dimecres, 22 d’octubre del 2025

Parábola del fariseo y el publicano

 

SEMANA XXX DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C


            “Dijo también a algunos que confiaban en sí mismos como justos y despreciaban a los demás, esta parábola:

La parábola del fariseo y el publicano, c.1910 

            «Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro publicano.
            El fariseo, erguido, oraba así consigo mismo: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como ese publicano.
            Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todo lo que gano.”
            Pero el publicano, de pie y lejos, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador.”
            Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no; porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.»

Comentario

Por D. Joaquín Núeñez Morant

            San Lucas nos da a entender que en toda comunidad,  desde la primera hora, se dan conductas impropias y actitudes viciadas. Los miembros de las primeras comunidades cristianas proceden de distintos lugares, cada cual con sus historias y circunstancias diversas, pero, sobre todo, coexisten en mayor número los de origen judío como judíos eran los apóstoles y el mismo Jesús. Es muy difícil, en tales circunstancias, eludir la tendencia judaizante, tendencia que aun a estas alturas incluso se dan en nuestras comunidades de hoy.

            Lucas, de origen griego, es quizá quien más lo nota y, por eso, quiere educar a su comunidad de entonces y a nuestras actuales comunidades. El Evangelio está vivo y tiene su fuerza inspirada para transmitir su enseñanza siempre. De ahí que San Agustín trate en su obra de enfatizar sobre el valor perenne y actual de la Escritura. En “Las Confesiones” nos describe cómo el Evangelio nos permite entender el valor espiritual para aplicarlo a nuestra vida. Insiste en la fuerza del Evangelio para su tiempo -y hoy para nosotros-, siendo siempre Jesús el centro. Su amor y su gracia son la fuente de nuestra salvación. Por eso, como valor perenne, San Lucas nos presenta cómo el cristiano ha de ser humilde y saberse pecador, pero los vanidosos y soberbios no soportan ser sorprendidos en ningún tipo de falta. Todos conocemos a personas, conscientes o enfermas, que son insoportables por su orgullo vanidoso, y, lo que es peor, usen como argumento el yo valgo más que los demás, soy más perfecto presumiendo de ello a todas horas, venga o no a cuento, a  lo que se acumula, además, la envidia, convirtiéndose en esclavos de su falta de libertad.

     Gracias a Dios, también hay quienes, siendo del montón, así lo reconocen y se saben necesitados del Amor de Dios, y aun siendo necesarios, muchas veces, esperan que se les mande para hacer lo que saben hacer.

            El modelo de humildad es el mismo Jesús cuando nos dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mateo 11:29). Él es nuestro Maestro, nadie más. Pero en la Iglesia, a lo largo de los siglos, muchos han pretendido proponerse como maestros: los herejes, y otros cuyos seguidores hoy los admiran y veneran como si fueran el Mesías; es ésta una imagen poco cristiana, porque Jesús nos advierte: “No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque  vuestro Padre es el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, Cristo” (Mateo, 28,8-1).

            Que nuestra oración comience siempre glorificando a Dios: Padre nuestro…,  santificado sea tu Nombre.         Pongámonos a su servicio para que su voluntad, que seamos santos, se cumpla en la tierra. Su voluntad no es caprichosa, es siempre la misma: “Sed Santos como vuestro Padre celestial es Santo” (Mateo 5, 48).

Esa sintonía de intenciones en la oración, une a quien parece perfecto y a quien se tiene por pecador. Busquemos “el reino de Dios y su justicia y lo demás se nos dará como añadidura” (Mateo, 6,33), lo que quiere decir que Dios providente sabe lo que necesitamos y que se lo hemos de pedir en unión con nuestra comunidad. ¿Creéis que en nuestras comunidades parroquiales, los que nos conocemos en las misas de los domingos, son capaces, alguna vez, de orar y pedir unos por otros?

    Feliz domingo para todos/as. Seamos sensibles a las necesidades de los demás y  tengámoslos presentes en nuestra oración. Que la Madre de todas las Gracias nos cuide y nos proteja.

***

Mi reflexión.- 

        Estos últimos domingos se nos presentan reflexiones que insisten sobe el tema  de la oración y se nos plantean preguntas comprometedoras. El pasado domingo Jesús se pregunta si en su segunda venida encontrará en la tierra a alguien con fe. Dos mil años después quienes cumplimos el precepto dominical nos planeamos la misma cuestión. Recuerdo que no hace tanto tiempo, en 2007, cuando el culto de La Seo se trasladó en su mayor parte a San Francisco, los sábados y domingos, en la Misa vespertina la asistencia era tal que incluso se ocupaba la bancada lateral; y, progresivamente, llegamos a la actualidad y cuando los optimistas ven el vaso medio lleno, objetivamente resulta estar medio vacío. Solo ocasionalmente casi suele cubrirse el aforo. También es evidente que la media de edad de los asistentes no es precisamente halagadora.

    En el Evangelio que antecede nuestro colaborador, quien por cierto insiste en la actitud judaizante; es decir, le damos más importancia a las normas y rezos rutinarios que a la oración, ese hablar con Dios en la intimidad en la oración personal y tratar de escucharle, en vez de pedir y pedir y pedir. Y cuando se reúne la comunidad habría que responder a la pregunta que el reverendo nos plantea: ¿Creéis que en nuestras comunidades parroquiales, los que nos conocemos en las misas de los domingos, son capaces, alguna vez, de orar y pedir unos por otros? Digo yo: ¿Cómo ha de ser eso, si, salvo en el momento de dar la Paz, a veces, no sabemos ni quien se sienta a nuestro lado?

    La cosa no está ara bromas y pienso que todos debemos comprometernos a renunciar al individualismo excluyente y convertir nuestros rezos en un verdadero clamor para decirle al Señor "¡Aquí estamos para hacer tu voluntad!" (Salmo 40).

    Hasta la próxima semana, pero repito: el blog es de todos y sería interesante que formuléis algún comentario. Saludos cordiales, Miguel Mira