dijous, 6 de novembre del 2025

LOS MERCADERES Y EL TEMPLO

 

LA PIEDRA ANGULAR

            Nos acercamos ya al Tiempo de Adviento, pero todavía hemos de leer la habitual reflexión de D. Joaquín Núñez sobre el tema que se nos ofrece en el XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C, tomado del Evangelio según San Juan, 2, 13-22:

            “Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
            Encontró en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó las monedas de los cambistas y volcó sus mesas. Y dijo a los que vendían palomas: “Quitad esto de aquí; no hagáis de la casa de mi Padre una casa de comercio”. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo por tu casa me consumirá.”
            Los judíos entonces le preguntaron: “¿Qué signo nos muestras para obrar así?”. Jesús les respondió: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré.”
            Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años se ha tardado en construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”         Pero él hablaba del templo de su cuerpo.  Cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había dicho.

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Comentario

8 ideas de JESÚS EXPULSA A LOS MERCADERES DEL TEMPLO ...

            “Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Esta frase de Jesús nos lleva a peguntarnos qué es lo que sabían los judíos sobre la santidad del Templo. Cuando fueron itinerantes en el desierto, el Tabernáculo estaba en una tienda en medio del campamento. Después, el Rey Salomón le construyó un Templo al Señor en Jerusalén. San Mateo, en esta misma escena, pone en boca de Jesús las palabras más conocidas y usadas por nosotros: “Mi casa es casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones” (Mateo 21, 13).

    Hoy celebramos la dedicación de la Basílica del Salvador, que el año 324, en un lugar propiedad del emperador Constantino, junto al monte Celio, consagró el Papa San Silvestre. Es la Catedral del obispo de Roma, a quien se considera “Madre y Cabeza de todas las iglesias de la Ciudad y del Mundo”. Es el símbolo de la unidad de la Iglesia.

     El templo cristiano es una imagen que no tuvieron ni los Apóstoles, ni los Padres apostólicos, ni los discípulos de los Apóstoles; es más, era una palabra profana contraria a la vida cristiana, y tampoco las palabras altar, sacerdote, templo, y todo lo que usaban las religiones circundantes. Jesús no funda ninguna religión, nos ofrece una Vida, la suya: “Vendremos a él y haremos morada en él”, y San Pablo en I Cor. 6,19-20 nos dice “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”. También somos “piedras vivas y escogidas” como comunidad unida a Cristo, como “Piedra angular”.

    Veis que cito mucho a San Agustín, lo que hago con toda la intención por ser un hombre que cierra y abre un periodo a partir del cual la ciencia teológica se abre paso, de tal manera que no ha perdido actualidad y toda la teología cuenta con su pensamiento. El Papa Benedicto XVI estudió su teología en la Tesis Doctoral, con el siguiente título “Pueblo y casa de Dios en la doctrina de San Agustín sobre la Iglesia”.

      San Agustín nos enseña acerca del Templo, partiendo de la frase de San Pablo, en la citada primera carta a los Corintios. El doctor de la Gracia nos afirma que el alma en gracia es templo del Espíritu Santo, que infunde en el alma la complacencia y el amor al bien, esta gracia permite al hombre vivir de manera justa y santa. La idea del hombre como templo de Dios es central en la teología de San Agustín.

            ¿A qué nos compromete hoy a nosotros la frase de San Pablo? El sabernos posibles templos de Dios así como también lo son  nuestros semejantes. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios que nos dice: “vendremos a él y haremos morada en él”, “será nuestra casa, nuestro Templo” si nos abrimos a su gracia; pero a eso es llamada toda la humanidad, y de ahí nuestro respeto a toda la creación; el respeto y amor que San Francisco cantó a toda criatura en el “Cántico del Hermano sol”. Nadie nos puede ser extraño ni ajeno a nuestro amor. No podemos negarnos a lo que Dios amó cuando pensó en crearnos.

             Somos responsables por ser todos hijos de Dios, de toda la Creación. A un cristiano no le han de venir de nuevo ni los derechos humanos ni el cuidado de esta Tierra, eso está en la palabra de Dios, aunque nuestra pereza nos ha hecho olvidar lo que ya está claro desde el Génesis pasando por los profetas. Nuestra urgencia teológica nos ha llevado a atender otros intereses. En el presente, siguiendo “los signos de los tiempos”, nos han acercado a lo que con todo derecho está claro desde el primer momento en el que Dios dijo: “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” y los bendijo así: “Creced, multiplicaos, llenad la tierra y someterla”.

