entender el hombre, que somos responsables de toda la creación. Dios lo creo “y vio Dios que era bueno” y lo bueno lo hemos de conservar, porque la Creación entera es el Templo De Dios.
Feliz Domingo llenos de alegría por saber que somos amados de Dios, que podemos ser su templo sagrado y que los que nos acompañan también, que no podemos mirar nuestro ego, sino hacernos cercanos a los demás, para que como hijos de Dios formemos su Templo como piedras vivas y escogidas donde Jesús es la “Piedra Angular”.