dijous, 26 de juny del 2025

EL PADER GELABERT y EL CORZON DE JESUS * SANTOS PEDRO Y PABLO

 

“DILEXIT NOS”

DIOS  NOS AMA

 

            Con motivo de la celebración del triduo al Sagrado Corazón de Jesús, ayer, miércoles 25 de junio, en la Iglesia de San Francisco, nos ofreció una charla el padre Martín Gelabert Ballester, OP, para comentar la última encíclica del Papa Francisco, “Dilexit nos”, sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo. Ya es conocido en nuestra ciudad su modo fácil de expresar las ideas del tema que trata en cada ocasión  y así ocurrió  al explicar y desarrollar este interesante mensaje del extinto Papa Bergoglio.

            No me resigno a pasar por alto este evento y, por ello, transcribiré algunas notas del extracto que nos facilitó el propio conferenciante:

            -Dios nos ama sin condiciones.

            -Cuando no damos importancia al corazón, nos perdemos lo más importante de la vida.

            -Las imágenes del Corazón de Jesús son el recuerdo de su verdadera humanidad, son recuerdo de quién es el adorable.

 

            San Hipólito decía: “Sabemos que se hizo hombre, de nuestra misma condición, porque si no hubiera sido así, sería inútil que luego nos prescribiera imitarle como maestro. Porque si este hombre hubiera sido de otra naturaleza, ¿cómo habría de ordenarme las mismas cosas que él hace a mí, débil por nacimiento, y cómo sería entonces justo y bueno?”

            Después de hablar de la espiritualidad no dolorista, sino de la confianza y de la devoción al Sagrado Corazón, afirmó que el Corazón de Cristo nos envía a los hermanos, nos envía a la misión, para referirse después breve pero vehementemente sobre la unión entre el Corazón de María y el Corazón de Jesús, para concluir  en que solo el amor de Jesús hará posible una humanidad  nueva.

            -La charla se nos hizo corta, pero obtuvimos el recordatorio de claves esenciales para la comprensión de cómo el Amor de Cristo y el de María nos comprometen a los cristianos. Ignoro la publicidad que se hizo sobre esta conferencia, pero lamentablemente, como suele ocurrir, éramos pocos los presentes. No obstante, tuvimos la satisfacción de recibir el obsequio de un  ejemplar de la encíclica. Prometo que la voy a leer y, si me hacen caso, adqujéranla.  La verdad, son pocos euros y mucho que aprender.

            Saludos, Miguel Mira

***

            Pasemos ahora a nuestros deberes de este finde.-                                                                           


            Evangelio de la fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.

            Mateo 16,13-19

            “Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo:
—¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
            Ellos dijeron:
—Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.
            Él les dijo:
—Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
            Respondiendo Simón Pedro, dijo:
—Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo.
            Entonces le respondió Jesús:
—Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
            Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia; y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella.
            Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desates en la tierra  desatado quedará en los cielos.”

 

COMENTARIO

Por D. Joaquín Nuñez

 

      Muchos años hemos predicado sobre este texto de San Mateo. La primera lectura de la misa del día nos presenta una imagen de la Iglesia primitiva y el carisma de Pedro, y cómo el Señor encuentra una buena persona, o un cristiano, en las manos de Dios, que salva a Pedro encarcelado de las manos de Herodes, y cómo ya en la calle piensa que Dios providente lo ha liberado de las manos de su enemigo y de la burla de los judíos. Eso lo sabemos de memoria.

            En Roma esta fiesta la he vivido  muchos años y allí se celebra con gran alegría, como si fuera el día del Papa encarnada en el sucesor de Pedro.

            El Papa León XIV, como buen agustino, leerá la homilía a la luz del sermón 295 de san Agustín, “la pasión de los muy bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo ha hecho sagrado este día para nosotros. No estamos hablando de mártires desconocidos. Por toda la tierra salió su sonido y sus palabras llegaron hasta los confines del orbe de la tierra”. Lo más importante es el subrayado “que vieron lo que anunciaron”. San Agustín distingue la vida de uno y otro apóstol: al hablar de Pedro analiza “tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificare mi Iglesia”, dándole el poder de las llaves; la misión de la Iglesia es el atar y el desatar. A la Iglesia le queda como misión el tender puentes, como le hemos oído al Papa León en varias alocuciones.

            Estamos a caballo entre el trescientos y el cuatrocientos, la Iglesia sale de un tiempo de persecución, pero esa libertad guarda en su médula un desarrollo de las más absurdas herejías. San Agustín participó en las más razonables, por eso se empeña en proclamar frmemente: “una grey con un solo Pastor”.

            Nos encontramos hoy con una situación similar. Toda herejía es un arrancar del tronco de la fe una rama, un sarmiento de la Vid que es Jesús. Por ello, hemos de ver como dice Jesús (Juan 15:5), que para dar fruto hemos de estar unidos a la Cepa. Tenemos grupos que corren mucho, y otros anclados en tradiciones estéticas o con mayor apariencia teatral, carentes de toda trascendencia. No podemos ser víctimas ni de unos ni de otros. En todo caso, nunca de un tradicionalismo meramente estético. Lo más importante es la obra de teatro y no los decorados. Jesús hablaba en arameo y, sin embargo, los Evangelistas lo escribieron en griego.

            Saulo es un converso de quien conocemos toda su vida. Su mayor enseñanza de vida es ir enamorándose de Jesús. Lo más importante es su enseñanza sobre quién es Jesús: (Fil. 3, 8-14) “…todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él…”. San Agustín termina su sermón: “Celebremos este día de fiesta, hecho sagrado para nosotros por la sangre de los apóstoles. Amemos su fe, su vida, sus fatigas, su pasión, su confesión, su predicación. Les dio la fuerza quien dijo… “Sin mí no podéis hacer nada”. Con estas palabras concluye su sermón San Agustín. Ojalá cada uno de sus sarmientos demos mucho fruto unidos a la Vid.

     Que Los Santos Apóstoles nos bendigan.

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HASTA PRONTO

divendres, 20 de juny del 2025

CORPUS CHRISTI

 


            D. Joaquín Núñez comenta el Evangelio de la Fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, ciclo C. 

San Lucas 9, 11b-17. 

Pero Jesús los acogió, les hablaba del Reino de Dios y curaba a los que necesitaban sanación.

            El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente para que vayan a las aldeas y campos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar desierto». Él les dijo: «Dadles vosotros de comer». Ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces, a no ser que vayamos nosotros a comprar comida para toda esta gente».
Porque eran como cinco mil hombres. Entonces dijo a sus discípulos: «Haced que se recuesten en grupos de unos cincuenta».

             Lo hicieron así, y todos se recostaron.

             Tomando entonces los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, los bendijo, los partió y se los dio a los discípulos para que los sirvieran a la gente.
            Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les sobró: doce canastos de trozos.”

***

Comentario 

        Este año leemos a San Lucas que ilumina el día Santo del Cuerpo y Sangre de Jesús. Tradicionalmente descrito como la “multiplicación de los panes y los peces”. Los biblistas quieren borrar esa definición que no tiene nada de multiplicación y mucho menos de milagro. Si releemos el versículo 11b “…Jesús se puso a hablar al gentío sobre el Reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.” Concluye el versículo e iniciamos los versículos 12 al 17. “…caía la tarde”, fin de la jornada. Como siempre, habla del Reino, de los tiempos nuevos que Él ofrece. Hay allí un gran gentío necesitado de comer; hoy somos mil doscientos millones que oímos hablar de Reino, el que pedimos todos los días en el “Padre nuestro”, tan de carrerilla que pedimos sin ahondar en ello  nuestro pan de cada día, rutinariamente.

  Ante aquella necesidad, Jesús les deice a los apístoles: “Dadles vosotros de comer”, pero ellos le piden que despida a la gente para que compren de comer y busquen donde alojarse. Ya san Agustín nos dice sobre esta frase, que no solo se necesita vivienda y comida para el cuerpo. Hoy encontramos las mismas necesidades que hay que solucionar, fruto de una sociedad insolidaria, empezando por sus gobernantes. Para Jesús hay dos realidades: el mundo antiguo que se ha ido corrompiendo, donde hay ricos Epulones, Zaqueos ladrones o Mateos recaudadores, donde Zaqueo y Mateo dan el salto al Reino nuevo de Jesús, y donde los Epulones amasan riquezas a costa del hambre de tantos (demasiados) Lázaros.

