UN SALUDO EMOCIONADO
Hoy, Martes Santo, mi intención era
publicar unos recuerdos dedicados a la Hermandad de la Santa Cena, que anoche,
en circunstancias normales hubiera celebrado su procesión de traslado, siendo
clavario mi amigo Vicente Victoria; pero, aun no renunciando a ello, estas
notas las insertaré de este primer escrito titulado “El Obispo de Buenos
Aires”.
¿Por qué va a ser así? Porque se
trata de una felicitación que al cumplir mis primeros ochenta y un años me ha
enviado mi también amigo Francisco José
Perales Ferre; me ha impactado y emocionado su contenido y le debo
manifestar mi sincero y afectuoso agrade cimiento.
Dice
así:
El Obispo de Buenos Aires.
Al
Còr de la Generalitat y a la Orquestra de València (antes Orquesta Municipal de
Valencia) nos correspondió participar en la parte musical de la Misa de
clausura del Encuentro de las Familias
celebrado en Valencia en Julio del año 2006. Aún recuerdo la reunión con el
maestro israelí Yaron Traub, entonces
director titular de la orquesta, en la que me pidió ayuda, desesperado, porque no sabía qué hacer. Solamente le
habían pedido que tocara un “Ave María” que iba a componer para la ocasión José
María Cano, amigo personal del Presidente Camps, y que iba a cantar Montserrat
Caballé. Tranquilicé al maestro e hicimos la selección musical tomando como
base la “Misa de la Coronación” de
Mozart y añadiendo otras piezas, entre las que recuerdo el “Ave Verum” y el
“Aleluya” del “Mesías” de Haendel.
Yaron, más tranquilo, me hizo una petición antes de despedirnos: “Paco,
¿estarás cerca de mí durante la misa para decirme cuando tengo que empezar cada
pieza? Recuerda que no soy católico”. “No te preocupes maestro, le respondí, yo
te ayudaré”.
Unas
semanas más tarde, ya cerca de la celebración, hicimos los ensayos conjuntos.
El coro y la orquesta estaban muy bien
preparados. La víspera de la Misa tuvimos un ensayo general horroroso en el mismo
escenario donde iba a tener lugar la misa: calor sofocante, músicos y cantantes
del coro, vestidos de concierto, quejándose por todo; turnos de maquillaje mal
organizados, interminables pruebas de TV
y de sonido con mucha incompetencia; mucha gente dando órdenes a gritos sin
ningún respeto por la música y los músicos. Al final, hicimos nuestro trabajo,
pasamos toda la música sin detenernos, de un tirón, como en un ensayo general
normal, y nos fuimos a casa después de sufrir aquella guerra de órdenes y
contraórdenes, con los nervios de los organizadores a flor de piel.
Llegado
el día, a petición mía, al maestro Traub y a mí nos colocaron sendos asientos
para durante la Misa justo detrás de los
violines primeros y delante mismo de un buen grupo de cardenales y obispos entre los que reconocí a Don Carlos
Amigo, entonces Cardenal Arzobispo de Sevilla. La orquesta y el coro estaban situados
a la izquierda del altar a escasos quince o veinte metros del Papa Benedicto
XVI. Los prelados situados al final de la primera fila estaban pegados al grupo de sopranos y tenores y a los violines
segundos. Puede percatarme de que ¡estaban encantados disfrutando de la música
como si ellos mismos formaran parte del coro y la orquesta!. Yo había leído que
el Papa tenía a Mozart por su compositor predilecto y por eso sugerí al maestro
Traub la Misa de la Coronación. Recuerdo que nada más finalizar el Gloria, el
Papa se giró ligeramente hacia todos nosotros
y esbozó una leve sonrisa de complicidad
que no pasó desapercibida para músicos ni cantantes. El maestro Traub no
se dio cuenta porque estaba bajando de la tarima para tomar asiento a mi
lado, pero, una vez sentado, le di
ligeramente con el codo y le dije, en voz baja, “Yaron, esto va bien”.
Una vez
terminada la Misa, uno de los cardenales se acercó a mí y me preguntó muy
amablemente, en castellano, de dónde eran el coro y la orquesta. Le respondí que
éramos de Valencia, y conversamos unos minutos. Me preguntó por el director y
le contesté que era el maestro titular de la orquesta y que era israelí.
También se interesó por el coro y, cuando le informe de que yo era su director,
me dijo: “Tengo un regalo para usted y para el director de la orquesta. ¿Se lo
podría entregar? Es un rosario para cada uno de ustedes” y, a continuación, me
entregó dos pequeños estuches que llevaban impreso el escudo del Papa
Benedicto, que había sacado de una
cartera de mano. Después de darle las gracias le pregunté: Monseñor ¿vive usted en el Vaticano? “No, vengo de
Argentina; soy el obispo de Buenos Aires, ¿Ha estado usted alguna vez allí?” me
preguntó. “No, nunca”, respondí y
recuerdo perfectamente que me dijo: “Aquello es muy lindo. Dios les bendiga.”.
Le di las gracias, nos dimos la mano y nos despedimos.
Recuerdo
que regresé a Xàtiva muy tarde, en tren,
porque era imposible llegar a Valencia en coche y RENFE había dispuesto trenes
especiales durante la noche, como en Fallas. En la estación del Norte me
encontré con Julio Bellver, Miguel
Esparza, Paco García y sus respectivas esposas, que también habían estado en la
misa. Al llegar a casa, mis padres estaban durmiendo. A la mañana
siguiente, les conté cómo había ido la
misa, que ellos habían visto por televisión,
y les enseñé el rosario que me había regalado el Obispo de Buenos Aires.
Mi padre pensaba que el escudo era el del obispo, pero yo le dije que era el
del Papa Benedicto. “¿ Y cómo se llama ese obispo?” recuerdo que me preguntó mi
padre; “pues no lo sé”, respondí.
Un poco
más tarde lo busqué en internet y le dije a mi padre: “Se llama Jorge Mario Bergoglio. Muy amable,
cercano y muy simpático”. Mi padre sentía gran afecto por el arzobispo de
Sevilla y por eso intenté saludarlo pero, al contrario que el obispo de Buenos
Aires, me pareció algo distante y opte por no decirle nada.
El
nombre del obispo de Buenos Aires y su simpatía se quedaron grabados en mi
mente. Imagínate, Miguel, mi sorpresa cuando el Cardenal protodiácono y
camarlengo Jean-Louis Tauran anunció el nombre del nuevo Papa ¡Pero si es el
Obispo de Buenos Aires…! Rápidamente fui a buscar el rosario con la alegría de
saber que aquel obispo, él único de todos
los que había allí que vino a interesarse por el coro y la orquesta, era el
nuevo Papa y que ese rosario había pasado con sensible afecto de sus manos a
las mías en ocasión tan singular…
//**//
LUNES SANTO 2020
Tradicionalmente, es el día de la Santa Cena, es decir,
cuando su Hermandad sale a la calle y recorre parte del arrabal, o sea, la
antigua judería, y parte de la Xàtiva que se contiene en los lindes de la
Parroquia de Nuestra Señora de la Merced. La imagen de la Santa Cena, con su
simpático y fiel perrito a los pies de la mesa, no siempre ha recorrido el
mismo itinerario. Cuando fue adquirida bajo el mecenazgo de las Señoras del
Palasiet, llegaba por la calle de Moncada hasta la esquina del entonces Banco
Hispano Americano y Fuente del León, para pasar cerca de las instalaciones de
la empresa “Selgas” de la que aquellas señoras eran principales accionistas.
Llegó un momento en que, fallecidas las citadas bienhechoras y su administrador
en Xàtiva, la Hermandad tuvo serios problemas para mover el sistema tractor y
sus directivos (yo presencié la conversación)
buscaron amparo ante uno de los directores de la empresa, en busca de
ayuda, naturalmente, sin obtener satisfacción. Decepcionados, no tuvieron más
remedio que sacar fuerzas de flaqueza e ingeniárselas para conseguir su
objetivo. Lo consiguieron con tenacidad, mucha lotería, y la colaboración de
otro industrial de la ciudad. Pero la Santa Cena ya no volvió a pasar más por
delante de “Selgas” en su procesión de “traslado” del Lunes Santo.
A petición de la directiva, cuando en la iglesia de Los
Santos Juanes, su sede, hubo de realizar obras de envergadura en su techumbre
(llovía más dentro que fuera del templo) y la imagen debía ser guardada en otro
lugar. Teniendo en cuenta que por nuestra parte habíamos tenido depositada en
la casa-palacio de la familia De Diego, les aconsejé que hablaran con la
recordada Da. Francisca Martínez de
Diego, su dueña y, como era de esperar,
no puso ningún inconveniente. Al igual que tuvieron en aquel otro momento
cabida el Nazareno y la Borriquilla, se le asignó un espacio en el amplio patio
de entrada, junto al jardín, y allí fue depositada la Santa Cena durante el
tiempo que duraron las obras.
Saqué un montón de fotografías y desde mi cámara las pasé
a un CD y hubiera querido publicar algunas; pero aun que conservo el disco, mi ordenador dice que no lo reconoce, y
me resulta imposible publicar ese reportaje. Lo siento.
Quiero darle la enhorabuena a Vicente, aunque sea
virtualmente. Dios dirá al año que viene; pero lo que importa es alejar al
bicho maldito de nuestras vidas y reanudar la vida normal. Seguiremos confiando
en la misericordia de Jesús y seguiremos rezando durante cada día por nosotros
y por cuantos necesitan de nuestra oración. Hoy en concreto, recordando, como
haremos el Jueves Santo, la cantidad de mensajes que contiene este pasaje
evangélico y, en particular, la institución de la eucaristía.
Aunque sea anecdótico, el pan del que
comieron los discípulos viene representado en esta imagen emblemática de la
parroquia de los Santos Juanes por los “panquemaos” que aparecen colocados en
cada uno de los platos que tienen delante, que eran sufragados por una señora
ya fallecida: Da. Carmen Conejero, q.e.p.d., tan gratamente recordada desde la
Hermandad de Portadores de Jesús Nazareno, y cuya tradición va a seguir
manteniendo su hija Amparo, también nazarena, como toda la familia. Con el amor
con que nos consta que se hace tal obsequio, queremos corresponder desde aquí a
la comunión que debe haber entre las hermandades y cofradías de la Semana
Santa, como nos requirió el Obispo Auxiliar de Valencia, D. Arturo Ros, en la
Misa del encuentro interdiocesano.
Todos estamos confinados, incluso nuestras imágenes.
Tenemos todo un año para tratar de progresar en nuestra vida de fe y dar
testimonio de ella a tiempo y a destiempo.
Cordialmente, como decíamos los cursillistas de cristiandad:
¡Cristo y yo, mayoría absoluta!
Imaginaos todos juntos…
Vuestro, Miguel Mira
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada