dimecres, 15 d’abril del 2020
EMAÚS
Miércoles de la Octava de Pascua.
La liturgia de hoy nos regala un pasaje del Evangelio de Lucas, que siempre me ha emocionado: el de los discípulos de Emaús.
El asombro de aquellos hombres que pensaban de Jesús les iba a quitar de encima el yugo de los opresores romanos e instaurar el nuevo Reino; es decir, de aquellos sencillos pescadores, hombres de pueblo que fueron seducidos por las palabras del Maestro, pero que no habían entendido nada; que desertaron en el Huerto de los Olivos, que se juntaban en una casa con las puertas cerradas porque tenían miedo, al amparo, eso sí, de María, la Madre, que nunca les dejó. Aquellos que no reaccionaron hasta la sacudida impactante del Espíritu Santo Paráclito…
Y estos dos que se volvían a casa decepcionados contándose las cuitas de los últimos días, y, sin duda, pensando qué iban a hacer a partir de entonces, porque lo delas mujeres, eso que se decía sobre la resurrección ¡Cómo iban a creérselo! Una mujer, ya ves, cuando su palabra en aquella sociedad hebrea no tenía más valor que el rebuzno de un asno…
Y, como acostumbra, Jesús sale al encuentro…, y no le reconocen… Pero, sin embargo, les ardía el corazón cuando les explicaba las escrituras y les hacía ver su torpeza, su “necedad” (si tomamos al pie de la letra lo que dice Lucas). Tal remoción estaba sufriendo su espíritu que me imagino cómo fue su reacción cuando aquellos dos pensaban que aquel hombre que les hablaba con tanto cariño e interés pasaba de largo… ¡No, ni hablar…! ¡Quédate con nosotros, que anochece! No querían para ellos la noche; querían la luz que aquel transeúnte emanaba sobre sus embotadas conciencias. Señor, queremos creer, paro ¿cómo puede ser lo que nos cuentan? No creo que pintor alguno pueda plasmar en un cuadro las caras de Cleofás y del otro discípulo cuando el caminante tomó pan, lo bendijo y se lo dio… El asombro fue indescriptible. Le conocieron al partir el pan… Y salieron corriendo a anunciar al resto del grupo que era verdad, Cristo había resucitado.
Pienso cuántas veces Cristo camina a nuestro lado y no nos enteraos de la película. Pienso en su cercanía que ciertamente algunas veces echamos en falta pero no alanzamos a saber por qué. Pienso, no obstante, que más de una vez le hemos dicho: quédate conmigo, que anochece, que lo veo todo negro, que no veo la salida a mi problema, como si alguna vez Él nos hubiera dejado tirados… Me pregunto si cuando nos damos cuenta de su presencia ante el pan que parte ante nuestros ojos somos capaces de salir corriendo para hacer saber urbi et orbi que ¡¡Cristo ha resucitado!! Y veo que muchas veces, permanecemos en el sepulcro y no pasamos del Viernes Santo. Y le pido a aquel caminante de Emaús que no se canse, que siga en mi compañía, que siga explicándome las profecías, que no deje que anochezca en mi interior, que siga dándome de ese pan único y partido a fin de que jamás se borre su imagen de mi alma; y que sea capaz de transmitir siempre a los demás que Cristo está con nosotros, que permanecerá hasta el final de los tiempos; pero si Él cuanta con nosotros, nosotros debemos contar con Él.
Saludos, M. Mira
dilluns, 13 d’abril del 2020
EN LA OCTAVA DE PASCUA
Pasó ya de largo el silencio de Cristo en el Sábado de Gloria; todavía resuena el grito unánime ¡¡GLORIA!! del Domingo de Resurrección y entramos en la octava, cuando ya llevamos un mes de confinamiento forzoso propter nostra salutem…
Estos días pasados también en silencio propiciaron reflexiones íntimas, propósitos, esperanzas y, en suma, acción de gracias porque somos objeto de la tutela de Cristo, con la cobertura del manto de Nuestra Señora, por la asistencia en la distancia de nuestros hijos, ángeles de la guarda por delegación…, con el soporte del Ángel cuya sombra sentimos proyectada largamente en nuestra casa.
