CINCO DE AGOSTO.
Día grande.
Festa grossa. Mare de Deu de la Sèu: “toc de retorn” al alba; eco de voces que
amorosas cantan a la Madre bien temprano. No importa el calor; hoy queremos
venerarte en esa bellísima imagen que talló Benlliure. Guapa, esbelta,
orgullosa del Niño que lleva en brazos, redención copiosa, jamás
suficientemente agradecida. Solemnidad…, pero lo fue mayor en tiempo no muy
lejano. Devoción, que se mostraba a rebosar desde el amanecer hasta el ocaso, bien que con
cierta mengua en el presente…
Soy
pesimista, es verdad, pero los hechos son los hechos. Me pregunto dónde está la
frontera entre la manifestación de fe y la tradición; entre el amor filial y el
arraigo cultural e histórico. No quiero anclarme en aquello de que cualquier
tiempo pasado fue mejor; pero quizás no haya sido el mejorar la tónica de los
últimos tiempos; ni siquiera me complace pensar en aquello de la pastoral de conservación…,
eufemismo de lo rutinario.
Hace unos días, desde este mismo lugar pregunté: ¿Qué nos
pasa? Tal vez no sea tan llamativo lo que se vive el día cinco como lo que se
vivió el día uno. Tradición, sentimiento, amor, fe, costumbre… ¿Oración?
Virgen Santa de la Seo, Santa
María, Madre de Dios y madre nuestra: rogad por nosotros que recurrimos a Vos,
porque somos pobres pecadores necesitados de tu misericordia.
Queremos
que nos cubras con tu manto cariñoso; pero, al propio tiempo, queremos que
despiertes en nosotros un espíritu generoso y consecuente con esa fe que
decimos profesar. No desoigas nuestra súplica.
Sabemos perfectamente lo que quieres de nosotros.
Ayúdanos a dar respuesta.
Madre: a tus pies implora
tu bendición Miguel Mira.
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