       En los evangelios encontramos seis narraciones iguales: Lucas, a quien hemos escuchado hoy, que nos sitúa en Betsaida, allí donde nacieron cinco apóstoles. Hemos de releer a San Juan cap.6:35-59, donde Jesús  afirma que él es el Pan de Vida, “el que viene a mí, nunca tendrá hambre, nunca tendrá sed”. Este fragmento joaneo nos hace comprender los otros de Marcos, Mateo y este de Lucas. Donde o son siete o son cuatro mil, lo importante es una totalidad de los alimentados y las sobras, muchas siendo tantos los comensales. San Agustín nos advierte con la cita de San Pablo (Cor. 11:29) “El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación”,  recordando a Judas que después de cenar (comulgar), salió a vender a Jesús. A nosotros nos queda hoy el recordar, con caridad, a los que comulgan sin saber o, sin una preparación debida.

Cinco panes y dos peces le presentan los apóstoles; piensan como nosotros, que haga un milagro; Jesús propone otra cosa, propone la solidaridad, que se produzca el milagro de nuestro compromiso. Vivimos en un mundo que Dios creó como bueno; tiramos todos los días miles de toneladas de comida a la basura, según estadísticas… Miren, queremos solucionar el problema con limosnas, convirtiendo este mundo en una cultura de pobres, sin dar solución a nada. La solidaridad pretendida por Jesús en este Evangelio nos dice que en este mundo creado por Dios, como una cosa buena, nosotros tenemos que corresponder con nuestro esfuerzo a  convertir en más justa esa sociedad del derroche y del descarte. Sobraron doce cestas según San Lucas, siete y cinco en los otros evangelistas que indican en todo caso que hubo más de lo necesario. Se dice que Jesús era un utópico, y hoy también lo somos nosotros en el mundo que vivimos. No por eso hemos de sentirnos fracasados.

Lo hermoso de Lucas es el final del evangelio con los gestos de Jesús, dónde adivinamos la realidad eucarística: “alzó la mirada al cielo”, “pronunció sobre ellos”, “los partió y se los dio”, lo mismo que hizo que los de Emaús descubrieran a Cristo resucitado.

 Bendigamos nuestros alimentos como acción de gracias al Señor y como reconocimiento de su generosidad creadora.

 ¡Feliz día de Corpus et Sanguis Christi! Que el Señor nos bendiga. 

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POR MÍ, NADA QUE AÑADIR, PERO MUCHO QUE PENSAR

Saludos cordiales, M. M ira 

 

             

divendres, 13 de juny del 2025

LA SANTISIMA TRINIDAD

 

    Hola, amigos. Esta semana, pasado Pentecostés y finalizada la cincuentena Pascual, hemos leído en la Misa las lecturas de la Semana 30 del Tiempo Ordinario; pero, sin perjuicio de  la solemnidad que corresponde celebrar el próximo domingo es la de “La Santísima Trinidad”, por lo que la reflexión que más abajo encontraréis la referirá D. Joaquín, según su habitual buen hacer.

            No obstante, me parece oportuno introducir aquí, a guisa de introducción extra, por entenderla de mucho interés, la homilía que el Papa León pronunció en la Eucaristía del Domingo de Pentecostés, y es ésta:

                                                   HOMILÍA DEL SANTO PADRE LEÓN XIV

Plaza de San Pedro Domingo, 8 de junio de 2025

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Hermanos y hermanas:

«Brilla para nosotros, hermanos, el día grato en que […] Jesucristo, el Señor, después de resucitado y glorificado por su ascensión, envió al Espíritu Santo» (S. Agustín, Sermo 271, 1). Y también hoy se reaviva lo que sucedió en el cenáculo; desciende sobre nosotros el don del Espíritu Santo como un viento impetuoso que sacude, como un fragor que nos despierta, como un fuego que nos ilumina (cf. Hch 2,1-11).