Pero hoy, lunes de la octava de Pascua, en la confianza de ese ¡¡Alegraos!! De Jesús a las Santas Mujeres en la mañana del domingo y con la esperanza de continuar recibiendo tanto beneficio, he pensado sentarme de nuevo a escribir unas líneas a las que trasladar algunas impresiones personales más que crónicas de actos a título informativo.
Así, debo confesar la impresión que me causó el Vía Crucis del Viernes Santo en la Plaza de San Pedro. La enorme explanada desértica, con una iluminación indirecta desde el suelo y la imprescindible para situar al Santo Padre y el sacerdote que le ayudaba. Un breve cortejo de seis u ocho personas que se turnaban llevando una cruz desnuda y recorriendo el itinerario que marcaba las catorce estaciones.
Era inevitable penetrar en aquella soledad, asumir el relato fragmentado en los catorce pasos y sentir como un escalofrío interior cuando las meditaciones que se leyeron eran manifestaciones de reclusos desde su internamiento o de personas que prestaban su servicio en la cárcel. Allí también se llega a conocer a Cristo en circunstancias tan distintas a nuestra vida en libertad, aunque hoy lo sea “vigilada” por esta situación sanitaria.
El Papa Francisco es muy dado a estas experiencias. Nos sacude con fuerza para que despertemos de nuestro letargo, a la vez que nos mueve a participar cabe la gente desfavorecida, marginada, en nuestras periferias.
No sé si he definido bien cómo sobre un escenario aparentemente desértico, se anegó de Dios a manos llenas… Y me vi pequeño e insignificante, a la vez que agradecido por el regalo de aquellos testimonios inesperados y sorprendentes.
Otra cosa que me satisfizo y me produjo una notable sensación de paz fue la sobriedad en las celebraciones desde la capilla vaticana de la Cátedra de San Pedro, en el ábside de la basílica.
La inmensidad del templo vacío, pudo transmitir sensación de frialdad mientras las cámaras recorrían los espacios espectaculares del recinto. Sin embargo, legados al punto elegido por Su Santidad para la liturgia, desaparecía cualquier sensación de incómoda soledad. Y ello a pesar de que a Francisco le bastó en cada uno de los actos que se transmitían desde allí un diácono (de voz tan espléndida como espesa era su barba), el sacerdote que le auxiliaba según la ocasión, los lectores, el turiferario, y la presencia de un pequeño grupo de ocho o diez personas (dos por banco, un solo cardenal entre ellos), sin duda residentes en el Vaticano, “petrinos!” en el argot local, aparte de ocho cantantes (¡y qué cantantes!) con su director. Una insignificancia si los situamos en aquel espacio tan inmenso.
Y no solo eso. Ni un error, ni un paso mal dado, ni un gesto que se saliera de tono. Sobriedad, cercanía, sencillez y el Papa, como siempre, claro, diáfano en sus homilías, fijando los puntos de reflexión, casi siempre en tres ideas precisas y desarrolladas en no más de diez minutos.
En ninguna de las ocasiones que puse la tele y sintonicé aquellas celebraciones (Ramos, Cena del Señor, Oficios del Viernes y Vigilia Pascual) sentí necesidad de mirar el reloj ni me preocupó el tiempo que durasen los santos oficios. Me daba igual, porque no desaproveché ni un solo segundo.
Les confieso que esa intimidad fue para mí esencial, un regalo que me introdujo en la Pascua del Señor, dándome ánimo para seguir el camino a recorrer este año sea lo que fuere lo que nos depare la pandemia. Eso sí, pidiendo a Dios que nos libre cuanto antes de bicho tan impertinente.
