Sábado seis.
Continuación.
Puede que ésta no sea una crónica al
uso y que me aproveche de ella para poner orden en algunas reflexiones que me
rondan por la cabeza.
Así, por ejemplo, quiero dar la
enhorabuena a la Hermandad de Cofradías por medio de su comisión de publicidad,
porque ayer, sin esperarlo, en lugares y horas distintos, se acercaron hasta mí
dos personas para felicitarme una de ellas y para decirme efusivamente la otra
que se había publicado un gran libro de Semana Santa. No sé si exageraron,
porque, como sabemos, todo es perfectible, pero –al menos- puede la comisión
estar satisfecha de una obra bien hecha. Tal vez lo digo yo como parte
implicada, pero, créanme, a fuer de ser objetivo, me parece cierto que algo ha
mejorado. Pero son los lectores quienes han de opinar.
En otro orden de cosas, anoche, con
tiempo menos intempestivo que el viernes, la procesión se desarrolló por sus
cauces normales. No me voy a parar a describir lo que vi, porque es prácticamente
coincidente con lo visto los últimos años y bastaría reproducir relatos
anteriores. Pero sí que quiero expresar esas ideas que se me pasan por la
cabeza de las que al principio les hablaba:
La Cofradía del Santo Sepulcro sin
timbales ni timbaleros no sería tal cofradía. En esto pienso que coincidiremos
todos. También coincidiremos seguramente al pensar que el percutir
enérgicamente dos, tres o cuatro timbaleros, no hacen otra cosa que simular el
estruendoso cataclismo de la naturaleza acaecido en el momento de la expiración de Jesús,
cuando hasta las tumbas se abrieron y el velo del templo se rasgó. Confío y
quiero pensar que los que ahora, grandes y pequeños, provocan ese estruendo con
sus mazas y sus parches más o menos revestidos de túnicas hermosas propias de
la tradición de nuestra ciudad, saben lo que están haciendo. Sobre todo, lo
digo por los niños y niñas –hoy día no hay discriminación alguna al respecto-
que forman un numeroso grupo de mini timbaleros: ¿Se les explica el por qué se
mantiene esta tradición? Lo pregunto porque no lo sé; porque entiendo que es
una buena oportunidad para que a la
gente menuda no se le compre el tambor o el timbal porque al niño le apetece
tocarlo, sin aprovechar la ocasión para explicarle qué fue lo que ocurrió en el
Calvario aquel día y a aquella hora.
Por lo demás, ya sabemos que un
traslado no es más que la hermosa formalidad de cambiar de sede anual la imagen
que se traslada; pero cada cofradía realiza un tremendo esfuerzo para dar
cumplimiento a sus legítimas e inveteradas tradiciones y, salvo en contados casos,
parece que la gente ha perdido el gusto de ver esos desfiles tan nuestros, esos
magníficos arreglos de cada anda, esos conciertos itinerantes de las bandas que
acompañan y acompasan la procesión.
Finalmente, aunque es puramente
anecdótico esto que voy a decir, hay veces que una mera casualidad provoca un
hecho plausible. Un cambio de día por necesidades laborales, ha venido a
ordenar cronológicamente el final histórico de la muerte de Nuestro Señor:
primero el entierro y luego el sepulcro. Ya sabemos que nos volvemos a volver
al día siguiente en discordancias cronológicas, si tenemos en cuenta que,
después, trasladaremos a Cristo en el lisóstrotos. Gracias por permitirme esta
licencia. Mañana intentaré contarles más cosas.
Suyo, Miguel Mira
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada