32ª Semana Ciclo B
Estimados amigos. Puntualmente, no nos falle el comentario del evangelio del domingo de la 32ª semana del tiempo ordinario, ciclo B. Hoy la reflexión que se nos ofrece puede que parezca una carga de profundidad, pero verdaderamente entiendo que una sacudida de vez en cuando sobre nuestro ser cristiano, no es para pasar por alto la responsabilidad de ser coherentes con nuestra fe.
Como acostumbramos, podremos leer a continuación el fragmento de San Marcos, que es éste:
Marcos 12, 38-44
En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo:
—«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa».
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a los discípulos, les dijo:
—«Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
COMENTARIO
El fragmento de este Evangelio lo conocemos todos, es el pasaje de la pobre viuda que va al Templo a dar su limosna (dos míseras monedas de escaso valor). Un hecho aparentemente banal, pero para Jesús, un hecho importante. Hace que se fijen los Apóstoles y nosotros también, pero tanto los Apóstoles como nosotros nos entretenemos, con la mirada perdida viendo el maravilloso Templo de Jerusalén. Marcos da mucha importancia a esta escena; y de hecho concluye este fragmento evangélico antes de la Pasión.
Respecto a esta viuda ¿En qué quiere Jesús que nos fijemos? ¿En su contribución al culto o necesidades del Templo o a llenar las arcas de aquellos que convierten la “Casa de oración en cueva de bandidos”?.
A los apóstoles, para que la ponderen, les pide que se fijen en la acción de la viuda. ¿La ponderamos nosotros adecuadamente? Parece que leemos mal, y ponderamos la generosidad de aquella buena mujer, porque con su acción le da al Templo su alimento, su vida. Pensemos, sin embargo, cómo el domingo pasado nos dijo Jesús que “el amor vale más que todos los sacrificios y holocaustos”, cosa que no se le enseñó a la pobre viuda y parece que a nosotros o no nos lo han enseñado o no lo hemos querido aprender. Queremos comprar el cielo con sacrificios y holocaustos. Preferimos una religión a una fe. Las religiones, todas, son pactos con su dios, a base de ritos y ceremonias, de promesas para alcanzar favores de dios; y me parece que en nuestra religión cristiana hay exceso de religión y poca vida de fe. Es muy importante que sepamos distinguir la vida religiosa de la vida de fe, de ser muy religioso o ser personas de profunda fe, capaces de abandonarnos en las manos de un Padre amoroso.
Quisiera que se entienda bien: Jesús nos dice que debemos orar, cosa que El hacía habitualmente, de saberse en su presencia, ponerse cara a cara ante el Padre (Santa Teresa nos dice cuando tiene el alma seca “yo le miro y El me mira”). Nosotros pedimos que satisfaga nuestras necesidades o nuestros egoísmos; siempre buscamos un aliado que nos resuelva nuestros problemas. Lo malo es cuando se nos aconseja que recemos para pedir algo. Dios providente nos sale al camino sin pedírselo. Yo soy testigo de su amor providente, mi vida está llena de su Providencia que siempre me ha salido al camino y antes de necesitar algo siempre ha estado presente. Dios me ha ganado de esa forma. Mi oración consistirá siempre en ponerme en su presencia y decirle: gracias Señor, y pedir por los demás. El Señor nos enseñó una oración muy hermosa, comienza así: “Padre nuestro…”
Los sacerdotes y escribas del Templo enseñaban, equivocando al pueblo, a orar a Dios (cuyo nombre no se atrevían a pronunciar) mediante las mil oraciones siempre de petición, para alcanzar sus favores a cambio de sacrificios y holocaustos.
En el templo había trece receptáculos de las limosnas, nominales, donde los ricos depositaban sus ofrendas para mantener el sistema, dando de lo que les sobraba. Un antiguo sacerdote, liberto romano, Flavio Josefo, nos da testimonio de cómo funcionaba “aquella cueva de ladrones”. Jesús nos indica junto a sus Apóstoles que nos fijemos en esa pobre viuda, equivocada, mal informada por este atajo de bandidos, que pone su pobre limosna en el receptáculo (cepillo) 13, de las limosnas anónimas. Con su generosidad nos demuestra ser una víctima en manos de los escribas, que son quienes interpretan las Escrituras. Practica una religión no una fe; hay intermediarios entre ella y Dios, en un Templo del que “no quedará piedra sobre piedra hasta el día de hoy”.
Tened un feliz domingo. A un Padre como el
nuestro, no le hace falta intermediarios, está a nuestro lado y nos ama, y
quiere que le amemos y amemos a todos sus hijos.
Joaquín Núñez Morant