Saludos cordiales, M. Mira
dijous, 9 d’abril del 2020
JUEVES SANTO
El Jueves Santo, para todos los
católicos, es un día de devoción y sentimiento irrenunciable por todo cuanto
representa: Eucaristía, Sacerdocio, Traición, Humillaciones…, pero también
lección de humildad en el lavatorio, de conformidad con la voluntad del Padre,
de donación absoluta, de amor infinito. En fin, de una intensa meditación ante
tan sublime misterio.
Pero,
además, para los Hermanos Portadores y Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno,
es día de arraigo en la expresión externa de nuestra fe, que intentamos de todo
corazón que lo sea con sinceridad consecuente, cuando salimos a la calle con
nuestra imagen titular, ante la atenta mirada de Jesús, estés donde estés,
cargado con la pesada cruz de
nuestras faltas grandes o pequeñas…
Y
esa plástica representación se contempla
en la Segunda Estación del Vía Crucis.
Por
ello, me ha parecido apropiado copiar aquí el poema de Gerardo Diego que se corresponde
con esa Estación, por dar virtual vida a nuestra Procesión de Penitencia,
secularmente celebrada cada Jueves Santo en nuestra Ciudad.
Jerusalén arde en fiestas.
Qué tremenda diversión
ver al justo de Sión
cargar con la cruz a cuestas.
Sus espaldas curva, prestas
a tan sobrehumano exceso,
y, olvidándose del peso
que sobre su hombro gravita,
con caridad infinita
imprime en la cruz un beso.
Tú el suplicio y yo el regalo.
Yo la gloria y Tú la afrenta
abrazado a la violenta
carga de una cruz de palo.
Y así, sin un intervalo,
sin una pausa siquiera,
tal vivo mi vida entera
que por mí te has alistado
voluntario abanderado
de esa maciza bandera.
Con todo afecto, Miguel Mira
dimecres, 8 d’abril del 2020
OCHO DE ABRIL
Retrospectiva en el Martes Santo de 2020
Vaya por delante una particular consideración respecto a
las sagradas imágenes de Nuestra Señora de la Esperanza y el Santísimo Cristo
de la Buena Muerte.
Ocasionalmente, en algún momento concreto, suelo oir Misa
en la iglesia de La Merced y Santa Tecla. Tengo costumbre de entrar por la
puerta derecha y volverme hacia el paso de Cristo, para mí también como un
“stábat mater”, y decirle: Señor aquí estoy. Al terminar el culto, procuro
salir por la puerta contraria para rezarle un Ave María a Nuestra Señora de la
Esperanza, ya sola, sepultado que fue su divino Hijo.
Pues bien, no me resultan ajenos los hechos y la historia
de tan apreciados pasos y recuerdo algunos que ante este confinamiento
restrictivo me trasladan a los años setenta del pasado siglo y me apetece
explicarles.
Como ustedes saben, desde el fallecimiento de D. Gregorio
Molina Ribera y a consecuencia de la situación crítica de la Papelera de San
Jorge, durante unos años dejaron de procesionar las imágenes que con su
mecenazgo se incorporaron a la Semana Santa de Xàtiva. Nuestra Señora de la
Esperanza y el Santísimo Cristo de la Buena Muerte quedaron depositados en la
fábrica y nuestro Martes y Viernes Santo privados de la veneración de tan
emblemáticos pasos.
Coincidiendo con la reforma parcial del sistema de
presidencia fija de la Hermandad de Cofradías, acordada en 12 de Marzo de 1.979, comenzó el turno por
antigüedad, correspondiendo la presidencia efectiva de la Hermandad a la Congregación
del Santísimo Ecce Homo, en la persona
del recordado D. José Luís Calatayud Bas, que tomó posesión el día 7 de Mayo
siguiente.
Ya en ese momento, además del deseo de relanzar la Hermandad
por encima de la endémica inercia reinante,
había inquietud por recuperar la imágenes “de Don Gregorio” a fin de reincorporarlas
a la Semana Santa. El Sr. Calatayud y también D. José Balaguer, presiente del
Santo Sepulcro, mantuvieron algún contacto con los herederos de aquél, y tengo
constancia de una reunión de la Junta Rectora de fecha 13 de Junio de 1.979, en
la que actué como secretario en ausencia del titular, de haber comparecido en representación
de la Cofradía de Jesús de la Buena
Muerte, D. Augusto Ballester Medina y, literalmente, en el acta se dice:
“D. Augusto Ballester dijo a los concurrentes que por
parte de la familia Molina-Albero, propietaria de las imágenes, no había inconveniente
alguno en cederlas a la Iglesia y especialmente a la Parroquia de la Merced, a
la que desde que D. Gregorio Molina fundara la Cofradía, asistían para los
cultos de la Semana Santa y desde la que se procesionaban el martes y el
viernes Santos. Estimaba, no obstante, que el hacerse cargo de dichas imágenes no
se halla exento de dificultades por el tamaño de las carrozas, por estar en muy
deficiente situación los motores , porque todos los ornamentos que llevan
consigo ocupan mucho lugar y porque sacar en procesión dichas imágenes cuesta
mucho dinero.”
A la vista de esta buena disposición, se acordó ponerlo
en conocimiento del párroco y recabar su consentimiento y se designaron dos
representantes que actuaran como testigos en el acta de cesión, si llegara el
caso.
No tengo constancia de que, sin perjuicio de la
conformidad del Sr. Cura, se llevara a efecto la firma de ningún acta de
cesión.
El 13 de mayo de 1.981 tomó posesión de la presidencia de
la Hermandad D. José Balaguer García en representación del Santo Sepulcro y
éste, en reunión de 11 de Marzo de 1.982, conjuntamente con el Sr. Santonja,
informaron de que las gestiones con la familia Molina Albero, resultando
haberse encontrado algunas dificultades que habían venido retrasando la posible
solución, pero que no desistían de proseguir esperanzados en la gestión,
dándoseles un voto de confianza.
Si bien no tengo constancia escrita desde esa fecha del resultado
de las gestiones, sí que me consta por mi relación de amistad con el Sr.
Balaguer que las conversaciones eran constantes y no encontraban obstáculos con
algunos miembros de la familia, pero sí oposición por otros, aunque,
finalmente, con la implicación personal de D. Augusto Ballester y de D. Julián
Bizarro (en representación de Da. Pilar y Da. Nieves Molina, respectivamente) y
sin oposición de D. Gregorio Molina Albero, se consiguió que las imágenes de
que hablamos se volvieran a procesionar en la Semana Santa de 1.982.
Hicieron su entrada, no me consta la fecha, por la
Alameda para dirigirse a la Colegiata y fueron precedidas por la banda de
cornetas y tambores de la Cruz Roja. Puede suponerse la expectación despertada
y el sentimiento de satisfacción de los miembros de la Hermandad, en especial
de los Sres. Santonja y Balaguer, y también del Sr. Abad, D. Manuel Soler, al
recibir en la Colegiata tan preciados pasos. Estos se colocaron en las dos
primeras capillas, entrando a la Seo, a la derecha y, animados los antiguos
trabajadores de la Papelera de San Jorge, asistió un buen acompañamiento en las
procesiones de ese año. Al terminar la Semana Santa, las imágenes quedaron en
la Colegiata; pero la idea de la familia Molina-Albero, como ya se ha dicho,
tenía intención de depositarlas definitivamente en La Merced, con una salvedad
por parte de Da. María, que quería devolverlas a la fábrica. Consta en el acta
antes citada, por informe del Sr. Santonja y mío que tal dilema se pudo
resolver, aunque no se dice cómo. Pero se lo aclaro: Redacté un compromiso,
según el cual los familiares que sufragaran el traslado podrían llevárselas a
lugar que prefiriesen. Da. María nos lo firmó de pie en el zaguán de su casa,
en una hoja de papel timbrado de cincuenta céntimos, que por cierto no sé si se
conserva.