             Esto supone, y así lo ha de entender el hombre, que somos responsables de toda la creación. Dios lo creo “y vio Dios que era bueno” y lo bueno lo hemos de conservar, porque la Creación entera es el Templo De Dios.

            Feliz Domingo llenos de alegría por saber que somos amados de Dios, que podemos ser su templo sagrado y que los que nos acompañan también, que no podemos mirar nuestro ego, sino hacernos cercanos a los demás, para que como hijos de Dios formemos su Templo como piedras vivas y escogidas donde Jesús es la “Piedra Angular”.

dijous, 30 d’octubre del 2025

EN MEMORIA DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

 


DOMINGO XXXI del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Conmemoración dedicada a TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

 

Por qué vamos al cementerio en el Día de Todos los Santos?

    Evangelio de San Juan 11:17-27:

            “Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro.
            Betania distaba de Jerusalén unos quince estadios,
y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por la muerte de su hermano.
            Cuando Marta oyó que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa.
            Dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá”.
            Le dice Jesús: “Tu hermano resucitará.”
            Le respondió Marta: “Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día.”
            Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá,
y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”
Le dice ella: “Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.” (Jn. 11:17-27): Jesús le dice: “Yo soy la Resurrección y la Vida, el que cree en mi aunque haya muerto vivirá.”

COMENTARIO

Por D. Joaquín Núñez Morant

 

     Hay días a lo largo del año litúrgico que nos recuerdan algo tan importante en nuestra vida como es el día de una acción de gracias  emocionados por tantos que nos han acompañado y nos han definido como somos, tantos que hoy nos vienen a nuestra mente. Antes que nada, nuestros padres que nos dieron la vida, nuestros abuelos que nos cuidaron y todos nuestros familiares que hicieron posible formar una familia protectora. Amigos muy queridos que encontramos al iniciar el aprendizaje de las primeras letras, que nos acompañaron y crecieron con nosotros. Maestros y educadores, unos más que otros, de una u otra forma de enseñar para ser libres. A cuantos recordamos agradecidos y obligados a no olvidar en este día.

     Una vez más,  San Agustín nos muestra su humanidad y su amor ante la muerte de su madre. Nos muestra como cristiano, que no solo le debe su vida, sus cuidados, sus oraciones, sino sobre todo, su conversión; conversión a la que san Ambrosio le ayudó con su gran sabiduría y lo bautizó en Milán, con gran alegría de Santa Mónica. Fue un camino largo de quien, desde sus pecados, buscó siempre la Verdad. En las “Confesiones”, después de mucho tiempo, recuerda con todo tipo de detalles la enfermedad de su madre, en Ostia, el puerto marítimo de Roma, esperando el barco que les debía llevar a Tagaste. San Agustín escribe el diálogo con su madre y su muerte. Es una escena de gran ternura y acción de gracias de Mónica a Dios por la conversión de Agustín.

    Para nuestro consuelo sólo podré transcribir retazos de las “Confesiones” que San Agustín escribió ya sereno. Recuerda cómo, ante la muerte de su madre, en un primer momento se esforzó por contener su dolor, pero cedió y vertió lágrimas en su oración agradecida, ante el recuerdo de su vida cuidada por su madre. Nos consuela y nos identifica con su humanidad ante nuestro dolor. Da gracias a Dios por descubrir la importancia de la fe ante la mortalidad y la esperanza en la Resurrección que da sentido a nuestra vida.

    El ejemplo de San Agustín ilumina nuestra actitud ante la muerte. Recordar a nuestros seres queridos es una forma de mantener viva su memoria.

    Nos dejó la hermosa oración que  es nuestro recuerdo de quienes están con el Señor: 

         “La muerte no es nada. Yo solo me he ido a la habitación de al lado. Yo soy yo, tú eres tú. Lo que éramos, el uno para el otro, lo seguimos siendo.

Llámame por el nombre que me has llamado siempre, háblame como siempre lo has hecho. No lo hagas con un tono diferente, de manera solemne o triste. Sigue riéndote de lo que nos hacía reír juntos. Que se pronuncie mi nombre como siempre lo ha sido, sin énfasis ninguno, sin rastro de sombra.

La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no está cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de tu mente, simplemente porque estoy fuera de tu vida?

Te espero… No estoy lejos, justo del otro lado del camino….Ves, todo va bien. Volverás a encontrar mi corazón. Volverás a encontrar mi ternura acentuada. Enjuaga tus lágrimas y no llores si me amas”.

     Esta carta-oración, compuesta por San Agustín y que pone en boca de su madre, Santa Mónica, nos dé la alegría al recordar a nuestros difuntos, oigamos cada uno de nosotros lo que San Agustín pone en sus corazones.

    Feliz domingo, el Señor nos bendiga y la Virgen del Buen Consejo, nos consuele.     

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            La primera vez que leí esa carta fue en el funeral de un gran amigo mío y, creed que me impactó. Era mi amigo quien me la enviaba y mi corazón supo que, en efecto, quedé serenamente aliviado por el sentimiento de amor que revivió al percatarme de que él era quien estaba rezando por mí ante el Padre.

            Vuestro, Miguel Mira

dimarts, 28 d’octubre del 2025

EN EL DIA DE TODOS LOS SANTOS

 

En la festividad de Todos los Santos y

conmemoración de todos los fieles difuntos.

 

            Sabido es que estas festividades, tan ligadas entre sí mueven la sentida devoción de todo el mundo cristiano y no cristiano. Dejaremos aparte e mimetismo que lleva a celebrar algo así como un carnaval que nada tiene que ver con el sentido cristiano del recuerdo de aquellos que nos precedieron y que ya están cabe el Padre Dios o esperan nuestras oraciones para poder gozar de esa gloria de la eterna presencia y compañía ante el Señor y todos los Santos.

            Nosotros aprovecharemos esta ventana para reflexionar, evangelio en mano, la Palabra que la Iglesia nos propone en la Misa de ambos días.

 

            Hoy, miércoles, anticipamos la reflexión correspondiente al día de Todos los Santos, y con San Mateo, nuestro colaborador comentará las BIENAVENTURANZAS. Leamos, pues, primero al evangelista: 

 

San Mateo 5, 1-12b

 

            “Viendo la muchedumbre, subió al monte; se sentó, y se le acercaron sus discípulos.
            Y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:                

            -Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
            -Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
-Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
            -Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

            -Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
            -Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
            -Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
            -Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
            -Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielo.”

 

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COMENTARIO

Por D. Joaquín Núñez Morant

       San Mateo comienza el cap. 5 de su Evangelio subiendo a una montaña, incluso la hemos buscado y allí hemos edificado una Basílica de las Bienaventuranzas, rebajando el lugar a nuestra altura. En realidad, san Mateo intenta dar a Jesús un lugar propio de la divinidad. Una Teofanía, cuyas palabras van a tener un valor eterno, semejante a la Teofanía del Sinaí. Primero nos va a definir qué es la pobreza como conciencia de lo que Jesús nos dirá después: “sin mí no podéis hacer nada (Jn. 15, 5). Ser pobre no es no tener nada. Para el evangelio la pobreza es la consecuencia de las siguientes bienaventuranzas (entonces, cumplido ese programa, es cuando seremos pobres y ricos a la vez. Pobres de todo egoísmo y ricos de gracia). El Sermón de la montaña es el nuevo decálogo, al que Jesús no le quita ni una coma:

      Los que sufren, por ver el sufrimiento de los demás, los que sin violencia piden justicia por tanto ultraje ante aquel que es tratado violentamente; los que prestan ayuda a cambio de nada porque son buenos, porque su alma y su mirada son limpias; los que trabajan por La Paz entre hermanos en este mundo, que, como Caín, matan a cuantos no piensan como ellos, todo ello a costa de su seguridad. Entonces “será sal de la tierra” y “luz del mundo”.

      Pero el centro y lo más importante de este “Sermón” es aquello que no le quitará ni una jota: el grado de cumplimiento de la Ley del Sinaí. “Os han enseñado (como Ley suprema) que se mandó a los antiguos: no matarás, pero yo os digo…”, y sigue de más a menos lo que no puede hacer un cristiano y, así, todos los demás mandamientos.

    Me toca a mí pedir perdón por pararnos en las bienaventuranzas y no concluir e insistir en la escuela de santidad en que Jesús insiste y le da la máxima importancia.

