dilluns, 2 de desembre del 2019

ADVENIMIENTO...




            ...Venida o llegada, especialmente si es esperada y solemne.

            Si buscamos en el diccionario de la palabra advenimiento, esa es la primera acepción que nos aparece reflejada en él.
            Hemos iniciado el tiempo de adviento, es decir, en la liturgia católica, el período de cuatro semanas que preceden a la Navidad, al advenimiento de nuestro Dios, al que esperamos con toda solemnidad.
            Podríamos pensar: bien, nada nuevo; así es cada año… No obstante, habréis podido observar cómo desde hace algunos años las homilías que escuchamos (quiero pensar que no solo las oímos), se detienen, por lo general, en la llamada de atención sobre la desviación del sentido de esta festividad, de este acontecimiento, que ya no sabemos, bueno, muchos parecen no saber o no querer recordar, que tiene una significación en grado sumo importante, porque es, nada más y nada menos, la recreación de la acción generosa de Dios dando vida humana a su Hijo primogénito sobre todo lo creado. Antes al contrario, lo importante parecen las guirnaldas, los escaparates, los viernes negros, los espumillones, la purpurina, y las lucecitas, esos millones de lucecitas, hermosas, llamativas, sí, pero que más que mostrarla, con su pretencioso iluminar, ocultan la verdadera LUZ. Alguien, acertadamente, ha criticado que todo eso, toda esa parafernalia anunciadora de un acontecimiento no está acompañando una FIESTA, sino que quiere anunciar que estamos en tiempo de NAVIDAD.
            Lo de los regalitos, vale, claro es que lo agradece el comercio y quien se siente obsequiado; pero, tras ese derroche de generosidad material, deberíamos reflexionar si esa es la manera más idónea de celebrar la Navidad o es la excusa ante una costumbre puramente pagana. Ya saben: aquella majadería del solsticio… No quiero decir que todo el mundo actúe ajeno al verdadero significado del Adviento, de la Navidad o de la Epifanía. No. No es eso; es que parece que se está perdiendo, quizás se ha perdido la perspectiva, a causa de una exaltación del dios “consumo”, mezclando churras con merinas.
            Y, precisamente, ayer las lecturas de la Misa nos recordaban la necesidad de ser morigerados en nuestra actitud de espera… y, vale, desde Isaías hasta hoy, ni te cuento.
            Por la mañana, los domingos tengo costumbre de abrir el televisor por La 2 y asistir virtualmente a la celebración de la eucaristía. Ayer se celebró desde la capilla de un colegio de la orden de Jesús y María, en Madrid. Lógicamente, cantaron los coros de adultos e infantes (una gozada, que a mí me ayuda a sumarme al acto íntimamente). Celebró la Misa, cono otros dos religiosos, un padre jesuita y su homilía fue una de esas que capta tu atención por su certero enfoque, Su planteamiento y sus conclusiones. Y nos ofreció una visión del panorama en que estamos insertos con un ejemplo para escolares:
            En un aula, mientras el profesor está impartiendo clase, los alumnos están atendiendo, tomando apuntes, contestando preguntas disciplinadamente; pero en un momento dado el maestro tiene que salir de clase y ruega que sigan en los deberes y se comporten. Cuando sale el profesor, al instante, los alumnos eligen a un compañero para que vigile por ver si aquél vuelve y dé la voz de ¡Que viene!; y mientras va armándose el barullo, que si la espera es larga sigue in crescendo y tiene que intervenir la dirección del centro para acallar  el alboroto. Nosotros hemos estado atentos a la celebración de la Navidad mientras no se ha interrumpido la clase por esa amalgama de llamadas externas y atrayentes filigranas, lucecitas y escaparates maravillosamente decorados… y estamos esperando que el vigía nos grite ¡¡Que viene, que viene!! Sin embargo, esa no es una actitud cristiana. Nuestra actitud debería ser la de desear que el profe llegara pronto para seguir aprendiendo y, entonces, gritaríamos nosotros: ¡Ven! ¡Ven! Ven, Señor, no tardes. ¡Ven que te esperamos!
            Así pues, desde este pequeño espacio, os deseo que la espera de la llegada de Jesús sea corta, feliz, llena de claridad, porque frente a las lucecitas refulgentes quien viene a nosotros es LA LUZ.
            Un abrazo, Miguel Mira

ADVENIMIENTO...