Ya saben ustedes que desde el verano de 1.982 están en
Santa Tecla… Blanco y en botella…
Anoche, Martes Santo de 2020, como todas las demás
cofradías, solo pudieron procesionar “in pectore” o virtualmente, como
prefieran; pero muchos, sin duda, nos acordamos de rezarle un Ave María a la
Virgen y un Padrenuestro al Cristo, con la esperanza de alcanzar el final de
este confinamiento con su ayuda.
Con todo cariño, Miguel Mira.
dimarts, 7 d’abril del 2020
SIETE DE ABRIL
UN SALUDO EMOCIONADO
Hoy, Martes Santo, mi intención era
publicar unos recuerdos dedicados a la Hermandad de la Santa Cena, que anoche,
en circunstancias normales hubiera celebrado su procesión de traslado, siendo
clavario mi amigo Vicente Victoria; pero, aun no renunciando a ello, estas
notas las insertaré de este primer escrito titulado “El Obispo de Buenos
Aires”.
¿Por qué va a ser así? Porque se
trata de una felicitación que al cumplir mis primeros ochenta y un años me ha
enviado mi también amigo Francisco José
Perales Ferre; me ha impactado y emocionado su contenido y le debo
manifestar mi sincero y afectuoso agrade cimiento.
Dice
así:
El Obispo de Buenos Aires.
Al
Còr de la Generalitat y a la Orquestra de València (antes Orquesta Municipal de
Valencia) nos correspondió participar en la parte musical de la Misa de
clausura del Encuentro de las Familias
celebrado en Valencia en Julio del año 2006. Aún recuerdo la reunión con el
maestro israelí Yaron Traub, entonces
director titular de la orquesta, en la que me pidió ayuda, desesperado, porque no sabía qué hacer. Solamente le
habían pedido que tocara un “Ave María” que iba a componer para la ocasión José
María Cano, amigo personal del Presidente Camps, y que iba a cantar Montserrat
Caballé. Tranquilicé al maestro e hicimos la selección musical tomando como
base la “Misa de la Coronación” de
Mozart y añadiendo otras piezas, entre las que recuerdo el “Ave Verum” y el
“Aleluya” del “Mesías” de Haendel.
Yaron, más tranquilo, me hizo una petición antes de despedirnos: “Paco,
¿estarás cerca de mí durante la misa para decirme cuando tengo que empezar cada
pieza? Recuerda que no soy católico”. “No te preocupes maestro, le respondí, yo
te ayudaré”.
Unas
semanas más tarde, ya cerca de la celebración, hicimos los ensayos conjuntos.
El coro y la orquesta estaban muy bien
preparados. La víspera de la Misa tuvimos un ensayo general horroroso en el mismo
escenario donde iba a tener lugar la misa: calor sofocante, músicos y cantantes
del coro, vestidos de concierto, quejándose por todo; turnos de maquillaje mal
organizados, interminables pruebas de TV
y de sonido con mucha incompetencia; mucha gente dando órdenes a gritos sin
ningún respeto por la música y los músicos. Al final, hicimos nuestro trabajo,
pasamos toda la música sin detenernos, de un tirón, como en un ensayo general
normal, y nos fuimos a casa después de sufrir aquella guerra de órdenes y
contraórdenes, con los nervios de los organizadores a flor de piel.
Llegado
el día, a petición mía, al maestro Traub y a mí nos colocaron sendos asientos
para durante la Misa justo detrás de los
violines primeros y delante mismo de un buen grupo de cardenales y obispos entre los que reconocí a Don Carlos
Amigo, entonces Cardenal Arzobispo de Sevilla. La orquesta y el coro estaban situados
a la izquierda del altar a escasos quince o veinte metros del Papa Benedicto
XVI. Los prelados situados al final de la primera fila estaban pegados al grupo de sopranos y tenores y a los violines
segundos. Puede percatarme de que ¡estaban encantados disfrutando de la música
como si ellos mismos formaran parte del coro y la orquesta!. Yo había leído que
el Papa tenía a Mozart por su compositor predilecto y por eso sugerí al maestro
Traub la Misa de la Coronación. Recuerdo que nada más finalizar el Gloria, el
Papa se giró ligeramente hacia todos nosotros
y esbozó una leve sonrisa de complicidad
que no pasó desapercibida para músicos ni cantantes. El maestro Traub no
se dio cuenta porque estaba bajando de la tarima para tomar asiento a mi
lado, pero, una vez sentado, le di
ligeramente con el codo y le dije, en voz baja, “Yaron, esto va bien”.
Una vez
terminada la Misa, uno de los cardenales se acercó a mí y me preguntó muy
amablemente, en castellano, de dónde eran el coro y la orquesta. Le respondí que
éramos de Valencia, y conversamos unos minutos. Me preguntó por el director y
le contesté que era el maestro titular de la orquesta y que era israelí.
También se interesó por el coro y, cuando le informe de que yo era su director,
me dijo: “Tengo un regalo para usted y para el director de la orquesta. ¿Se lo
podría entregar? Es un rosario para cada uno de ustedes” y, a continuación, me
entregó dos pequeños estuches que llevaban impreso el escudo del Papa
Benedicto, que había sacado de una
cartera de mano. Después de darle las gracias le pregunté: Monseñor ¿vive usted en el Vaticano? “No, vengo de
Argentina; soy el obispo de Buenos Aires, ¿Ha estado usted alguna vez allí?” me
preguntó. “No, nunca”, respondí y
recuerdo perfectamente que me dijo: “Aquello es muy lindo. Dios les bendiga.”.
Le di las gracias, nos dimos la mano y nos despedimos.
Recuerdo
que regresé a Xàtiva muy tarde, en tren,
porque era imposible llegar a Valencia en coche y RENFE había dispuesto trenes
especiales durante la noche, como en Fallas. En la estación del Norte me
encontré con Julio Bellver, Miguel
Esparza, Paco García y sus respectivas esposas, que también habían estado en la
misa. Al llegar a casa, mis padres estaban durmiendo. A la mañana
siguiente, les conté cómo había ido la
misa, que ellos habían visto por televisión,
y les enseñé el rosario que me había regalado el Obispo de Buenos Aires.
Mi padre pensaba que el escudo era el del obispo, pero yo le dije que era el
del Papa Benedicto. “¿ Y cómo se llama ese obispo?” recuerdo que me preguntó mi
padre; “pues no lo sé”, respondí.
Un poco
más tarde lo busqué en internet y le dije a mi padre: “Se llama Jorge Mario Bergoglio. Muy amable,
cercano y muy simpático”. Mi padre sentía gran afecto por el arzobispo de
Sevilla y por eso intenté saludarlo pero, al contrario que el obispo de Buenos
Aires, me pareció algo distante y opte por no decirle nada.
El
nombre del obispo de Buenos Aires y su simpatía se quedaron grabados en mi
mente. Imagínate, Miguel, mi sorpresa cuando el Cardenal protodiácono y
camarlengo Jean-Louis Tauran anunció el nombre del nuevo Papa ¡Pero si es el
Obispo de Buenos Aires…! Rápidamente fui a buscar el rosario con la alegría de
saber que aquel obispo, él único de todos
los que había allí que vino a interesarse por el coro y la orquesta, era el
nuevo Papa y que ese rosario había pasado con sensible afecto de sus manos a
las mías en ocasión tan singular…
//**//
LUNES SANTO 2020
Tradicionalmente, es el día de la Santa Cena, es decir,
cuando su Hermandad sale a la calle y recorre parte del arrabal, o sea, la
antigua judería, y parte de la Xàtiva que se contiene en los lindes de la
Parroquia de Nuestra Señora de la Merced. La imagen de la Santa Cena, con su
simpático y fiel perrito a los pies de la mesa, no siempre ha recorrido el
mismo itinerario. Cuando fue adquirida bajo el mecenazgo de las Señoras del
Palasiet, llegaba por la calle de Moncada hasta la esquina del entonces Banco
Hispano Americano y Fuente del León, para pasar cerca de las instalaciones de
la empresa “Selgas” de la que aquellas señoras eran principales accionistas.