            Como hemos escuchado en la primera lectura, el Espíritu lleva a cabo algo extraordinario en la vida de los Apóstoles. Ellos, después de la muerte de Jesús, se habían encerrado en el miedo y en la tristeza, pero ahora reciben finalmente una mirada nueva y una inteligencia del corazón que les ayuda a interpretar los eventos que han sucedido y a tener una íntima experiencia de la presencia del Resucitado: el Espíritu Santo vence su miedo, rompe las cadenas interiores, alivia las heridas, los unge con fortaleza y les da el valor de salir al encuentro de todos para anunciar las obras de Dios.

            El texto de los Hechos de los Apóstoles nos dice que, en Jerusalén, en ese momento, había una multitud de las más variadas procedencias, y, aun así, «cada uno los oía hablar en su propia lengua» (v. 6). Y entonces, es así que en Pentecostés las puertas del cenáculo se abren porque el Espíritu abre las fronteras. Como afirma Benedicto XVI: «El Espíritu Santo da el don de comprender. Supera la ruptura iniciada en Babel —la confusión de los corazones, que nos enfrenta unos a otros», y abre las fronteras. […] La Iglesia debe llegar a ser siempre nuevamente lo que ya es:  debe abrir las fronteras entre los pueblos y derribar las barreras entre las clases y las razas. En ella no puede haber ni olvidados ni despreciados. En la Iglesia hay sólo hermanos y hermanas de Jesucristo libres. Esta es una imagen elocuente de    Pentecostés sobre la que quisiera detenerme con ustedes para meditarla.

El Espíritu abre las fronteras, ante todo, dentro de nosotros. Es el Don que abre nuestra vida al amor. Y esta presencia del Señor disuelve nuestras durezas, nuestras cerrazones, los egoísmos, los miedos que nos paralizan, los narcisismos que nos hacen girar sólo en torno a nosotros mismos. El Espíritu Santo viene a desafiar, en nuestro interior, el riesgo de una vida que se atrofia, absorbida por el individualismo. Es triste observar como en un mundo donde se multiplican las ocasiones para socializar, corremos el riesgo de estar paradójicamente más solos, siempre conectados y sin embargo incapaces de “establecer vínculos”, siempre inmersos en la multitud, pero restando viajeros desorientados y solitarios.

            El Espíritu de Dios, en cambio, nos hace descubrir un nuevo modo de ver y de vivir la vida. Nos abre al encuentro con nosotros mismos, más allá de las máscaras que llevamos puestas; nos conduce al encuentro con el Señor enseñándonos a experimentar su alegría; nos convence —según las mismas palabras de Jesús apenas proclamadas— de que sólo si permanecemos en el amor recibimos también la fuerza de observar su Palabra y, por tanto, de ser transformados por ella. Abre las fronteras en nuestro interior, para que nuestra vida se convierta en un espacio hospitalario.

            El Espíritu abre también las fronteras en nuestras relaciones. En efecto, Jesús dice que este Don es el amor entre Él y el Padre que viene a habitar en nosotros. Y cuando el amor de Dios mora en nosotros, somos capaces de abrirnos a los hermanos, de vencer nuestras rigideces, de superar el miedo hacia el que es distinto, de educar las pasiones que se sublevan dentro de nosotros. Pero el Espíritu transforma también aquellos peligros más ocultos que contaminan nuestras relaciones, como los malentendidos, los prejuicios, las instrumentalizaciones. Pienso también —con mucho dolor— en los casos en que una relación se intoxica por la voluntad de dominar al otro, una actitud que frecuentemente desemboca en violencia, como desgraciadamente demuestran los numerosos y recientes casos de feminicidio.

El Espíritu Santo, en cambio, hace madurar en nosotros los frutos que ayudan a vivir relaciones auténticas y sanas: «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza» (Gal 5,22). De este modo, el Espíritu expande las fronteras de nuestras relaciones con los demás y nos abre a la alegría de la fraternidad. Y este es un criterio decisivo también para la Iglesia; somos verdaderamente la Iglesia del Resucitado y los discípulos de Pentecostés sólo si entre nosotros no hay ni fronteras ni divisiones, si en la Iglesia sabemos dialogar y acogernos mutuamente integrando nuestras diferencias, si como Iglesia nos convertimos en un espacio acogedor y hospitalario para todos.

