dimecres, 22 d’octubre del 2025

Parábola del fariseo y el publicano

 

SEMANA XXX DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C


            “Dijo también a algunos que confiaban en sí mismos como justos y despreciaban a los demás, esta parábola:

La parábola del fariseo y el publicano, c.1910 

            «Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro publicano.
            El fariseo, erguido, oraba así consigo mismo: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como ese publicano.
            Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todo lo que gano.”
            Pero el publicano, de pie y lejos, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador.”
            Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no; porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.»

Comentario

Por D. Joaquín Núeñez Morant

            San Lucas nos da a entender que en toda comunidad,  desde la primera hora, se dan conductas impropias y actitudes viciadas. Los miembros de las primeras comunidades cristianas proceden de distintos lugares, cada cual con sus historias y circunstancias diversas, pero, sobre todo, coexisten en mayor número los de origen judío como judíos eran los apóstoles y el mismo Jesús. Es muy difícil, en tales circunstancias, eludir la tendencia judaizante, tendencia que aun a estas alturas incluso se dan en nuestras comunidades de hoy.

            Lucas, de origen griego, es quizá quien más lo nota y, por eso, quiere educar a su comunidad de entonces y a nuestras actuales comunidades. El Evangelio está vivo y tiene su fuerza inspirada para transmitir su enseñanza siempre. De ahí que San Agustín trate en su obra de enfatizar sobre el valor perenne y actual de la Escritura. En “Las Confesiones” nos describe cómo el Evangelio nos permite entender el valor espiritual para aplicarlo a nuestra vida. Insiste en la fuerza del Evangelio para su tiempo -y hoy para nosotros-, siendo siempre Jesús el centro. Su amor y su gracia son la fuente de nuestra salvación. Por eso, como valor perenne, San Lucas nos presenta cómo el cristiano ha de ser humilde y saberse pecador, pero los vanidosos y soberbios no soportan ser sorprendidos en ningún tipo de falta. Todos conocemos a personas, conscientes o enfermas, que son insoportables por su orgullo vanidoso, y, lo que es peor, usen como argumento el yo valgo más que los demás, soy más perfecto presumiendo de ello a todas horas, venga o no a cuento, a  lo que se acumula, además, la envidia, convirtiéndose en esclavos de su falta de libertad.

     Gracias a Dios, también hay quienes, siendo del montón, así lo reconocen y se saben necesitados del Amor de Dios, y aun siendo necesarios, muchas veces, esperan que se les mande para hacer lo que saben hacer.

            El modelo de humildad es el mismo Jesús cuando nos dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mateo 11:29). Él es nuestro Maestro, nadie más. Pero en la Iglesia, a lo largo de los siglos, muchos han pretendido proponerse como maestros: los herejes, y otros cuyos seguidores hoy los admiran y veneran como si fueran el Mesías; es ésta una imagen poco cristiana, porque Jesús nos advierte: “No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque  vuestro Padre es el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, Cristo” (Mateo, 28,8-1).

            Que nuestra oración comience siempre glorificando a Dios: Padre nuestro…,  santificado sea tu Nombre.         Pongámonos a su servicio para que su voluntad, que seamos santos, se cumpla en la tierra. Su voluntad no es caprichosa, es siempre la misma: “Sed Santos como vuestro Padre celestial es Santo” (Mateo 5, 48).

Esa sintonía de intenciones en la oración, une a quien parece perfecto y a quien se tiene por pecador. Busquemos “el reino de Dios y su justicia y lo demás se nos dará como añadidura” (Mateo, 6,33), lo que quiere decir que Dios providente sabe lo que necesitamos y que se lo hemos de pedir en unión con nuestra comunidad. ¿Creéis que en nuestras comunidades parroquiales, los que nos conocemos en las misas de los domingos, son capaces, alguna vez, de orar y pedir unos por otros?

    Feliz domingo para todos/as. Seamos sensibles a las necesidades de los demás y  tengámoslos presentes en nuestra oración. Que la Madre de todas las Gracias nos cuide y nos proteja.

***

Mi reflexión.- 

        Estos últimos domingos se nos presentan reflexiones que insisten sobe el tema  de la oración y se nos plantean preguntas comprometedoras. El pasado domingo Jesús se pregunta si en su segunda venida encontrará en la tierra a alguien con fe. Dos mil años después quienes cumplimos el precepto dominical nos planeamos la misma cuestión. Recuerdo que no hace tanto tiempo, en 2007, cuando el culto de La Seo se trasladó en su mayor parte a San Francisco, los sábados y domingos, en la Misa vespertina la asistencia era tal que incluso se ocupaba la bancada lateral; y, progresivamente, llegamos a la actualidad y cuando los optimistas ven el vaso medio lleno, objetivamente resulta estar medio vacío. Solo ocasionalmente casi suele cubrirse el aforo. También es evidente que la media de edad de los asistentes no es precisamente halagadora.

    En el Evangelio que antecede nuestro colaborador, quien por cierto insiste en la actitud judaizante; es decir, le damos más importancia a las normas y rezos rutinarios que a la oración, ese hablar con Dios en la intimidad en la oración personal y tratar de escucharle, en vez de pedir y pedir y pedir. Y cuando se reúne la comunidad habría que responder a la pregunta que el reverendo nos plantea: ¿Creéis que en nuestras comunidades parroquiales, los que nos conocemos en las misas de los domingos, son capaces, alguna vez, de orar y pedir unos por otros? Digo yo: ¿Cómo ha de ser eso, si, salvo en el momento de dar la Paz, a veces, no sabemos ni quien se sienta a nuestro lado?

    La cosa no está ara bromas y pienso que todos debemos comprometernos a renunciar al individualismo excluyente y convertir nuestros rezos en un verdadero clamor para decirle al Señor "¡Aquí estamos para hacer tu voluntad!" (Salmo 40).

    Hasta la próxima semana, pero repito: el blog es de todos y sería interesante que formuléis algún comentario. Saludos cordiales, Miguel Mira 

       

 

 

divendres, 17 d’octubre del 2025

EL JUEZ INJUSTO

 

Ya estamos en la Semana 29ª del Tiempo Ordinario Ciclo C, en la que leeremos el siguiente Evangelio: San Lucas 18, 1-8

 

            “En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:

—«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.

En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:

"Hazme justicia frente a mi adversario".

Por algún tiempo se negó, pero después se dijo:

"Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara"».

Y el Señor añadió:

—"Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?".

COMENTARIO

Por D. Joaquín Núñez Morant

 

