Comenzaremos hoy por leer el emocionado y vehemente discurso del Papa León XIV frente a la plaza de San Pedro el día de su elección. Lo transcribo porque no solo es de sumo interés, sino porque también es objeto de algunas consideraciones en el comentario de nuestro amigo y colaborador D. Joaquín.
DISCURSO
“¡La paz sea con todos vosotros!
Queridos hermanos y hermanas: este es el primer saludo de Cristo resucitado, el Buen Pastor que ha dado la vida por el rebaño de Dios.
También yo quisiera que este saludo de paz llegue hasta vuestros corazones, que alcance a vuestras familias, a todas las personas, donde quiera que se encuentren, a todos los pueblos, a toda la tierra.
La paz esté con vosotros.
Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada, desarmante y también perseverante, que proviene de Dios, que nos ama a todos incondicionalmente. Todavía conservamos en nuestros oídos esa voz débil, pero siempre valiente, del Papa Francisco que bendecía a Roma. El Papa que bendecía a Roma y también al mundo entero esa mañana del día de Pascua. Permitidme dar continuidad a esa misma bendición: que Dios os quiere mucho, Dios ama a todos y el mal no prevalecerá. Estamos todos en las manos de Dios.
Por lo tanto, sin miedo, unidos, mano a mano con Dios y entre nosotros, andemos adelante. Seamos discípulos de Cristo. Cristo nos precede. El mundo necesita de su luz; la humanidad necesita de Él como el puente para ser alcanzada por el amor de Dios. Ayudémonos los unos a los otros a construir puentes con el diálogo, el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo siempre en paz.
Gracias al Papa Francisco.
Quisiera agradecer a todos los hermanos cardenales que me han elegido para ser el sucesor de Pedro y caminar junto a vosotros como Iglesia unida, buscando siempre la paz, la justicia, trabajando como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo, para proclamar el Evangelio y ser misioneros.
Soy un hijo de San Agustín, agustino, que ha dicho: "Con vosotros soy cristiano y para vosotros, obispo". En este sentido, podemos todos caminar juntos hacia esa patria que Dios nos ha preparado.
A la Iglesia de Roma, un saludo especial.
Tenemos que buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes de diálogo, siempre dispuesta y abierta a recibir, como esta plaza, con los brazos abiertos a todos. A todos los que tienen necesidad de nuestra caridad, de nuestra presencia, de diálogo y amor.
Y si me permiten, también una palabra, un saludo, de modo particular para todos aquellos de mi querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto, para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo.
A todos vosotros, hermanos y hermanas, de Roma, de Italia y de todo el mundo. Queremos una Iglesia sinodal, que camine, que busque siempre la paz, que busque siempre la caridad, estar cerca de quienes sufren.
Hoy, en el día de la Virgen de Pompeya, nuestra Madre María quiere caminar siempre con nosotros, estar cerca de nosotros, ayudarnos con su intercesión y su amor.
Ahora quisiera rezar junto a vosotros por esta nueva misión, por toda la Iglesia, por la paz del mundo. Pidamos esta gracia especial de María, nuestra Madre.
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Y, seguidamente, reflexionaremos sobre el evangelio que la Iglesia nos propone en el V domingo de Pascua
según San Juan 13, 31-33a. 34-35, breve pasaje que nos habla así del amor, cuando dice:
“Cuando
salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios
es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo
glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».
Breve comentario. -Este pasaje forma parte del discurso de despedida de Jesús en la Última Cena. A pesar de estar a punto de ser traicionado, Jesús habla de gloria, señalando que su entrega y muerte serán la manifestación plena del amor y del plan de Dios.
El "mandamiento nuevo" no es nuevo por el acto de amar, sino por el modo: "como yo os he amado", es decir, un amor total, que se entrega hasta el extremo. La señal del verdadero discípulo no es el conocimiento ni la observancia externa, sino el amor concreto y mutuo. Es una llamada a la comunidad cristiana a vivir un testimonio visible y radical de caridad
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Comentario, por D.
Joaquín Núñez
El Papa León XIV, con voz potente, saludó a presentes y ausentes, al mundo entero, con el saludo de Cristo Resucitado: “La Paz sea con vosotros”. Toda la plaza contestó al unísono: “Y con tu espíritu”, cada uno en su propia lengua.
La Paz cristiana no es fruto de acuerdos, de cesiones, o de pactos. Es fruto del Amor, del perdón que olvida y que tiene como fuente aquellas palabras del Sermón de la Montaña: “bienaventurados los que procuran por la paz, porque ellos serán hijos de Dios”. El amor generoso del Padre del hijo pródigo, el amor del buen Samaritano, el del Buen Pastor que da su vida en rescate de todos, de todos los hijos de Dios; y, como dijo en su discurso, “esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada, desarmante y también perseverante, que proviene de Dios, que nos ama a todos incondicionalmente.
San Agustín, el Doctor de la gracia, que como converso, igual que Pablo, se enamoró de Cristo, que buscó la Verdad en todos los sitios sin quedar satisfecho en ninguno, la encuentra en Dios. Él exclama: “Tu Señor, nos hiciste para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Hoy vivimos sin otra inquietud que no sea la de la riqueza, el poder y un protagonismo vanidoso que no se satisface nunca.
El capítulo 13 de San Juan, cuyo evangelio terminamos de leer, todo él se sintetiza en “haced memoria de mi”. Es en toda su riqueza lo que hemos de tener en nuestra memoria para convivir con Él. La memoria no es un recuerdo, es una presencia, es un sacramento. Son sus palabras: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28,16.ss).
San Agustín se pregunta y dice: “¿En la ley antigua, no estaba escrito “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”?. ¿Por qué lo llama nuevo?”. Responde san Agustín “¿No será que es nuevo porque nos viste del hombre nuevo después de despojarnos del antiguo?“ (tratado 65, 1-3). San Agustín se lo planea y los comentaristas de hoy le dirían “porque amamos con el mismo amor de Dios, el mismo amor de Jesús”, “amaos como yo os he amado”. Jesús nos advierte: “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”.
Hoy el Papa es consciente, como nosotros, de que no somos testigos de Cristo, de que los millones de católicos no corresponden a millones de cristianos que nos amamos como Jesús nos ama. ¿Estamos vestidos de la vestidura blanca de nuestro bautismo? Podríamos preguntarnos en qué proporción nuestra falta de amor cierra las puertas. “¡Hay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que cerráis el reino de los cielos delante de los hombres, pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando!”.(Mt. 23,13 ).
Todo esto lo tiene muy claro El Papa León XIV, no vendrá con un látigo, ni condenas, ni excomuniones, vendrá con mucha paciencia, como la de Jesús, tal y como le hemos oído. Como buen hijo de san Agustín nos enseñará a “buscar nuestro descanso en Dios”. Nosotros hemos de ser conscientes de esta evidencia, no excusarnos de la falta de amor de los demás, de los escándalos de una Iglesia pecadora, de los nuestros propios.
Feliz domingo V de Pascua, amémonos como Jesús nos ha enseñado.
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