            Para concluir, el Espíritu abre las fronteras también entre los pueblos. En Pentecostés los Apóstoles hablan las leguas de aquellos que encuentran y el caos de Babel es finalmente apaciguado por la armonía generada por el Espíritu. Las diferencias, cuando el Soplo divino une nuestros corazones y nos hace ver en el otro el rostro de un hermano, no son ocasión de división y de conflicto, sino un patrimonio común del que todos podemos beneficiarnos, y que nos pone a todos en camino, juntos, en la fraternidad.

            El Espíritu rompe las fronteras y abate los muros de la indiferencia y del odio, porque “nos enseña todo” y nos “recuerda las palabras de Jesús” (cf. Jn 14,26); y, por eso, lo primero que enseña, recuerda e imprime en nuestros corazones es el mandamiento del amor, que el Señor ha puesto en el centro y en la cima de todo. Y donde hay amor no hay espacio para los prejuicios, para las distancias de seguridad que nos alejan del prójimo, para la lógica de la exclusión que vemos surgir desgraciadamente también en los nacionalismos políticos.   

Precisamente celebrando Pentecostés, el Papa Francisco observaba que «Hoy en el mundo hay mucha discordia, mucha división. Estamos todos conectados y, sin embargo, nos encontramos desconectados entre nosotros, anestesiados por la indiferencia y oprimidos por la soledad» (Homilía, 28 mayo 2023). Y de todo esto son una trágica señal las guerras que agitan nuestro planeta. Invoquemos el Espíritu de amor y de paz, para que abra las fronteras, abata los muros, disuelva el odio y nos ayude a vivir como hijos del único Padre que está en el cielo.

Hermanos y hermanas: ¡Por Pentecostés se renueva la Iglesia y el mundo! Que el viento vigoroso del Espíritu venga sobre nosotros y dentro de nosotros, abra las fronteras del corazón, nos dé la gracia del encuentro con Dios, amplíe los horizontes del amor y sostenga nuestros esfuerzos para la construcción de un mundo donde reine la paz.

            Que María Santísima, Mujer de Pentecostés, Virgen visitada por el Espíritu, Madre llena de gracia, nos acompañe e interceda por nosotros.


***

 

Pasemos a los deberes de este fin de semana.

 

Comentario al Evangelio de la Santísima Trinidad, San Juan16,12-15

“12 Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar.
13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.
14 Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.
15 Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.”

 

La crítica reflexión de D. Joaquín Núñez es ésta:

 

     “Somos muy pretenciosos al querer unir en una fiesta y definir el mayor misterio de nuestra fe. Pensemos que el mayor teólogo, San Agustín, nos ha dejado en su “De Trinitate”, la que él considera su obra principal, su “opus tam laboriosum”, un estudio pensado y repensado a lo largo de veinte años, que terminó alrededor del 420, cuyo pensamiento y lenguaje no ha sido superado.

            Él parte de la afirmación del Concilio de Nicea que afirma que “el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son de una sola y misma substancia, testificando con su inseparable igualdad la unidad divina; y que, por ello, no son tres dioses sino un solo Dios”.

            Hoy, en esta sociedad, incluso dentro de la Iglesia, Dios no interesa, no importa saber quién es, no son ateos porque para serlo hay que argumentar, ni citando a quienes lo han manifestado a lo largo de la Historia, son unos indoctos que ignoran toda argumentación sobre quien cree y quien no cree.

            Muchas veces me he limitado a afirmar y formular lo que dice el Catecismo, afirmar una fe que pone su confianza en la palabra de Jesús que afirma a lo largo del Evangelio que Él es hijo del Padre y que nos enviará al Espíritu Santo, y que si le amamos y cumplimos sus mandamientos “vendremos a él y haremos morada en él”.

            Todos lo queremos saber todo, tenerlo todo claro, sin esfuerzo, sin interés, sin una curiosidad santa, sin la voluntad de saber. Se nos hace difícil convocar una urgente catequesis de adultos, como en la iglesia de los primeros tiempos, donde las catequesis eran lo más importante, “la Cena” quedaba para el “Dies Domini”.

   Preparar estas reflexiones me hace volver a repensar lo ya sabido, volver a san Agustín y disfrutar con su lectura, a lamentar que se pierda tanta sabiduría encerrada en libros y experiencias vividas. Ser cristiano no es decir “Creo”, sino compartir el Amor a un Dios conocido y compartir con los demás tu saber. Lo demás, los no creyentes, tienen buenos sentimientos porque son buenas personas, pero no por amor a Dios, como debe hacer quien dice ser cristiano, porque le “amamos a Él cumplimos su voluntad” y amamos a los demás en sus necesidades materiales y pobreza espiritual o ignorancia alienante. Qué hermoso es saber que hacemos realidad el “venga tu Reino” que es poner a Dios el primero y hacer su voluntad que es hacer posible ese Reino.

            Jesús nos ha dicho: “Muchas cosas me quedan por deciros (enseñaros) pero, no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena”.

            Para san Agustín esa Comunidad que se contempla en la Trinidad tiene su reflejo en la comunidad humana; para él es el lugar donde se vive la fe de manera concreta y se experimenta la presencia de Dios a través de las relaciones fraternas. Nuestras parroquias no son comunidades donde se tejan lazos de confianza con propósitos compartidos, donde se vaya incorporando una cultura de cuidado para el bienestar de todos, donde el prójimo es lo más importante. No es decisión individual, es en la decisión comunitaria cuando se fortalece la comunidad. Ese es nuestro empeño para dar vida a nuestras parroquias cada vez más vacías, porque no hay un aglutinante comunitario, porque solo nos importamos nosotros, nos damos la Paz como rito pero no desde el corazón y como compromiso. Labor de una comunidad unida, con el esfuerzo amoroso de todos.

            Feliz día de la Santísima Trinidad, festejamos a las tres Personas divinas que nos han creado, redimido y nos santifican porque “las amamos y cumplimos su voluntad”.

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Ahora nos toca a nosotros examinar en qué nos atañe, cómo estamos implicados o no en la transformación de esta sociedad indiferente e incrédula en mejorar el sentido, la fortaleza de nuestra comunidad cristiana. Al menos, así lo pienso. SABÉIS QUE EN EL BLOG CABE VUESTRO COMENTARIO.

 

    Saludos cordiales, Miguel Mira 

dijous, 5 de juny del 2025

EN LA PASCUA GRANADA

 

PENTECOSTÉS

            En este domingo, importante indiscutiblemente para nuestra fe, avalada y confirmada con la venida del Espíritu Santo, la Iglesia nos propone el texto de San Juan Cap. 20, 19-23, que es el texto que copiaré unas líneas más abajo.

            Sin embargo, nuestro amigo D. Joaquín Núñez sustenta su comentario, conjuntamente, con San Juan 14,15-16. 23b-26, textos íntimamente relacionados y que, según él mismo nos comenta sintetiza su reflexión en ellos porque ya tuvimos ocasión de leerlos durante el tiempo de Pascua.

            Así pues, éste es el Evangelio que se proclamará en la Misa del Domingo de Pentecostés:

 

            Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23

 

                        “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

 

COMENTARIO

 

            La Liturgia del día de Pentecostés de este año nos permite analizar un texto u otro; nosotros veremos parte de los dos ya analizados domingos pasados donde  se recibe o se promete el Espíritu Santo.

            Es curioso que estando los discípulos “con las puestas cerradas por miedo a los judíos” coincida con la experiencia de grupos de hoy, temerosos de que la Iglesia pierda su identidad, de que lo antiguo desaparezca, siendo así que la historia nos muestra experiencias más antiguas, empezando por los Hechos de los Apóstoles. No podemos cerrar las puertas al desarrollo de la teología a partir del Concilio de Trento, ni del Concilio Vaticano Primero, ni del Segundo.  No podemos depender de la devoción particular de los que quieren la Misa de cara a la pared, ni obligar a que se celebre de cara a la comunidad tal y como la celebró Jesús en la Última Cena, o las misas papales. Las prim eras palabras del Papa León XIV, fueron: “Pax vobis”, la Paz de Cristo Resucitado. Su primer saludo y deseo; nos saludó de frente tal como Jesús saludó a sus discípulos y les mostró sus trofeos: “sus manos y el costado”. Otra vez les dijo: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado así os envío yo”, y dicho esto exhaló su aliento (prólogo del Evangelio de Juan 1,1-5). El Papa León con su deseo de Paz nos hace recordar todo lo que el Espíritu de Jesús nos provoca. Si me amáis, es decir, si recibís mi Espíritu amorosamente; si rogamos con una jaculatoria corta:  “¿Dime Jesús cómo lo harías?”; y si por amor así lo hacemos, anunciaremos su Reino, perdonaremos con humildad los pecados, acercaremos a los demás como se acercaba Jesús para curar, atender su pobreza, borrar su ignorancia. En definitiva, como eran conocidos los primeros cristianos, todos ellos misioneros, “mirad cómo se aman”.

            ¿Para qué vino Jesús al mundo? Afirmamos que para redimirnos, para librarnos del mal, pero lo más importante es: para darnos su Espíritu. Si no fuera así, de nada nos hubiera servido su perdón, nuestra situación volvería a ser tan débil como lo fue con la expulsión del paraíso, pero al darnos y recibir e invocar libremente el Espíritu Santo, el que nos da la fuerza de su amor gratuito y generoso, capaz de perdonar a quien le quita la vida, nos capacita para ser como Él. El Espíritu que hace exclamar al primer mártir, san Esteban, las mismas palabras de Jesús al ser lapidado, “Señor perdónales porque no saben lo que hacen”. Qué lastima no poder comentar el sermón 317 de San Agustín, donde pondera la virtud de Esteban al encarnar en su vida el mandamiento “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os odian y orad por quienes os odian y persiguen”, y todo esto, continúa Agustín, “para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos”. El martirio de Esteban nos ilumina para entender en nosotros la fuerza del Espíritu Santo. “Pero Esteban, lleno de Espíritu Santo, miró hacia el cielo y vio a Dios en su gloria y a Jesús a su derecha”. San Agustín comenta que la Sangre de Jesús “es colirio para nuestra ceguera”.

      Sin el Espíritu nos es muy difícil imitar a Jesús, o a aquellos llenos de su Espíritu. Nos es difícil imitar a San Francisco cuando abraza a un leproso, y las virtudes de tantos santos y santa que han vivido, hasta el extremo, el mayor y único mandamiento del Amor a Dios y al prójimo; sólo si vivimos su misma vida descubriremos, cada cual, su carisma personal. Eso nos dará cuenta de quiénes somos y así llegaremos al conocimiento de nosotros mismos, no seremos anónimos, sin conciencia, cuando los demás nos digan cómo hemos de ser. Nos encontraremos cara a cara con Dios que nos llama por nuestro nombre, dicho con una dulzura liberadora: Fulanito “si me amas, guardarás mis mandamientos. Yo pediré al Padre que te dé otro defensor, que esté siempre contigo”. Así seremos hijos del mismo Dios y haremos las obras de Jesús. San Pablo nos dice “todo lo puedo con aquel que me conforta” y “ya no soy yo, es Cristo quien vive en mi”.

            El Espíritu Santo se nos da como sacramento en la Confirmación de una vez para siempre, está junto a nosotros, con nosotros, le abriremos nuestro corazón, le pediremos sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y reverencia de Dios. Por ello recibiremos sus siete dones según el Catecismo de la Iglesia, pero que se condensan en la palabra que lo define: Amor a Dios.

Feliz día de Pentecostés. Recibamos el Amor de Dios, abramos nuestro corazón a la promesa de Jesús: “vendremos a él y haremos nuestra morada en él”.

                **

            ¿Qué más podría yo añadir, después de esta enjundiosa reflexión?

            A esta fiesta siempre la hemos llamado popularmente “la Pascua Granada” porque se supone que la flor de  la anterior Pascua Florida ya ha fructificado. Pues pienso que la pregunta es la de siempre ¿Y nosotros?

            Gracias por seguir leyendo estas reflexiones.

            ¡Feliz Pentecostés! Cordialmente, Miguel Mira