            ...Venida o llegada, especialmente si es esperada y solemne.

            Si buscamos en el diccionario de la palabra advenimiento, esa es la primera acepción que nos aparece reflejada en él.
            Hemos iniciado el tiempo de adviento, es decir, en la liturgia católica, el período de cuatro semanas que preceden a la Navidad, al advenimiento de nuestro Dios, al que esperamos con toda solemnidad.
            Podríamos pensar: bien, nada nuevo; así es cada año… No obstante, habréis podido observar cómo desde hace algunos años las homilías que escuchamos (quiero pensar que no solo las oímos), se detienen, por lo general, en la llamada de atención sobre la desviación del sentido de esta festividad, de este acontecimiento, que ya no sabemos, bueno, muchos parecen no saber o no querer recordar, que tiene una significación en grado sumo importante, porque es, nada más y nada menos, la recreación de la acción generosa de Dios dando vida humana a su Hijo primogénito sobre todo lo creado. Antes al contrario, lo importante parecen las guirnaldas, los escaparates, los viernes negros, los espumillones, la purpurina, y las lucecitas, esos millones de lucecitas, hermosas, llamativas, sí, pero que más que mostrarla, con su pretencioso iluminar, ocultan la verdadera LUZ. Alguien, acertadamente, ha criticado que todo eso, toda esa parafernalia anunciadora de un acontecimiento no está acompañando una FIESTA, sino que quiere anunciar que estamos en tiempo de NAVIDAD.
            Lo de los regalitos, vale, claro es que lo agradece el comercio y quien se siente obsequiado; pero, tras ese derroche de generosidad material, deberíamos reflexionar si esa es la manera más idónea de celebrar la Navidad o es la excusa ante una costumbre puramente pagana. Ya saben: aquella majadería del solsticio… No quiero decir que todo el mundo actúe ajeno al verdadero significado del Adviento, de la Navidad o de la Epifanía. No. No es eso; es que parece que se está perdiendo, quizás se ha perdido la perspectiva, a causa de una exaltación del dios “consumo”, mezclando churras con merinas.
            Y, precisamente, ayer las lecturas de la Misa nos recordaban la necesidad de ser morigerados en nuestra actitud de espera… y, vale, desde Isaías hasta hoy, ni te cuento.
            Por la mañana, los domingos tengo costumbre de abrir el televisor por La 2 y asistir virtualmente a la celebración de la eucaristía. Ayer se celebró desde la capilla de un colegio de la orden de Jesús y María, en Madrid. Lógicamente, cantaron los coros de adultos e infantes (una gozada, que a mí me ayuda a sumarme al acto íntimamente). Celebró la Misa, cono otros dos religiosos, un padre jesuita y su homilía fue una de esas que capta tu atención por su certero enfoque, Su planteamiento y sus conclusiones. Y nos ofreció una visión del panorama en que estamos insertos con un ejemplo para escolares:
            En un aula, mientras el profesor está impartiendo clase, los alumnos están atendiendo, tomando apuntes, contestando preguntas disciplinadamente; pero en un momento dado el maestro tiene que salir de clase y ruega que sigan en los deberes y se comporten. Cuando sale el profesor, al instante, los alumnos eligen a un compañero para que vigile por ver si aquél vuelve y dé la voz de ¡Que viene!; y mientras va armándose el barullo, que si la espera es larga sigue in crescendo y tiene que intervenir la dirección del centro para acallar  el alboroto. Nosotros hemos estado atentos a la celebración de la Navidad mientras no se ha interrumpido la clase por esa amalgama de llamadas externas y atrayentes filigranas, lucecitas y escaparates maravillosamente decorados… y estamos esperando que el vigía nos grite ¡¡Que viene, que viene!! Sin embargo, esa no es una actitud cristiana. Nuestra actitud debería ser la de desear que el profe llegara pronto para seguir aprendiendo y, entonces, gritaríamos nosotros: ¡Ven! ¡Ven! Ven, Señor, no tardes. ¡Ven que te esperamos!
            Así pues, desde este pequeño espacio, os deseo que la espera de la llegada de Jesús sea corta, feliz, llena de claridad, porque frente a las lucecitas refulgentes quien viene a nosotros es LA LUZ.
            Un abrazo, Miguel Mira