    Celebramos a todos quienes fueron “Salud y Luz” del mundo,  aquellos que encontraron su vocación y su camino, que al vivir como Jesús nos enseña en el Sermón de la montaña, como juez supremo que dicta sus leyes de amor y que dieron respuesta a las situaciones que encontraron en el camino: en los enfermos, en los menesterosos, en los abandonados, en los tristes, en los solos, en los esclavos y esclavizados por ellos mismos; o en su encuentro con el Amor De Dios, como los místicos, como san Juan de la Cruz, o la hermana Pobreza, como San Francisco. O como San Carlo Acutis que encontraba en la Eucaristía “la autopista para ir al cielo” y acompañaba a los pobres con ropa y alimentos y su compañía.

    San Agustín en su conversión exclama “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo fuera” (libro de las Confesiones). Sus obras y teología ha configurado la historia de la cristiandad durante estos últimos quince siglos, y aún están vigentes. Un santo que ha enseñado a santos. Nos dice sobre la santidad como vocación, pedida todos los días cuando rezamos el Padre nuestro, “hágase tu voluntad” “ser santos porque nuestro Dios es Santo” (Lv. 11,44 y 45). En él, lo más importante es el amor, como centro de sus enseñanzas. Según él, un amor ordenado a Dios y al prójimo nos conduce a la plenitud, y reconocer humildemente nuestras limitaciones y depender en todo de Él. Saber que hemos de buscar el bien de los demás y vivir con amor y servicio. Hemos de dedicar tiempo para la oración y la reflexión para profundizar en la fe y crecer en la santidad. De otra manera, y eso lo explica, nuestras parroquias o nuestras pequeñas comunidades están muertas y no son Sal y Luz para nosotros mismos. Participamos de la mediocridad imperante de esta sociedad que nos envuelve, “estamos a la puerta y ni entramos ni dejamos entrar”.

   Feliz día de Todos los Santos, “la multitud que nadie podría contar… de toda nación… en presencia del Cordero, vestidos con ropas blancas y con palmas en las manos” (Ap. 7, 9).* Que el Señor nos bendiga y la Virgen de la Esperanza nos llene de su gracia.

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(*)Apocalipsis 7:9: Versículo:, “Después de esto miré y apareció una multitud tomada de todas  las naciones, tribus, pueblos y lenguas; era tan grande que nadie podía  contarla. Estaban de pie delante del trono y del ...

“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos.”

            Personalmente, recomiendo la lectura de esta parte del Apocalipsis, por hermosa literariamente y por la profundidad de su significado. Creedme, no dejéis de hacerlo. Es la primera lectura del día 1.

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Mañana, jueves, insertaremos el comentario correspondiente al

Día de Difuntos. Saludos, Miguel Mira

             

 

dimecres, 22 d’octubre del 2025

Parábola del fariseo y el publicano

 

SEMANA XXX DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C


            “Dijo también a algunos que confiaban en sí mismos como justos y despreciaban a los demás, esta parábola:

La parábola del fariseo y el publicano, c.1910 

            «Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro publicano.
            El fariseo, erguido, oraba así consigo mismo: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como ese publicano.
            Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todo lo que gano.”
            Pero el publicano, de pie y lejos, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador.”
            Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no; porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.»

Comentario

Por D. Joaquín Núeñez Morant

            San Lucas nos da a entender que en toda comunidad,  desde la primera hora, se dan conductas impropias y actitudes viciadas. Los miembros de las primeras comunidades cristianas proceden de distintos lugares, cada cual con sus historias y circunstancias diversas, pero, sobre todo, coexisten en mayor número los de origen judío como judíos eran los apóstoles y el mismo Jesús. Es muy difícil, en tales circunstancias, eludir la tendencia judaizante, tendencia que aun a estas alturas incluso se dan en nuestras comunidades de hoy.

