dimarts, 13 d’agost del 2024

DESPEDIDA INESPERADA

 

Una despedida singular

 

         El sábado, 10 de Agosto de 2.024, asistí al novenario de la Virgen de la Seo, como he hecho cada día. Le correspondió celebrar y predicar a D. Antonio Polo, Vicario de esta Insigne Iglesia Colegial Basílica y Parroquia    de Nuestra Señora de la Asunción. Recientemente, nos sorprendió su nombramiento como párroco de Nuestra Señora de los Desamparados, de Bétera. No cabe duda de su valía para acceder a un puesto de responsabilidad, pero es lo cierto que muchos pensábamos que iba a ser más prolongada su estancia en esta ciudad. Ya que, sin desmerecer la labor de nadie, esta parroquia necesitaba de aquella ráfaga de aire fresco que nos llegó el día 1 de octubre pasado. D. Víctor-Camilo y D. Antonio colmaban la esperanza de renovación y refresco de esta feligresía, que la despierte de su ya prolongado letargo. Es claro que el Sr. Abad ha de atender múltiples tareas, como tal, como párroco y como Vicario Episcopal de la Vicaría VI y “la mies es mucha, pero…”. Pensamos todos que era un acierto la llegada de este tándem, y creo que no me equivoco: ambos fueron  recibidos con expectante satisfacción por aquello de “canteret nou, aigua freda”, si se me permite la licencia, dicha sea con todo respeto. Hoy sabemos que en la Casa Abadía no falta ilusión ni ganas de trabajar; sabemos que estamos en buenas manos. No obstante, puede que no debamos discutir las decisiones de quien las toma según su plena autoridad. Pero es inevitable que nos duelan, y que, siendo discretos, como mínimo, nos extrañan, dicho sea en términos discursivos y sin ánimo de faltar al respeto.

    El amigo Toni, aparte de demostrar que ha estudiado más que muchos de nosotros la historia de nuestra Patrona, quiso aprovechar la homilía de la Misa para despedirse de Xàtiva, y se despachó con un meditado discurso,  en el que privó, aparte de su ardiente canto a la Mare de Déu de la Sèu,  una sinceridad emocionada, que a más de uno le llegó a humedecer los ojos.

         “Ex abunfantia cordis os loquitur”.

         Amigo Antonio, quedamos a la recíproca.

         Bien, amigos, dejemos que hable Toni. Yo me callo, que más me vale.

                                                 

Homilía pronunciada por D. Antoni o Polo durante la Eucaristía celebrada en la colegiata el día 10 de agosto de 2024, en la Novena a la Mare de Deu de la Sèu

 

         Tuya es Xàtiva, María, nuestras almas tuyas son, eres reina, madre, amparo de este pueblo soñador.

         Estas primeras estrofas del Himno y plegaria a la patrona de Xàtiva, la mare de Déu de la Seu nos muestran el gran amor a nuestra Madre y nuestra reina, ser dueña de nuestras almas, amparo de esta ciudad, imán de nuestro corazón. Pero, para poder compararla con algo que nuestras palabras no alcanzan a poder definir, podríamos hacerlo con un diamante, un diamante precioso que cautiva, un diamante con todos sus lados, sus ángulos,  cada uno de ellos más bello y hermoso; todos forman parte de un mismo diamante, pero cada uno, distinto y único, nos ayudan, según cual sea el que miremos y necesitemos ver en cada una de nuestras necesidades; que comparte cada una de nuestras alegrías, también únicas e irrepetibles, pero, a la vez, es éste un diamante perfecto: sus lados y sus ángulos, forman parte de un todo.

         María de la Seu, que sustenta en sus brazos la única historia de salvación, El Pan Vivo bajado del cielo que nos alimenta para la vida eterna. La sede de nuestra corredención, es la causa de nuestra alegría, el honor de nuestro pueblo, la estrella de nuestra mañana, es ese diamante y cada uno de sus lados quien nos ayuda con sus virtudes, con cada uno de sus nombres con los que nos dirigimos a ella y que de alguna manera marcan cada momento de nuestras historias personales, Madre amable, madre admirable, madre del buen consejo, Virgen poderosa, Virgen clemente, Virgen poderosa, espejo de justicia, Tono de la Sabiduría, puerta del cielo, salud de los enfermos, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, auxilio de los cristianos, sede donde acudimos y, cual niños. reposamos nuestro rostro en sus maternales rodillas para que seque las lágrimas de nuestros ojos y recoja nuestras mejillas para mirarnos a los ojos sonriente y complaciente para decirnos: no pasa nada, estoy siempre contigo.

         Nosotros, setabenses, nos aclamamos a ella recordando la historia de nuestros antepasados, los que trajeron su patrocinio, aclamándonos a ella como Madre que protege cada rincón de nuestra ciudad, desde la Serra Vernisa y su imponente Catillo que, ante el asedio de Aníbal, prefirió morir antes que entregarse a los cartagineses, pasando por la vall de Bixquert hasta el cerro del Puig y el pic de Santa Ana, desde el Calvari Alt al Calvari Baixet, la fuente de nuestra alegría que hace manar la Real del Lleó, la de Aldomar, la dels 25 xorros, la Font Real. ..

         Se inflaman nuestros corazones al celebrar su fiesta, al cantar a primera hora de la mañana el Ave Maris Stella y, así, para celebrar su novena, sus cantos, sus gozos, su himno, su figura…

Cuando nuestros ojos se elevan hacia su altar y contemplamos su rostro, su figura, perfección de las manos del maestro Benlliure, recordando aquella primitiva imagen gótica de 1300 conocida como la mare de Déu de l’altar major de la Seu, parece como si ella, cual faro, iluminase y guiase a toda Xàtiva, ciudad que de su protección blasona, y es entonces cuando recordamos a nuestros mayores que con gran acierto quisieron proclamarla patrona al acontecer aquél maravilloso prodigio al girar su lirio aquél 5 de agosto de 1600 en el convento de Santa Clara ante la desesperación de la población durante la peste bubónica, que asolaba la ciudad. Todo ese amor a María de la Seu hizo que en 1655 se restaurara su primitiva imagen, que en 1785 el cardenal Cebrián encargara a Esteve Bonet una imagen procesional y, asi, resguardar la del altar mayor para acontecimientos importantes. Y es por eso que en 1939 al terminar la persecución religiosa republicana, a toda prisa, se hiciese nuestra “Blanca procesional y, por fin, en el 43, un ya anciano Benlliure nos dejase esta obra maestra de sus ancianas manos.

         Por eso nuestros padres la aclamaron celestial patrona y la colocaron en el lugar más distinguido de nuestra iglesia colegial para poderle cantar y rezar: Cuando de nuestra oración es verdadero deseo: Madre de Dios de la Seo dadnos vuestra bendición...

         Sigamos nosotros las huellas de nuestros mayores, continuemos siendo sus hijos más preciados, amémosla de todo corazón, imitemos sus preclaras virtudes, recurramos a su poder, comunicándole nuestras alegrías y tristezas, no desdigamos la fama de piedad de nuestro pueblo, gloriosa herencia de nuestros antepasados, y así encontrarán siempre nuestras almas una madre y maestra en la tierra, una intercesora que nos valga en la hora de la muerte y una intercesora celestial que nos abrace al entrar en la eternidad.

Como os decía, nuestra vida al igual que un diamante tiene tan distintos lados y todos forman parte del mismo diamante y por eso junto con nuestras alegría van también nuestras tristezas, nuestros gozos y nuestros sufrimientos, me viene al corazón un salmo muy peculiar, pues al igual que en nuestra vida, que hay momentos de júbilo y momentos de pena en los salmos, como si fuesen un reflejo de nuestras realidades, encontramos salmos de alegría pero también de melancolía y tristeza, este salmo que hoy quisiera hacer mío es el 137 (136), que dice así:

         “Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras. Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar; nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos un cantar de Sión.» ¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha; que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías.

         Este salmo es llamado balada del desterrado, es el cántico de los israelitas desterrados a Babilonia, apartados de su tierra que la sienten lejana, que la aman y sienten nostalgia de ella

Los israelitas como en tantas ocasiones a lo largo de su historia no pueden hacer fiesta. Los opresores, los que habían esclavizado a los israelitas quieren que les canten un cántico de su tierra, un cantar de Sión, pero ¿cómo cantar un cántico de Sión en tierra extranjera?

         Así se siente mi alma hoy. La verdad es que no hay motivo en mí para un cantar alegre, no puedo cantar con el mismo brillo con el que siempre he intentado en este altar, porque mi alma ya siente nostalgia setabense. Hace no mucho alguien me dio la mejor definición de lo que significa la nostalgia. La nostalgia no es simplemente un sentimiento ñoño sino, como me dijo esta persona, la nostalgia es el amor que permanece, la persona se va, la persona cambia, la cercanía no es la misma, pero sin duda el amor permanece, y permanece el amor cuando se ha trabajado en él y por él. Y cuando permanece el amor y la persona se separa surge la nostalgia.

El amor se tiene a la tierra que se deja, y ¡cuán bella es esta tierra! La historia de cada uno de sus rincones, la cultura de cada una de sus tradiciones, la indescriptible fragancia del azahar que me devuelve una y otra vez a mi infancia Pero el amor se tiene sobre todo a las personas, a las gentes de esta Bendita Tierra. En este breve espacio de tiempo he podido conocer a muchos de vosotros, algunos habéis abierto vuestra alma, compartiendo vuestras cosas; también he reído mucho y he gozado con vuestra presencia, con vuestro cariño gratuito, también lo ha sido el mío hacia vosotros, a nadie he pedido nada y gratuitamente he venido cada día para compartir, presenciar y celebrar los sacramentos con y para vosotros.

         Hoy me despido de vosotros, pero no os dejo solos. Sé que no es lo que nos hubiese gustado, ni a vosotros ni a mí, pero la vida de la Iglesia es así, los sacerdotes somos para todos, pero solo pertenecemos a Dios. Gracias al Señor Abad, al Cabildo y clero. Gracias a todos los que de una manera u otra habéis estado siempre ahí:  perdón si hoy brotan de vuestros ojos lágrimas;  si así fuera, espero que sirvan para regar la piel de vuestras mejillas, pero mejor valdrá sonreír al futuro. ¡Qué afortunados nos podemos sentir de poder tener una nueva oportunidad! ¡Cuanta gente desearía tener una nueva oportunidad y por tantos motivos no lo logra! Nosotros la tenemos, no sería justo no poder aprovecharla.

         No quiero alargarme más, si a alguien no he tratado como debiera, si alguien se ha sentido ofendido, si alguna vez no he estado a la altura de las circunstancias, os pido sinceramente perdón y os doy gracias, infinitas gracias por hacerme sentir setabense, por contagiarme el amor a la mare de Déu de la Seu, por formar parte de esta larga historia de la colegial basílica de Santa María de Xàtiva.

         Un escritor decía: los seres humanos tenemos dos ojos, con uno vemos lo que nos rodea, lo objetivo, con el otro vemos lo que soñamos, no perdáis nunca la capacidad de soñar, que la realidad no nos quite la ilusión de soñar ser mejores, que Xàtiva sea mejor, que todos tengamos siempre ilusión. Este es el gran misterio y el mayor tesoro de ser sacerdote: intentar dar ilusión, esperanza, ánimo, perdón y a Cristo. Es por ello que si volviese a nacer cien veces, cien veces sería sacerdote, para poder encontraros en el camino de la vida.

***

 

         Ya sé que fui un iluso cuando en mi anterior entrada grité que les esperaba en la Novena. Tenía que gritarlo; pero me perdonarán si insisto en mi lamento. Recordemos aquello que se plasmó en el segundo de los gozos a la Virgen:

 

“De vuestro amparo propilio

Toda esta ciudad blasona,

Que por teneros patrona,

Goza tanto beneficio,

Y es al más seguro indicio

de la eficaz protección…

¡Madre de Dios de la Seo,

 dadnos vuestra bendición!

 

         Sí, Madre, no dejes de mantener tu amparo propicio, aunque yo, escéptico como soy, ponga en duda algunas cosas… El que tenga oídos para oir… Con mis disculpas y el mayor de los afectos, Miguel J. Mira