dijous, 2 de gener del 2025

II Domingo después de Navidad

 

         

                                                           Y vino a los suyos...

 

            Con anticipación envidiable, hemos recibido la colaboración del estimado D. Joaquín Núñez.

            Permitidme que antes de entrar en materia os transmita mis mejores deseos para este año que acabamos de empezar.

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            Da la coincidencia de que este domingo, 5 de enero, la Iglesia nos vuelve a proponer la lectura del prólogo del Evangelio de San Juan, Cap. 1, versículos 1-18. Por tanto no lo reproduzco ahora porque lo tenemos muy fresco y reciente, exactamente en la entrada atinente al día de Navidad.

            Fácil es  de recuperarlo.     Vayamos, pues, a reflexionar esta nueva aportación de D. Joaquín:

 

COMENTARIO

 

     La Palabra era la Luz verdadera que alumbra a todo hombre. Para creer, muchos quieren una evidencia, un milagro. ¡¡¡Qué más milagro quieres que la propia vida!!!, que la gran maravilla que es la propia existencia…! Y más aún, contemplar un cielo estrellado y todo cuanto nos hace admirar la Creación entera...

     Ni los argumentos de los filósofos o de los teólogos o de quienes arguyen razones en contra satisfacen nuestra ansia de saber, de encontrar nuestra experiencia de fe. Ni el deísmo ni el ateísmo son razones que nos acerquen o alejen de la presencia de esa Luz verdadera que en el mundo estaba, pues ningún otro es autor de todo lo creado  sino esa Luz verdadera.

    El conocimiento de esa Luz no depende del sí o del no de la filosofía o de la teología. La realidad divina tiene otro camino. La Navidad es ese marco donde la Luz verdadera se nos hace presente. Se nos acerca en un Niño que mueve nuestra ternura y no nuestra razón. El nacimiento de Jesús tiene la fuerza de una Verdad capaz de transformar la historia a partir de la debilidad de un Dios-Niño.

    Vino a su casa y los suyos no lo recibieron. No lo recibieron porque exigieron un camino del conocimiento según sus principios. Dios no es una ecuación matemática que nos conduce a un deísmo muerto. Dios tiene un lenguaje de ternura;  ¿O no lo es la ternura de ese Niño, de esa Palabra balbuciente?, ¿qué tiene de racional la amistad o el enamorarse? Dios es Amor y como amor quiere entrar en diálogo con nosotros. Por eso, cuantos lo recibieron, lo conocieron y entraron en diálogo con Él y les da poder para ser sus hijos.

      Ese camino del conocimiento místico de Dios, nos lleva a contemplar su gloria con el lenguaje propio de la Fe, que nos capacita para contemplar su gloria, la gloria propia del Hijo Único del Padre lleno de gloria y de verdad.

     El lenguaje de la fe, es un lenguaje nuevo, místico, sin ninguna apariencia de misticismo, un lenguaje valiente siempre presente en la Iglesia. Desde los primeros mártires, a los mártires de hoy.  Hoy en que se dan más mártires que en las persecuciones del Imperio Romano.

     A Dios nadie lo ha visto jamás, concluye el evangelio de hoy. Se nos ha hecho patente en un recién nacido, quien nos lo ha dado a conocer.

     Feliz domingo. El Señor nos ha regalado, una vez más, el prólogo de San Juan para enseñarnos su lenguaje de Amor como camino de encuentro con Él y entre nosotros.

Joaquín Núñez Morant