DOMINGO XXXI del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Conmemoración dedicada a TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

Evangelio de San Juan 11:17-27:
“Cuando llegó Jesús, se encontró con
que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro.
Betania distaba de Jerusalén
unos quince estadios,
y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por la
muerte de su hermano.
Cuando Marta oyó que llegaba
Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa.
Dijo Marta a Jesús: “Señor, si
hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que cuanto
pidas a Dios, Dios te lo concederá”.
Le dice Jesús: “Tu hermano
resucitará.”
Le respondió Marta: “Ya sé que
resucitará en la resurrección, el último día.”
Jesús le dijo: “Yo soy la
resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá,
y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”
Le dice ella: “Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el
que iba a venir al mundo.” (Jn. 11:17-27): Jesús le dice:
“Yo soy la Resurrección y la Vida, el que cree en mi aunque haya muerto vivirá.”
COMENTARIO
Por D. Joaquín Núñez Morant
Hay días a lo largo del año litúrgico que nos recuerdan algo tan importante en nuestra vida como es el día de una acción de gracias emocionados por tantos que nos han acompañado y nos han definido como somos, tantos que hoy nos vienen a nuestra mente. Antes que nada, nuestros padres que nos dieron la vida, nuestros abuelos que nos cuidaron y todos nuestros familiares que hicieron posible formar una familia protectora. Amigos muy queridos que encontramos al iniciar el aprendizaje de las primeras letras, que nos acompañaron y crecieron con nosotros. Maestros y educadores, unos más que otros, de una u otra forma de enseñar para ser libres. A cuantos recordamos agradecidos y obligados a no olvidar en este día.
Una vez más, San Agustín nos muestra su humanidad y su amor ante la muerte de su madre. Nos muestra como cristiano, que no solo le debe su vida, sus cuidados, sus oraciones, sino sobre todo, su conversión; conversión a la que san Ambrosio le ayudó con su gran sabiduría y lo bautizó en Milán, con gran alegría de Santa Mónica. Fue un camino largo de quien, desde sus pecados, buscó siempre la Verdad. En las “Confesiones”, después de mucho tiempo, recuerda con todo tipo de detalles la enfermedad de su madre, en Ostia, el puerto marítimo de Roma, esperando el barco que les debía llevar a Tagaste. San Agustín escribe el diálogo con su madre y su muerte. Es una escena de gran ternura y acción de gracias de Mónica a Dios por la conversión de Agustín.
Para nuestro consuelo sólo podré transcribir retazos de las “Confesiones” que San Agustín escribió ya sereno. Recuerda cómo, ante la muerte de su madre, en un primer momento se esforzó por contener su dolor, pero cedió y vertió lágrimas en su oración agradecida, ante el recuerdo de su vida cuidada por su madre. Nos consuela y nos identifica con su humanidad ante nuestro dolor. Da gracias a Dios por descubrir la importancia de la fe ante la mortalidad y la esperanza en la Resurrección que da sentido a nuestra vida.
El ejemplo de San Agustín ilumina nuestra actitud ante la muerte. Recordar a nuestros seres queridos es una forma de mantener viva su memoria.
Nos dejó la hermosa oración que es nuestro recuerdo de quienes están con el Señor:
“La muerte no es nada. Yo solo me he ido a la habitación de al lado. Yo soy yo, tú eres tú. Lo que éramos, el uno para el otro, lo seguimos siendo.
Llámame por el nombre que me has llamado siempre, háblame como siempre lo has hecho. No lo hagas con un tono diferente, de manera solemne o triste. Sigue riéndote de lo que nos hacía reír juntos. Que se pronuncie mi nombre como siempre lo ha sido, sin énfasis ninguno, sin rastro de sombra.
La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no está cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de tu mente, simplemente porque estoy fuera de tu vida?
Te espero… No estoy lejos, justo del otro lado del camino….Ves, todo va bien. Volverás a encontrar mi corazón. Volverás a encontrar mi ternura acentuada. Enjuaga tus lágrimas y no llores si me amas”.
Esta carta-oración, compuesta por San Agustín y que pone en boca de su madre, Santa Mónica, nos dé la alegría al recordar a nuestros difuntos, oigamos cada uno de nosotros lo que San Agustín pone en sus corazones.
Feliz domingo, el Señor nos bendiga y la Virgen del Buen Consejo, nos consuele.
***
La primera vez que leí esa carta fue en el funeral de un gran amigo mío y, creed que me impactó. Era mi amigo quien me la enviaba y mi corazón supo que, en efecto, quedé serenamente aliviado por el sentimiento de amor que revivió al percatarme de que él era quien estaba rezando por mí ante el Padre.
Vuestro, Miguel Mira
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