Carta
a mi Madre María
Querida
Madre: anoche te vi hermosa, como siempre. Una ciclogénesis de flores envolvía
tu pequeño trono en el que te trasladan a casa del clavario; es el cariño de
tus fieles que te envuelve.
Vi
un numeroso grupo de personas que te acompañaban con velas en la mano; y otras
muchas que esperan verte pasar… Cofrades con vesta que desfilaban delante de ti
como quien alumbra el camino a tu paso. Y, al final, los músicos, con pentagramas
con sus notas blancas y negras, colores del vestido de tus cofrades, pero
vivos, elocuentes, transmitiendo sentimientos con músicas de ayer y de siempre
para aminorar el peso de tu dolor con el Hijo en tus amorosos brazos. Y,
lentamente, ibas pasando… Yo intuía que tu mirada que dirigías a cada uno de
los que te estábamos viendo pasar nos interpelaba y nos decía: mi Hijo y yo ¡no queremos pasar de largo! Y
nos pedías que te hiciéramos sitio en nuestro corazón. Quisieras, Señora,
Madre, que te recibiéramos en nuestra casa, como en nombre de todos nosotros te
recibió el discípulo amado de Jesús: “¡Madre:
ahí tienes a tu hijo…!” Y desde aquel
momento, dice la escritura: “el
discípulo la llevó consigo”.
Madre
de Dolores; Madre de toda Esperanza; Madre de todos los hombres, enséñanos a
compartir nuestra casa contigo; a tener siempre un hueco en nuestro corazón, es
decir, en nuestra vida, en el que te sientas acogida, querida Madre María, y
nos ayudes a que la imagen de Jesús jamás se borre de nuestra alma.
Todo
tuyo, Miguel Mira
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