Llegó un momento en que, fallecidas las citadas bienhechoras y su administrador
en Xàtiva, la Hermandad tuvo serios problemas para mover el sistema tractor y
sus directivos (yo presencié la conversación)
buscaron amparo ante uno de los directores de la empresa, en busca de
ayuda, naturalmente, sin obtener satisfacción. Decepcionados, no tuvieron más
remedio que sacar fuerzas de flaqueza e ingeniárselas para conseguir su
objetivo. Lo consiguieron con tenacidad, mucha lotería, y la colaboración de
otro industrial de la ciudad. Pero la Santa Cena ya no volvió a pasar más por
delante de “Selgas” en su procesión de “traslado” del Lunes Santo.
A petición de la directiva, cuando en la iglesia de Los
Santos Juanes, su sede, hubo de realizar obras de envergadura en su techumbre
(llovía más dentro que fuera del templo) y la imagen debía ser guardada en otro
lugar. Teniendo en cuenta que por nuestra parte habíamos tenido depositada en
la casa-palacio de la familia De Diego, les aconsejé que hablaran con la
recordada Da. Francisca Martínez de
Diego, su dueña y, como era de esperar,
no puso ningún inconveniente. Al igual que tuvieron en aquel otro momento
cabida el Nazareno y la Borriquilla, se le asignó un espacio en el amplio patio
de entrada, junto al jardín, y allí fue depositada la Santa Cena durante el
tiempo que duraron las obras.
Saqué un montón de fotografías y desde mi cámara las pasé
a un CD y hubiera querido publicar algunas; pero aun que conservo el disco, mi ordenador dice que no lo reconoce, y
me resulta imposible publicar ese reportaje. Lo siento.
Quiero darle la enhorabuena a Vicente, aunque sea
virtualmente. Dios dirá al año que viene; pero lo que importa es alejar al
bicho maldito de nuestras vidas y reanudar la vida normal. Seguiremos confiando
en la misericordia de Jesús y seguiremos rezando durante cada día por nosotros
y por cuantos necesitan de nuestra oración. Hoy en concreto, recordando, como
haremos el Jueves Santo, la cantidad de mensajes que contiene este pasaje
evangélico y, en particular, la institución de la eucaristía.
Aunque sea anecdótico, el pan del que
comieron los discípulos viene representado en esta imagen emblemática de la
parroquia de los Santos Juanes por los “panquemaos” que aparecen colocados en
cada uno de los platos que tienen delante, que eran sufragados por una señora
ya fallecida: Da. Carmen Conejero, q.e.p.d., tan gratamente recordada desde la
Hermandad de Portadores de Jesús Nazareno, y cuya tradición va a seguir
manteniendo su hija Amparo, también nazarena, como toda la familia. Con el amor
con que nos consta que se hace tal obsequio, queremos corresponder desde aquí a
la comunión que debe haber entre las hermandades y cofradías de la Semana
Santa, como nos requirió el Obispo Auxiliar de Valencia, D. Arturo Ros, en la
Misa del encuentro interdiocesano.
Todos estamos confinados, incluso nuestras imágenes.
Tenemos todo un año para tratar de progresar en nuestra vida de fe y dar
testimonio de ella a tiempo y a destiempo.
Cordialmente, como decíamos los cursillistas de cristiandad:
¡Cristo y yo, mayoría absoluta!
Imaginaos todos juntos…
Vuestro, Miguel Mira
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