Hola, amigos. A partir de ahora, los viernes de cada semana, con la anuencia de nuestro consiliario, el Sr. Abad, recibiremos un comentario-homilía que nos remitirá, D. m., D. Joaquín Núñez Morant, sobre el evangelio del domingo correspondiente. De momento, os ofrezco el último recibido por mí por entender que ha de ser de vuestro interés en orden de reflexionar sobre La Palabra de nuestro bien amado Jesús, El Nazareno.
Saludos cordiales, Miguel Mira.
Homilía para el domingo 23 del tiempo ordinario, Mc.7,31-37
Por D. Joaquín Núñez Morant, Canónigo Honorario de la Colegiata-Basílica de Santa María. Xàtiva, 6 de septiembre de 2024.
¡Effetà!
El domingo pasado dejamos a
Jesús en una disputa acalorada por parte de los fanáticos fariseos, acerca de
la pureza o impureza ritual. Esto nos sirve de aviso ante cualquier fanatismo
religioso, o del tipo que sea, para no perder miserablemente el tiempo. Hoy lo
encontramos en tierra pagana, toda ella impura, Tiro y Sidón, donde hallará la
Fe de una mujer; la hemorroisa, que pensó: “al menos tocaré el borde de su
manto” para quedar curada. Respecto a esta expresión “El borde de su manto” refieren los
escrituristas que Jesús vestía como los rabinos o maestros de la Ley; de ahí que usara manto y que se le llamara “Maestro”. De allí, de vuelta a Cafarnaún donde vivía, se desvía a las
ciudades de la Decápolis, las ciudades romanas que sirven de muro contra los
Partos, ciudades impuras e impuros sus habitantes. La enseñanza de vida que nos
hace Marcos es una catequesis que él hace a la comunidad de Roma. Lo primero
son unos “ángeles” almas buenas que se preocupan de los demás, son los que
llevan y presentan a Jesús un sordo, pues, todo necesitado ha de tener la ayuda
de los buenos, en este caso no son cristianos, son paganos, son impuros, de
ellos hemos de aprender; nos enseñan que tienen un buen corazón, de donde salen
las buenas acciones. Recordemos cuando los apóstoles le dicen a Jesús: “Señor,
ahí hay uno que echa demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido porque no es
de los nuestros”. Jesús responde: “no se lo impidáis…”.
El sordo, además, era mudo. San Marcos nos lleva a la conclusión que quien no
sabe, no puede ni hablar ni transmitir nada. Nos enseña que para hablar de
Jesús, antes hemos de oírlo, amarlo para conocerlo bien, y salir como el mudo,
anunciándolo a los cuatros vientos. Para Marcos esta catequesis se dirige a una
comunidad romana, necesitada de anunciadores de quien nos puede, hoy también,
curar la sordera y la mudez, pero sobre todo, la cobardía de manifestar nuestra
fe.
Lo lleva a parte a solas,
lejos de toda influencia, de toda confusión, le ama y enseña, cosa que nosotros
no hacemos, se mete por sus oídos primero, y sale por su boca en oración y
alabanza. ¿Cuantos no hemos oído “Effeta”?.(*)
Hablaba correctamente, eso significa sabiamente, de lo que se sabe, de lo
aprendido, cuántos hoy, no saben dar respuesta de su fe. Muchas reuniones,
pocos encuentros comunitarios, o solos con Jesús. Quisiéramos a voz en grito
decir: Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
Señor que oigamos de tu boca “Effeta” para anunciar tu Amor.
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*¡Ábrete!
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Esperamos la reflexión del próximo viernes.
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