dilluns, 16 de setembre del 2024

¿CUÁL ES MI CRUZ?

 

           

REFLEXIONANDO SOBRE UNA RECIENTE HOMILÍA

 

            Como hemos visto, uno de los requerimientos de Jesús, textualmente tomado del Evangelio según San Marcos, 8.34, es muy claro: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”. 

            Pues bien, ya hace mucho tiempo, un sacerdote que dirigía una reunión de jóvenes de Acción Católica, nos expuso un ejemplo didáctico que venía al caso de las quejas que cada cual teníamos respecto a la cruz que tenemos asignada:

            A una mujer muy devota, pero muy quejica, un buen día, mientras se aclamaba al buen Jesús, éste le salió al encuentro. Ella postrándose ante Él, le suplicó:

            -Señor, me cuesta mucho salir adelante con esta carga que llevo sobre mis hombros; no puedo más, voy a sucumbir, ¡Apiádate de mí!

            El Señor le contestó:

            -Si tanto te pesa tu cruz, dámela e intentaremos sustituirla por otra más apropiada  para que no sufras tanto.

            Tomó Jesús la cruz de aquella buena mujer y la guardó. Entonces, la condujo hasta un amplísimo almacén, tan grande que no alcanzaba a verse su final, almacén que estaba repleto de cruces, cada una de distinto tamaño, de distinta hechura, con aristas, sin ellas, de troncos sin desbastar o bien cepillados, en fin, para asombrar a cualquiera. Y le dijo Jesús:

            -Ahí tienes, elige la que mejor te convenga.

            Ella fue mirando, observándolas  detenidamente, probando las que mejor le parecían, y cada cruz que intentaba cargar tenía más inconvenientes que ventajas; la que no le producía un moratón, arañaba su piel o la doblaba con su peso… Y así hasta que, ya exhausta, en un rincón vio una que le pareció ser más llevadera, y la tomó, se la cargó y la sonrisa volvió a su rostro.

            -¡Ésta, Señor! Me quedo con ésta.

            Y, también sonriente, el Señor le repuso:

            -¡Mírala bien! Asegúrate, porque te advierto que ya no va a haber otro cambio. Vuélvela a examinar.

            Y, al hacerlo, aquella buena mujer quedó estupefacta al ver que en la cruz elegida ¡estaba escrito su nombre! Naturalmente, era la suya.

           

                        Es verdad que alguna vez hemos dicho o hemos oído decir: ¿De qué me quejo, si hay otros que están peor que yo? Pero nos cuesta admitir cualquier contrariedad el menor de los sufrimientos o un imprevisto fracaso. Sin embargo, aunque Jesús le pidió al Padre que si era posible le librara de aquel cáliz, Él no se opuso ni se quejó al cargar una cruz inmerecida: se dio entero por ti y por mí, quienes seguro que más de una vez reaccionamos como aquella quejica del cuento.

            Si nuestra respuesta es la mera resignación y no la aceptación consciente de nuestra propia cruz, corremos el riesgo de avinagrarnos; y, como dice el Papa, con cara de vinagre es imposible evangelizar.

  No se trata de nada extraordinario. El buen Dios no nos pide heroicidades. Al Señor le basta saber que cumplimos honradamente los deberes de nuestro estado y profesión. Pero es claro que sin olvidar que otros nos necesitan, puesto que la imagen del Dios al que se supone que amo he de verla en los demás.

 

           ¡ Señor: resuelvo cumplir exactamente TODOS mis deberes!.

 

            Xàtiva, 16 de Septiembre de 2024.

           

            Disculpad mi atrevimiento. Vuestro, Miguel Mira