            Lucas, de origen griego, es quizá quien más lo nota y, por eso, quiere educar a su comunidad de entonces y a nuestras actuales comunidades. El Evangelio está vivo y tiene su fuerza inspirada para transmitir su enseñanza siempre. De ahí que San Agustín trate en su obra de enfatizar sobre el valor perenne y actual de la Escritura. En “Las Confesiones” nos describe cómo el Evangelio nos permite entender el valor espiritual para aplicarlo a nuestra vida. Insiste en la fuerza del Evangelio para su tiempo -y hoy para nosotros-, siendo siempre Jesús el centro. Su amor y su gracia son la fuente de nuestra salvación. Por eso, como valor perenne, San Lucas nos presenta cómo el cristiano ha de ser humilde y saberse pecador, pero los vanidosos y soberbios no soportan ser sorprendidos en ningún tipo de falta. Todos conocemos a personas, conscientes o enfermas, que son insoportables por su orgullo vanidoso, y, lo que es peor, usen como argumento el yo valgo más que los demás, soy más perfecto presumiendo de ello a todas horas, venga o no a cuento, a  lo que se acumula, además, la envidia, convirtiéndose en esclavos de su falta de libertad.

     Gracias a Dios, también hay quienes, siendo del montón, así lo reconocen y se saben necesitados del Amor de Dios, y aun siendo necesarios, muchas veces, esperan que se les mande para hacer lo que saben hacer.

            El modelo de humildad es el mismo Jesús cuando nos dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mateo 11:29). Él es nuestro Maestro, nadie más. Pero en la Iglesia, a lo largo de los siglos, muchos han pretendido proponerse como maestros: los herejes, y otros cuyos seguidores hoy los admiran y veneran como si fueran el Mesías; es ésta una imagen poco cristiana, porque Jesús nos advierte: “No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque  vuestro Padre es el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, Cristo” (Mateo, 28,8-1).

            Que nuestra oración comience siempre glorificando a Dios: Padre nuestro…,  santificado sea tu Nombre.         Pongámonos a su servicio para que su voluntad, que seamos santos, se cumpla en la tierra. Su voluntad no es caprichosa, es siempre la misma: “Sed Santos como vuestro Padre celestial es Santo” (Mateo 5, 48).

Esa sintonía de intenciones en la oración, une a quien parece perfecto y a quien se tiene por pecador. Busquemos “el reino de Dios y su justicia y lo demás se nos dará como añadidura” (Mateo, 6,33), lo que quiere decir que Dios providente sabe lo que necesitamos y que se lo hemos de pedir en unión con nuestra comunidad. ¿Creéis que en nuestras comunidades parroquiales, los que nos conocemos en las misas de los domingos, son capaces, alguna vez, de orar y pedir unos por otros?

    Feliz domingo para todos/as. Seamos sensibles a las necesidades de los demás y  tengámoslos presentes en nuestra oración. Que la Madre de todas las Gracias nos cuide y nos proteja.

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Mi reflexión.- 

        Estos últimos domingos se nos presentan reflexiones que insisten sobe el tema  de la oración y se nos plantean preguntas comprometedoras. El pasado domingo Jesús se pregunta si en su segunda venida encontrará en la tierra a alguien con fe. Dos mil años después quienes cumplimos el precepto dominical nos planeamos la misma cuestión. Recuerdo que no hace tanto tiempo, en 2007, cuando el culto de La Seo se trasladó en su mayor parte a San Francisco, los sábados y domingos, en la Misa vespertina la asistencia era tal que incluso se ocupaba la bancada lateral; y, progresivamente, llegamos a la actualidad y cuando los optimistas ven el vaso medio lleno, objetivamente resulta estar medio vacío. Solo ocasionalmente casi suele cubrirse el aforo. También es evidente que la media de edad de los asistentes no es precisamente halagadora.

    En el Evangelio que antecede nuestro colaborador, quien por cierto insiste en la actitud judaizante; es decir, le damos más importancia a las normas y rezos rutinarios que a la oración, ese hablar con Dios en la intimidad en la oración personal y tratar de escucharle, en vez de pedir y pedir y pedir. Y cuando se reúne la comunidad habría que responder a la pregunta que el reverendo nos plantea: ¿Creéis que en nuestras comunidades parroquiales, los que nos conocemos en las misas de los domingos, son capaces, alguna vez, de orar y pedir unos por otros? Digo yo: ¿Cómo ha de ser eso, si, salvo en el momento de dar la Paz, a veces, no sabemos ni quien se sienta a nuestro lado?

    La cosa no está ara bromas y pienso que todos debemos comprometernos a renunciar al individualismo excluyente y convertir nuestros rezos en un verdadero clamor para decirle al Señor "¡Aquí estamos para hacer tu voluntad!" (Salmo 40).

    Hasta la próxima semana, pero repito: el blog es de todos y sería interesante que formuléis algún comentario. Saludos cordiales, Miguel Mira