El Jueves Santo, para todos los
católicos, es un día de devoción y sentimiento irrenunciable por todo cuanto
representa: Eucaristía, Sacerdocio, Traición, Humillaciones…, pero también
lección de humildad en el lavatorio, de conformidad con la voluntad del Padre,
de donación absoluta, de amor infinito. En fin, de una intensa meditación ante
tan sublime misterio.
Pero,
además, para los Hermanos Portadores y Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno,
es día de arraigo en la expresión externa de nuestra fe, que intentamos de todo
corazón que lo sea con sinceridad consecuente, cuando salimos a la calle con
nuestra imagen titular, ante la atenta mirada de Jesús, estés donde estés,
cargado con la pesada cruz de
nuestras faltas grandes o pequeñas…
Y
esa plástica representación se contempla
en la Segunda Estación del Vía Crucis.
Por
ello, me ha parecido apropiado copiar aquí el poema de Gerardo Diego que se corresponde
con esa Estación, por dar virtual vida a nuestra Procesión de Penitencia,
secularmente celebrada cada Jueves Santo en nuestra Ciudad.
Jerusalén arde en fiestas.
Qué tremenda diversión
ver al justo de Sión
cargar con la cruz a cuestas.
Sus espaldas curva, prestas
a tan sobrehumano exceso,
y, olvidándose del peso
que sobre su hombro gravita,
con caridad infinita
imprime en la cruz un beso.
Tú el suplicio y yo el regalo.
Yo la gloria y Tú la afrenta
abrazado a la violenta
carga de una cruz de palo.
Y así, sin un intervalo,
sin una pausa siquiera,
tal vivo mi vida entera
que por mí te has alistado
voluntario abanderado
de esa maciza bandera.
Con todo afecto, Miguel Mira
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