Estimados
amigos: el martes de esta última semana del Tiempo Ordinario, en la celebración
de La Palabra durante la Misa, leíamos unos versículos del libro del Apocalipsis.
Pensando en los últimos comentarios de nuestro querido amigo D. Joaquín Núñez, he
recordado lo que nos decía la semana anterior al referirse a la actitud de los
cristiano en su vida de fe y amor a Jesús:
“Las yemas de la higuera estarán siempre presentes en nuestra vida, en nuestros momentos de duda, de crisis, de confusión para saber que Él está a la puerta y nos dice que quiere cenar con nosotros si cerramos las ventanas de la confusión y le abrimos la puerta para que pase y cenemos juntos”.
Y esta consideración no es gratuita: leemos en Apocalipsis 3, versículo 20:
“Estoy a la puerta llamando: si alguno oye y m: abre, entraré y cenaremos juntos…”
Estas palabras me recuerdan otras que me agrada de vez
en cuando releer, al pensar en cuántas veces el Señor está llamando a nuestra
puerta y no le oímos o tal vez nos hacemos los sordos, actitud que se refleja
en este precioso soneto de Lope de Vega:
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras
pues no te abría! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el Ángel me decía:
«Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!»
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
***
Me pegunto: ¿Por qué yo no tengo siempre abierta la ventana?
¡Acrecienta, buen Jesús, mi fe y espanta de mí tanta
apatía... !Si es que nos está llaman do cada día...!
Un cordial saludo, Miguel Mira
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