dimarts, 17 de setembre del 2019

EN ESTE FIN DE SEMANA


14 de Septiembre: Una fiesta y un duelo.

         Un joven cura, D. Juan Honorio Huguet, había de cambiar de destino. El pasado año fue enviado como vicario a las parroquias de Nuestra Señora de la Merced y a la de los Santos Juanes. En esta última colaboró cuando todavía era seminarista; a ella fue adscrito cuanto recibió el diaconado, siendo apreciado y  querido por los feligreses, pero, en especial, por ese floreciente grupo joven de Juniors, confirmación y catequesis; aquí comenzó su andadura vocacional y pastoral. Cuando fue ordenado sacerdote se le recibió con gozo y esperanza, al pensar que su labor, codo con codo con el párroco, había de ser provechosa en beneficio de esta comunidad tan especial de nuestra ciudad. Se planteó el programa de trabajo; se incidió en la necesidad de atender pastoralmente al alumnado del Colegio Claret y seguir la tarea ya visible con la chavalería que llenaba esos espacios necesitados de testimonio, de estudio formativo, de incardinación en la nueva evangelización; todo ello sin olvidar las cofradías que nutren también  la feligresía y arriman el hombro en lo posible.
         Y de pronto, el jarro de agua. Trasladan a Juan Honorio. D. Raul vuelve a quedar dependiente de sus propias fuerzas para ejecutar su ambicioso plan de trabajo. La parroquia no acababa de entender el porqué de esta decisión; pero el pesimismo inicial, gracias a la actitud de quienes peregrinamos en aquel distrito de la Iglesia de Xàtiva, se sobrepuso, con la esperanza de que no fuera esta comunidad a ser abandonada ni por Jesús ni por la Virgen de Fátima y afrontaría sus retos.
         El pasado día 14, al decir de Juan Honorio, no se celebraba una despedida, sino una acción de gracias. Y así fue, porque la eucaristía, que siempre es una fiesta, lo fue por todo lo alto: por el trabajo de los jóvenes que decoraron el templo a su aire, con guirnaldas y globos de colores y colocaron en la barandilla del coro un gran letrero con un grito multicolor: ¡¡Gracias!!
         Estuvo presente la muchachada; y estuvo presente la gente de la parroquia viviendo la alegría de las canciones, participando en las ofrendas y arropando a un emocionado Juan Honorio, al que se le entregó un CD con un largo repertorio de fotografías comprensivas prácticamente de su estancia en Xàtiva.
         Creo que merece la pena transcribir aquí la monición que se leyó como introito de la Misa:

         Esta moción introductoria en la Misa de hoy, para esta entrañable Parroquia de los Santos Juanes, ha de ser el testimonio de nuestra alegría de ser cristianos; la seguridad de tener la garantía de que Cristo está presente y de que el Padre sigue derrochando su misericordia para con nosotros, como hoy se nos presenta en el evangelio de Lucas.
  Para esta comunidad, hoy es un nuevo domingo “laetare”, porque nunca nos faltan motivos para estar alegres.
  Nos alegra saber que, en estos momentos difíciles y extraños, todavía hay jóvenes que cuando escuchan el “ven y sígueme” no vuelven la mirada atrás y salen corriendo; nos alegra saber que todavía hay jóvenes que ante aquel imperativo “duc in altum!”: remad mar adentro…, acatan el mandato del Señor y se adentran en el lago porque Él lo dice; jóvenes que se fían de la palabra de Cristo. Jóvenes, como nuestro bien amado Juan Honorio que, hallándose en puerto seguro y acogedor, recibe el mandato de echar la red en otro lago, con riesgo de tempestad, pero  sabiendo que le espera un amoroso reproche del Patrón de la Barca: ¡¡No tengas miedo!! En esta playa empezaste a tirar de la red y ya comenzaba a llenarse… y, a partir de  ahora, has de remar con más denuedo, con todo tu corazón, con  toda tu alma, con todo tu ser, porque el servicio de la Iglesia, esa barca de todos los mares, así lo requiere. Y Jesús está a bordo, a tu lado, y tú lo sabes. Esta parroquia se alegra por este buen cura que se nos regaló desde seminarista, desde su diaconado y desde su ordenación y se alegra por su afabilidad, por su sencillez, por su bondad y honradez en el carácter y cercanía en el trato, y por su renuncia a sí mismo, cuando estuvo dispuesto a tomar su cruz y caminar sin reparos en pos  de Cristo...

         Asistir, pues, a esa Misa tan participativa con el ánimo alegre y positivo de amor y de esperanza, fue una gozada. Es obligado rezar por un cura joven con el alma llena de amor por Cristo, a quien se le ha confiado una complicada labor en dos parroquias de Moncada.

         Pero esa misma tarde del sábado, apenas llegado a casa, recibí una llamada telefónica de un amigo que me preguntó si sabía algo de Amadeo Pla porque le habían dicho que se había muerto. Podéis calcular mi sorpresa, porque yo le vi el día anterior lleno de salud. De inmediato llamé a la presidenta, quien con voz entrecortada me dijo que se temía que aquel comunicante tenía razón. Hizo alguna llamada y me confirmó la noticia.
                   Sé que leía este blog, porque él me lo dijo. Y no puedo por menos que dejar en este espacio un recuerdo amable y agradecido de quien fue colega de profesión y cofrade de esta Hermandad.
         Se fue al fallarle el corazón mientras se encontraba disputando un partido de tenis de mesa, ese deporte en el que era maestro. Y cuál era el aprecio que le tenía la gente lo demuestra la numerosa asistencia al tanatorio y a la Misa de Corpore insepulto.
         Su muerte tan inesperada ha causado una  verdadera conmoción en su familia. Hemos de ofrecer nuestro testimonio sincero de proximidad, de disponibilidad, y hemos de encomendar ante Jesús Nazareno su alma; pero le hemos de pedir porque dé fortaleza a Aitana, su esposa, a Pepita, su madre, a Amadeo y a Nicolás, sus hijos, también miembros de nuestra Hermandad, y a todos sus familiares, para que superen este duro encontronazo y puedan rezar por él muchos años, con la seguridad, como ha expresado el celebrante en la homilía, de que Jesús le ha acogido con sus brazos abiertos.
         Con todo afecto, Miguel Mira

dimecres, 14 d’agost del 2019

NOVENA A LA MARE DE DEU DE LA SEU (y 2)




           

Novena a la Mare de Deu de la Sèu (y 2)

            El domingo me fue imposible asistir a la novena, por lo que no pude -lógicamente- escuchar la homilía de D. Juan Aguilar.
            Antes de seguir el hilo de la crónica anterior, me surge el comentario, de otra parte escuchado a varias personas, respecto al número de asistentes. Ya sabemos que no es obligatorio acudir al novenario, que no se pasa lista; pero es menos llamativo que no asista yo, por ejemplo, que sean otras personas las que no asistan. Y se nota. A partir del tercer día, se aprecia notablemente el “diminuendo”. Pero también es cierto que esta queja la estoy oyendo desde que tengo uso de razón. En mis años mozos ya le oí decir al Sr. Abad de entonces que no sabía a quién invitar a predicar la novena, porque el mayor número de oyentes era de madera: Es que ve un bon orador i predica per als bancs! Claro que ha habido altibajos; claro que la “poca gente” que acude al novenario, si la ubicáramos en St. Francesc, probablemente nos daría pleno, o casi. Pero, en cualquier caso, el manifiesto  desinterés es endémico, o a mí me lo parece. Si se me permite la licencia, quizás influya aquello de que “…en tiempo de melones…!”
            Sin bromas: somos muy de la Mare de Deu de la Sèu, pero…, pues eso: a Santa Bárbara…, quan tròna!
             
***
            Lunes. No se alargó demasiado el predicador, que viene avalado por su reconocida erudición, fruto de una formación constante (El Patriarca, Salamanca, Roma, los escrituristas…) y con un poso de cultura impresionante. D. Joaquín (Chimo para todos) es un enamorado de la Virgen. Todas sus homilías acaban con una invocación a María y, machaconamente, invita a recordar e imitar el “hágase en mí según tu palabra”, el sí de la Virgen, su entrega incondicional, que no le preguntó a Gabriel el  por qué, sino cómo  “…pues no conozco varón”. Pues bien, en esta ocasión su enfoque no se ciñó a los moldes clásicos y nos habló de mariología como inseparable de la cristología; destacó la importancia de los símbolos, que no adornos casuales, de la hermosa imagen de nuestra Patrona, como la azucena (pureza) la corona (realeza), hasta los colores del vestido y del manto (rojo rebozado en oro, y azul, respectivamente). Siempre le he oído rememorar la importancia que en los primeros siglos tuvo la consideración del pueblo cristiano teniendo a María por Madre de Dios,  lamentando enfáticamente la herejía arriana, fuente –según él del islamismo posterior…
            En fin, como no podía ser  de otro modo, no faltó la exhortación al seguimiento e imitación de esa María corredentora, madre de Dios y madre nuestra, apare de las anécdotas que nunca faltan en sus sermones.
            Martes.- Último día de la novena.
            Correspondió cerrar el ciclo a un sacerdote conocido, que ha colaborado en muchas ocasiones tanto en la Parroquia del Carmen como en la Colegiata. D. Juan Damián, canónigo de la Catedral de Valencia, nos propuso un examen reflexivo de las lecturas del día, en especial del Evangelio, cuando Jesús, ante los discípulos que le preguntan quién es el más importante, coloca a un niño en medio de ellos y les dice aquello que ya sabemos: si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reno de los Cielos…
            Pues bien, confieso que me vino de nuevo la contundente afirmación del sacerdote: cuando se nos ha hablado de este pasaje, hemos creído siempre que Jesús se refería a la inocencia, a la ternura de un niño; y, sin embargo, ello es erróneo. Resulta que en la época en que esto se dijo, en aquella antigua sociedad hebrea, el niño no era nadie: tan solo una   posesión del padre, como lo era igualmente la esposa, como una cosa más de su patrimonio. ¿Por qué, entonces, requerir que fuéramos como niños? Porque ese niño no representaba otra cosa que al mismo Jesús, que, siendo quien era, se abajó a la condición de un mero esclavo, a esa condición de mero servidor, a esa condición de nada. Se refirió, pues, a sí mismo al mostrar al niño como ejemplo. Si no me imitáis, si no escucháis mi palabra, si no cumplís mis mandatos, no tenéis  lugar en el Reino.
            El final de este sermón no podía dejar de lado al recuerdo de los mártires claretianos setabenses: José María, Eduardo, José y Antonio, cuya fiesta se celebra en este día; y, naturalmente, la referencia a María era ineludible. A la María pequeña, sencilla, humilde, en el sí quiero, en su visita  a Isabel, en todo momento hasta el pie de la cruz o al lado de los apóstoles hasta Pentecostés,  y se despidió con el “hágase en mí según tu palabra.”
            Finalizado el canto del himno a la Virgen de la Seo, se procedió en la Capilla de la Comunión, a bendecir un óleo con el retrato del mártir Antonio Cerdá Cantavella, que es el último beatificado de entre los mártires de la Guerra Civil.
            Hoy, 14 de Agosto, víspera de la Asunción, en la Colegiata se celebrará la eucaristía y, como acostumbra el actual Abad-Párroco, presidirá una procesión claustral con la imagen yacente de María en su dormición.
           
            Ya estamos en feria. Que os sea leve.

            Saludos cordiales, Miguel Mira