            Qué mal se ha explicado y se explica este pasaje del evangelio de Lucas. Tan mal que si uno se para a pensar, descubre que el abandono de las prácticas religiosas tiene su origen en confundir rezo con oración, petición con oración.
            Nos importa poco el juez y la viuda, nos importa más dar respuesta a la pregunta de Jesús: “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
            Compara al juez injusto con Dios, juez supremo y justo; el argumento es el mismo que encontramos en Mt.7,11: “si siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo se las dará a los que se las piden? En este texto, el objeto de la petición no es la necesidad o el problema personal de cada uno, sino el ser, antes que nada, como Dios y tratar a los demás con el mismo amor con que Dios nos ama. Nuestra relación con Dios es lo que San Ambrosio nos  propone como actitud ante Dios: reconoce su indignidad, se siente pecador y necesita sentirse amado de Dios. Cito a San Ambrosio, el maestro de San Agustín, por encontrarlo en el siglo IV; no es cuestión de nuestros místicos del Siglo XVI o que solo los místicos son los que nos enseñan a orar. San Ambrosio considera que la oración es fundamental para la vida espiritual de los creyentes. Su discípulo san Agustín, al comentar la frase “pedid y se os dará”, la aplica a pedir el Espíritu Santo. Él afirma que el Espíritu Santo habita en los creyentes, transformándolos para vivir una vida virtuosa. Jesús nos dice: “vendremos a él y haremos morada en él” (Juan 14:23). En la promesa de Jesús destaca la intimidad con Dios tenida en la oración con fe y buscando la voluntad de Dios en cada uno de nosotros. El Papa León XIV, como buen hijo de san Agustín, nos ha hablado de la oración, nos pidió que orásemos “para crecer en la compasión por el mundo”, “para aprender de Jesús a mirar a la humanidad con compasión y actuar para aliviar el sufrimiento de los más débiles”, “profundizar en la oración, en la relación con Cristo, y dejarse transformar por su amor” (Dicho en la 10ª Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación en el 2025). Esa es nuestra oración: “buscad el reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura” (Mateo 6:33). Lo malo es que nosotros buscamos las añadiduras.
Preferimos los rezos, incluso aquellos que nos llegan en forma de cadena, que son una blasfemia porque no podemos jugar con las cosas santas. Jesús nos dice: “no tiréis lo santo a los cerdos”, o a los perros (Mateo 7:6). Preferimos rezar y pedir con rezos milagrosos, que resultan ser mentiras y, así, como la oración nos pone en la presencia de Dios en nosotros, que nos puede llevar a una transformación espiritual, ayudándonos a crecer en la fe y a vivir según su voluntad, los rezos de petición formulados por nuestro egoísmo, tienen el resultado de lo que nos dice Santiago (Sant.4,3) “pedís y no obtenéis porque pedís mal, para satisfacer vuestros apetitos”. Concluimos: la oración de petición ha de ser humilde y confiada al Padre providente que sabe más que nosotros lo que nos conviene.
            Feliz domingo. Que nuestra Madre de la Misericordia nos enseñe a rezar el Rosario meditando la vida de identidad de su Hijo, para que nosotros también lo vivamos, no como una monótona repetición de avemarías, sino como una vida compartida con Ella. 

    HASTA PRONTO. SALUDOS, m. MIRA 

 

dijous, 9 d’octubre del 2025

NUEVE MÁS UNO.

 

DOMINGO XXVIII, ciclo C del Tiempo Ordinario

 

            Evangelio según san Lucas 17, 11-19

            “Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:

—«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».

Al verlos, les dijo:

—«Id a presentaros a los sacerdotes».

Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.

Éste era un samaritano.

Jesús tomó la palabra y dijo:

—«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?».

Y le dijo:

—«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

***


 

COMENTARIO

Por D. Joaquín Núñez Morant

 

            “Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea; así comienza el evangelio de este domingo. Samaria era una tierra despreciada por los judíos por ser tierra de herejes pecadores.

            Estamos ante una escena simbólica que mueve a la humildad, a no sentirnos más o mejores que otros. “Entra en una aldea” insignificante donde le esperan nueve y un leprosos; muchos para una aldea sin nombre. Una aldea que en la Biblia aparece como un lugar despreciable. Los leprosos no son diez, son tres por tres, que indica totalidad. San Lucas enseña, a su comunidad y a las nuestras, que todos somos pecadores; el samaritano era despreciado por ser impuro y despreciable, doblemente poseído por el pecado. Todos ellos desde lejos, como manda la ley, a gritos le piden a Jesús:

            “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.”

            Al verlos, les dijo:

            Id a presentaros a los sacerdotes.

            Van a cumplir con la Ley, para que los sacerdotes certifiquen que están curados. Ahora viene el nudo central del pasaje: la Ley mata, nos dice San Pablo, pero el espíritu da vida (2ª Cor.3.5-7). De la comunidad pecadora, los nueve, nos importan poco, nunca sabremos si su falta de fe impidió que la Misericordia de Jesús los curara. El evangelio, sin embargo, lo da por supuesto: “¿no han quedado limpios los diez? los otros nueve, ¿Dónde están?” y así resalta cómo al despreciable y despreciado samaritano es precisamente su fe

la que lo ha curado, lo ha perdonado, lo ha separado de aquellos que son incapaces de experimentar el amor de Dios, creen que la obediencia a la Ley ha sido su cura. La del samaritano, la del seguidor de Jesús, ha sido su salvación, una fe que es mezcla de amor, agradecimiento y reconocimiento de la propia pequeñez ante la grandeza de Dios.

