dimarts, 28 d’octubre del 2025

EN EL DIA DE TODOS LOS SANTOS

 

En la festividad de Todos los Santos y

conmemoración de todos los fieles difuntos.

 

            Sabido es que estas festividades, tan ligadas entre sí mueven la sentida devoción de todo el mundo cristiano y no cristiano. Dejaremos aparte e mimetismo que lleva a celebrar algo así como un carnaval que nada tiene que ver con el sentido cristiano del recuerdo de aquellos que nos precedieron y que ya están cabe el Padre Dios o esperan nuestras oraciones para poder gozar de esa gloria de la eterna presencia y compañía ante el Señor y todos los Santos.

            Nosotros aprovecharemos esta ventana para reflexionar, evangelio en mano, la Palabra que la Iglesia nos propone en la Misa de ambos días.

 

            Hoy, miércoles, anticipamos la reflexión correspondiente al día de Todos los Santos, y con San Mateo, nuestro colaborador comentará las BIENAVENTURANZAS. Leamos, pues, primero al evangelista: 

 

San Mateo 5, 1-12b

 

            “Viendo la muchedumbre, subió al monte; se sentó, y se le acercaron sus discípulos.
            Y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:                

            -Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
            -Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
-Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
            -Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

            -Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
            -Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
            -Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
            -Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
            -Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielo.”

 

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COMENTARIO

Por D. Joaquín Núñez Morant

       San Mateo comienza el cap. 5 de su Evangelio subiendo a una montaña, incluso la hemos buscado y allí hemos edificado una Basílica de las Bienaventuranzas, rebajando el lugar a nuestra altura. En realidad, san Mateo intenta dar a Jesús un lugar propio de la divinidad. Una Teofanía, cuyas palabras van a tener un valor eterno, semejante a la Teofanía del Sinaí. Primero nos va a definir qué es la pobreza como conciencia de lo que Jesús nos dirá después: “sin mí no podéis hacer nada (Jn. 15, 5). Ser pobre no es no tener nada. Para el evangelio la pobreza es la consecuencia de las siguientes bienaventuranzas (entonces, cumplido ese programa, es cuando seremos pobres y ricos a la vez. Pobres de todo egoísmo y ricos de gracia). El Sermón de la montaña es el nuevo decálogo, al que Jesús no le quita ni una coma:

      Los que sufren, por ver el sufrimiento de los demás, los que sin violencia piden justicia por tanto ultraje ante aquel que es tratado violentamente; los que prestan ayuda a cambio de nada porque son buenos, porque su alma y su mirada son limpias; los que trabajan por La Paz entre hermanos en este mundo, que, como Caín, matan a cuantos no piensan como ellos, todo ello a costa de su seguridad. Entonces “será sal de la tierra” y “luz del mundo”.

      Pero el centro y lo más importante de este “Sermón” es aquello que no le quitará ni una jota: el grado de cumplimiento de la Ley del Sinaí. “Os han enseñado (como Ley suprema) que se mandó a los antiguos: no matarás, pero yo os digo…”, y sigue de más a menos lo que no puede hacer un cristiano y, así, todos los demás mandamientos.

    Me toca a mí pedir perdón por pararnos en las bienaventuranzas y no concluir e insistir en la escuela de santidad en que Jesús insiste y le da la máxima importancia.

    Celebramos a todos quienes fueron “Salud y Luz” del mundo,  aquellos que encontraron su vocación y su camino, que al vivir como Jesús nos enseña en el Sermón de la montaña, como juez supremo que dicta sus leyes de amor y que dieron respuesta a las situaciones que encontraron en el camino: en los enfermos, en los menesterosos, en los abandonados, en los tristes, en los solos, en los esclavos y esclavizados por ellos mismos; o en su encuentro con el Amor De Dios, como los místicos, como san Juan de la Cruz, o la hermana Pobreza, como San Francisco. O como San Carlo Acutis que encontraba en la Eucaristía “la autopista para ir al cielo” y acompañaba a los pobres con ropa y alimentos y su compañía.

    San Agustín en su conversión exclama “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo fuera” (libro de las Confesiones). Sus obras y teología ha configurado la historia de la cristiandad durante estos últimos quince siglos, y aún están vigentes. Un santo que ha enseñado a santos. Nos dice sobre la santidad como vocación, pedida todos los días cuando rezamos el Padre nuestro, “hágase tu voluntad” “ser santos porque nuestro Dios es Santo” (Lv. 11,44 y 45). En él, lo más importante es el amor, como centro de sus enseñanzas. Según él, un amor ordenado a Dios y al prójimo nos conduce a la plenitud, y reconocer humildemente nuestras limitaciones y depender en todo de Él. Saber que hemos de buscar el bien de los demás y vivir con amor y servicio. Hemos de dedicar tiempo para la oración y la reflexión para profundizar en la fe y crecer en la santidad. De otra manera, y eso lo explica, nuestras parroquias o nuestras pequeñas comunidades están muertas y no son Sal y Luz para nosotros mismos. Participamos de la mediocridad imperante de esta sociedad que nos envuelve, “estamos a la puerta y ni entramos ni dejamos entrar”.

   Feliz día de Todos los Santos, “la multitud que nadie podría contar… de toda nación… en presencia del Cordero, vestidos con ropas blancas y con palmas en las manos” (Ap. 7, 9).* Que el Señor nos bendiga y la Virgen de la Esperanza nos llene de su gracia.

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(*)Apocalipsis 7:9: Versículo:, “Después de esto miré y apareció una multitud tomada de todas  las naciones, tribus, pueblos y lenguas; era tan grande que nadie podía  contarla. Estaban de pie delante del trono y del ...

“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos.”

            Personalmente, recomiendo la lectura de esta parte del Apocalipsis, por hermosa literariamente y por la profundidad de su significado. Creedme, no dejéis de hacerlo. Es la primera lectura del día 1.

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Mañana, jueves, insertaremos el comentario correspondiente al

Día de Difuntos. Saludos, Miguel Mira