dijous, 29 de maig del 2025

Galileos, ¿Qué hcéis ahí plantados...?

 

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

            Hoy comenzaremos por la lectura del Evangelio de San Lucas 24, 46-53

            Y es dijo: —Así estaba escrito: que el Mesías padecería y resucitaría de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se predicaría la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, empezando por Jerusalén.
Vosotros sois testigos de estas cosas. Mirad, yo os envío lo prometido por mi Padre. Vosotros quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto. Los sacó hasta cerca de Betania, y levantando las manos los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría.
Y estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios.”

 

Comentario

por D. Joaquín Núñez.

 

            La catequesis de Lucas en el día que celebramos la Ascensión del Señor, la hemos de situar en su capítulo veinticuatro que comienza con “el sábado guardado el descanso de precepto…, de madrugada fueron al sepulcro”, nos describe la experiencia de que el Señor ha resucitado, como testifican “dos hombres”, los que conocemos como los discípulos de Emaús, cuyo testimonio es válido por ser dos testigos. Entre judíos, cualquier testimonio debía ser avalado por dos personas.

            Lucas nos describe ese encuentro de ambos camino de Emaús, y como, después de su encuentro con el Maestro, vuelven a toda prisa al Cenáculo, narrando su conversación con el Señor, cuando “recostado a la mesa con ellos, tomo pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció”, haciendo “Memoria”, celebrando la Eucaristía. Cabría preguntarnos si, nosotros hoy, encontramos en nuestras misas esa presencia y lo anunciamos a los cuatro vientos, o estamos tan pasivos y sin ninguna emoción, sin compartir como estos dos testigos, es decir como comunidad, como grupo vivo lleno de caridad, grupo que ama y comparte eso que nos manda el Señor de ser testigos de quién es Él, de ser testigos, no de una historia, sino de una experiencia, como los discípulos de Emaús.

Dentro de ese contexto el Señor se hace presente para recordarnos hoy a nosotros toda la narración de su pasión, muerte y su Resurrección, y testificar y predicar la conversión; dejarse amar, tener experiencia de su amor, sin lo cual no puede uno vertirse al amado. No puede uno renunciar a los pecados que lo alejan de poder amar a su Salvador, ni poder anunciar al mundo entero a Cristo resucitado como Salvador, como Pastor amante que por amor de amistad nos ha dado su vida. Sólo en la medida de nuestra experiencia podemos ser testigos de su amor, un amor, pleno, su mismo Amor que viene de lo alto, es decir, el prometido: “vendremos a él y haremos morada en él “.

San Lucas nos lleva a Betania para su subida al Cielo, lugar de la resurrección de su amigo Lázaro, como lugar de resurrección. San Marcos no cita el lugar, solo que subió al cielo. San Mateo nos sitúa en Galilea, inicio de toda la vida de Jesús, Mateo es testigo ocular. Alguien puede pensar que se contradicen, cuando en realidad se complementan. La comunidad de Lucas, venida del paganismo, necesita, como necesitamos hoy, ser educada para comprender y saber qué significa resucitar. