Ya llegamos a la tercera semana de Adviento; encenderemos el tercer cirio de la Corona y leeremos el pasaje del Evangelio de San Mateo, Cap. 11, 2-11 según la Biblia de Jerusalén:
“En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:
—«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?».
Jesús les respondió:
—«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo:
los
ciegos ven, y los inválidos andan;
los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen;
los muertos resucitan,
y a los pobres se les anuncia el Evangelio.
¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!».
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
—«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito:
“Yo
envío mi mensajero delante de ti,
para que prepare el camino ante ti.”
Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».”
COMENTARIO
Por D. Joaquín Núñez Morant
El fragmento de este tercer Domingo de Adviento (Ciclo A) tiene dos interlocutores: Juan y sus discípulos (de los versículos 2 al 6). Hay que tenerlo en cuenta, porque este versículo 6 es muy esclarecedor. Los siguientes versículos van dirigidos a quienes lo están oyendo, entre otros, a nosotros mismos.
Mateo no nos dice dónde estaba Juan encarcelado, es Flavio Josefo quien, al describir este pasaje, nos dice que en la fortaleza que Herodes el Grande construyó en Maqueronte, en la actual Jordania, cerca del mar Muerto, Herodes Antipas es quien tiene preso a Juan Bautista. Jesús era famoso y parece que no coincidía con lo que esperaban Juan y los fariseos. Esperan un Mesías nacionalista y Salvador del pueblo judío; por el contrario, Jesús se presenta con su dulzura, su cercanía a los más débiles, a los enfermos de las más terribles enfermedades como la lepra, (consecuencia de la creencia común de la maldición de Dios). El versículo 6, del capítulo 11 que estamos comentando, es la conclusión del recado que remite Juan a través de sus mensajeros “¿eres tú o esperamos a otro?”. Jesús da respuesta citando al profeta Isaías (35:5-6) “Los ciegos ven… y a los pobres se les anuncia el Evangelio”. Entonces es cuando Jesús exclama: “y ¡dichoso el que no se escandalice de mí ¡”.
Esta rotundidad hay que subrayarla porque va a tener que estar presente en toda la Historia de la Iglesia. Así, vemos en Jn. 3:30, cómo se dice de Juan Bautista que hablaba con gran humildad refiriéndose a la autoridad y misión de Jesús; “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe.”.
Otra cuestión a tener en cuenta es el problema que surge en la primitiva Iglesia judeocristiana y lo ha sido a lo largo de los siglos, la tendencia a judaizar, el querer “comprar” a Dios con una retahíla de sacrificios, oraciones y devociones que nos separan del amor a Dios y de los más necesitados. Jesús nos advierte con energía. !Dichoso el que no se escandalice de mí!. (lo que añade la gente, por beatería, que Jesús nunca dijo).
La pregunta de Jesús: “¿Que salisteis a ver en el desierto?”, ( Mt. 11, 7) ¿es una invitación a reflexionar hoy la naturaleza de nuestra búsqueda de Dios y nuestra fe? o ¿para nosotros es una caña movida por el viento, algo caprichoso, que no depende de la voluntad, tal como es la fe débil y que hoy nos rodea?. Vivimos en un cristianismo admirado por muchos, de un Cristo en quien se destacan sus virtudes humanas, un Cristo hombre, sin visos de divinidad, algo que no importa, del más claro arrianismo, en el que la Resurrección no importa.
Una herejía que, no por ignorada, es sumamente peligrosa. Este año se ha celebrado el 1700 aniversario del Concilio de Nicea donde se definió nuestra Fe; la que proclamamos con los labios, no sé si con el corazón, cuando proclamamos el Credo. Un Concilio de unidad en la Fe. La imagen del Papa León destacó el 28 de noviembre en Iznik (Nicea) por su sencillez al invitar a la unidad de todos los cristianos junto a todos los jefes de las Iglesias.
San Juan es el profeta que cierra el Antiguo Testamento; por eso Jesús hizo aquella afirmación después de la gran alabanza de Juan: “el más pequeño en el reino de los cielos (la Iglesia) es más grande que él “(Mt. 11,11), (Lc. 7,38).
Esta es la tesis de esta reflexión: Pertenecer al Reino es tener una fe clara.
Para San Agustín, pertenecer al Reino de Dios es una cuestión de amor y de voluntad. En su visión, el Reino de Dios no es sólo un lugar, sino una relación con Dios y con los demás. Es vivir en la caridad y la justicia, y es esperar la venida del Señor.
Feliz Domingo de “Gaudete”, que significa: estad alegres porque el Señor viene. Este mundo tan secularizado prepara la Navidad pensando en comidas y fiestas, también nosotros, pero lo más importante es prepararnos espiritualmente a hacer memoria y presencia amándonos y amando a este mundo que olvida a los más pequeños y desvalidos, empezando por los más viejos, es el escándalo de un mundo llamado cristiano.
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Hasta pronto. Saludos, M. Mira
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