           

 

El samaritano nos enseña que el amor de Dios es individual; nos ama a todos, pero uno a uno, la fe no es colectiva, es una respuesta de cada uno de nosotros. Los nueve van a presentarse a los sacerdotes, no obedecen a Jesús, sino a la Ley, al rito, a lo religioso, no tienen conciencia de sí, no son libres, compran su salud, no deben nada a nadie, solo a su cumplimiento. Nosotros también queremos comprar nuestra salud a cambio de cumplir los ritos, no nos fiamos del amor de Dios, nos fiamos de nuestro esfuerzo, queremos cobrarle a Dios nuestros rezos, sacrificios y promesas cumplidas.

            El samaritano se ve curado, en ello ve el amor de Jesús y asombrado se pregunta: ¿Cómo yo siendo samaritano he sido amado por un judío y se han perdonado mis pecados?, pecados de los que no tenía conciencia por no tener la lista de la Ley judía. Quizá, aturdido y admirado por el amor de Jesús vuelve atrás para echarse a sus pies. San Lucas enseña a su comunidad varias cosas, las mismas que nos enseña a nosotros: ser agradecidos por un amor inmerecido, por ser objeto de un amor gratuito lleno de misericordia, el que nosotros hemos de tener con todos, el saber perdonar generosamente sin esperar nada a cambio, como no sea alegría agradecida, porque esa es la fe en el amor de Jesús. Él se nos regala a cambio de nada.

            Perdonar es lo propio de su amor. ¿No han quedado limpios los diez?, ¿no ha vuelto más que ese extranjero para dar gloria a Dios? Nos enseña a aceptar a todos, en este caso, a quien nos da ejemplo de una fe confiada.

            No dudemos de su amor a todos nosotros cuando nos diga “Levántate, tu fe te ha salvado”.

            Feliz domingo, Jesús nos enseña a ser fieles a su Palabra y a su misericordia, la misma que hemos de tener con todos.

***

            Se inserta este comentario tal día como un 9 de octubre, el de la conquista para el cristianismo del Reino de Valencia.

            Felicidades a todos quienes damos gracias  a Dios por ello.

            Saludos cordiales, Miguel J. Mira. 

La 'mocadorà' que enamorará a los valencianos este 2024 ... 

dijous, 2 d’octubre del 2025

Y HACEMOS LO QUE TENEMOS QUE HACER...

 

            Hoy, Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, la Iglesia nos propone el siguiente texto del Evangelio de San Lucas (17, 5-10):

 

            “En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:

—«Auméntanos la fe».

            El Señor contestó:

—«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:

"Arráncate de raíz y plántate en el mar".

Y os obedecería.

Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice:

"En seguida, ven y ponte a la mesa"?

¿No le diréis:

"Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"?

¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid:

"Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer"».

 

COMENTARIO

Por D. Joaquín Núñez Morant

 

            Quizá, muchos de nosotros hemos pedido lo mismo y de la misma manera que lo que Lucas pone en boca de los apóstoles: “Auméntanos la fe”.

Jesús, con una forma de hablar ejemplarizante, dice: “Si tuvierais Fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería.

            Digo que es una forma de hablar, porque la fe o se tiene o no se tiene, se tiene una creencia que puede ensancharse o puede que no. Podemos recitar el Credo mil veces, pero esto no aumenta nuestra creencia. La fe es lo que hace exclamar a San Agustín: “¡tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!… Tú estabas en mí y yo fuera.” O a San Juan de la Cruz, que la fe es el “medio de unión del alma con Dios”, es decir, considera que la fe es fundamental para llegar a la unión con Dios. Para Teresa de Ávila, la fe es la forma de conectar profundamente con Dios. Es una experiencia de la impronta de Dios en nuestra vida, así la definen los grandes Santos y místicos. La teología la define como una virtud teologal que perfecciona la inteligencia y la voluntad del ser humano, permitiéndole conocer y amar a Dios.

     De forma práctica, es el motor fundamental de la Caridad en la Iglesia, ya que impulsa a los creyentes a amar a Dios y al prójimo, a servir con las mismas entrañas de Dios, a trabajar por la justicia social, a vivir en comunidad y solidaridad.

     Lo que sigue del evangelio, cuando habla del dueño (en este caso Dios) o del que sirve, viene a enfatizar sobre la importancia de la persona de fe que se goza en servir, no a su dueño, sino a su Padre. Solo desde una fe enamorada, -pues de esto se trata- se comprende el razonamiento de Jesús, como enseña Lucas a su comunidad y también a nosotros.

    Si hemos de examinar desde el amor de Dios nuestras comunidades, caeremos en la cuenta de que todos nos conocemos, nos saludamos y a veces juzgamos desde el más radical desconocimiento, simplemente por suposiciones. No servimos al Señor, ignoramos al Señor si carecemos de la fe que nos orienta a la caridad amorosa con los demás. La comunidad se construye interesándose por los demás, porque la fe nos empuja hacia quienes son nuestros hermanos. Si estamos atentos, conocemos que los grandes conocedores-amantes de Dios, comparten “su tesoro” haciendo grupo, comunidad de alegría. Así, san Agustín hace comunidad de amigos, característica de los agustinos; el año 386, después de su conversión, reúne a un grupo de amigos compartiendo sus bienes dedicándose a la oración y al estudio. Allí escribió su “Regla de vida para los hermanos”*. Regla que han seguido las demás reglas, válida hasta hoy.

   Quizá no advirtamos la virtud que acompaña la fe. El Señor concluye; “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”; reflexión de acción de gracias con la más hermosa humildad, que nos engrandece

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*(Xavier Picaza, Historia y Doctrina de los Padres de la Iglesia)

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            Feliz domingo a todos/as celebremos nuestro amor a quien más nos ama sirviéndole en nuestro amor a los hermanos. Que la Virgen del Magnificat nos haga decir con ella: “derriba a los poderosos de sus tronos y enaltece a los humildes.

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dimarts, 23 de setembre del 2025

EL RICO EPULÓN

 

A 25 de Septiembre de 2025             

Hola, amigos.

            Otro fin de semana, y ya hemos dejado atrás el verano, pero seguimos con las puertas abiertas a La Palabra. Me interesa introducir una breve referencia al comentario insertado en la entrada de la semana anterior, es decir, aquel que nos emplaza seriamente a servir a Dios y no al dinero, ese ídolo que a veces nos deslumbra y nos desvía del camino recto; pero, en concreto, quiero referirme a la parte intermedia del texto de San Lucas, cuando el dueño de cualquiera que fuese el negocio, alabando al administrador injusto por su astucia al falsear recibos y procurarse una salida conveniente a sus propios intereses. Es cierto que ese párrafo parece un tanto confuso, pues que nos invita a ser tan astutos como aquel administrador injusto. Lo comenté con  nuestro querido amigo y colaborador y, a mi entender, lo dejó claro en dos palabras:

            Quiere decir el Señor que son más astutos los malo y más cándidos los buenos.

            ¡Ojalá fuéramos tan astutos como los malos para hacer el bien. Así de simple.

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    DOMINGO XXVI del Tiempo Ordinario, 

Ciclo C 

Lucas 16, 19-31


 

"En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces Y además entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros”.

El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento”. Abráhán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. El rico contestó: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.”

Comentario

Por D. Joaquín Núñez

     Este pasaje del rico Epulón y el pobre Lázaro solo lo encontramos en San Lucas y, sin embargo, es comentado por los Padres de los primeros siglos, desde Beda, el Venerable, a San Gregorio Magno, así como por San Ambrosio, maestro de San Agustín; lo cual, nos demuestra la realidad de un pecado habitual en una comunidad que había dicho sí a Cristo. Los Santos Padres son concordes en que Epulón no se pierde por sus riquezas, ni Lázaro se salva por su pobreza. La riqueza de Epulón solo le sirve para aumentar su orgullo y desprecio hacia Lázaro, su falta de solidaridad y de misericordia hacia los inferiores.

     San Lucas intenta erradicar de su comunidad lo que incluso hoy perdura en nuestras comunidades. El cristianismo no es un culto de alabanza a Dios al estilo judaico del cumplimiento de la Ley mosaica. Como podemos comprobar tras su lectura, en este pasaje, obviamente dirigido a judíos, no encontramos ninguna referencia ni a Dios ni a Jesús ni a cielos ni a infiernos, porque es una clara condena a los judaizantes de ayer y de hoy. No podemos hacer de la vida cristiana un rito vacío de toda identidad con Cristo.

Los Santos Padres (prefiero hoy referirme hoy a san Ambrosio), nos han dejado un poso doctrinal que ha venido configurando nuestras homilías. Me ha parecido bien porque él, gobernador de Milán, siendo un seglar, dominaba la doctrina antes de ser aclamado obispo, un seglar conocedor de su fe, comprometido con ella, un hombre de vasta cultura y funcionario del Imperio, que dominaba el mensaje de Jesús, siendo, como he dicho, maestro de san Agustín, a quien bautizo; otro funcionario del emperador en cuyo nombre hablaba con su gran elocuencia. Decía Ambrosio: “…lo que sigue da a conocer la insolencia y la vanidad de los ricos por señales evidentes”. “Y de tal modo se olvidan de la condición humana, que, como si fueran de una naturaleza superior, encuentran en las miserias de los pobres un incentivo a su voluptuosidad y se burlan del indigente, insultan al necesitado y despojan a aquellos de quienes se debe tener compasión”. Son palabras muy duras que el Santo predica en su catedral de Milán. Nosotros no seremos tan duros, pero comprendemos la indignación del santo Obispo ante la realidad de quien separa lo religioso y lo vital, de quien cumple lo mandado por la Iglesia en lo que se refiere al culto, y olvida la vida de la Iglesia, cuya piedra angular es la Caridad en todos sus aspectos. Pobre es todo aquel que precisa algo que nosotros tenemos y de lo que él carece. Pobres no solo son los Lazaros que nos rodean.

     “Padre Abraham ten piedad de mi”, clama Epulón en el hades (lugar del inframundo, mal poner infierno). Ten piedad de mí… Hijo recuerda que recibiste bienes… y Lázaro males… y por eso encuentra aquí consuelo… y tú padeces. Epulón hace un ruego: avisar a sus hermanos; “Tienen a Moisés y los profetas, que los escuchen”.

            Y ahora el gran argumento usado por tantos cristianos y que evidencia su judaísmo:

            La gran mayoría en tiempos de Lucas e incluso hoy querría un milagro (Epulón pide nada más y nada menos que resucite a un muerto que sirva de mensajero para su familia), un milagro, digo, para afianzar su fe porque no creía o no cree en la resurrección.

Por ello, el evangelista echa en cara a los cristianos de entonces y de hoy que el gran milagro es la Resurrección de un muerto, Cristo. San Pablo mantiene el mismo argumento, ya que una cosa es la filosofía cristiana y otra la fe en Cristo:

“Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra FE”. Nosotros, cristianos, así pues, tenemos el tesoro de una Resurrección: la de nuestro Salvador, y así y todo, hay quien no cree.

    Lo más importante para nosotros hoy es dejar claro que en una comunidad cristiana todos somos iguales en la alabanza, en el catequizar, en aprender y en enseñar, en el dar y el recibir y, sobre todo, en Él, amarnos unos a otros creyendo en el gran milagro, la Resurrección de Jesús. Una comunidad que no judaíce, que no justifique su fe en pertenecer a una parroquia en su aspecto litúrgico, sino en su caridad.

     Feliz domingo a todos/as, que el Señor nos bendiga y nos aleje de todo orgullo por lo que tenemos o ambicionamos, y aprendamos a compartir con quien nos necesita. Que la Virgen del Buen Consejo nos dé su buen saber para dar respuesta a quien busca y no halla.

***

¡Feliz finde!

Saludos cordiales, Miguel Mira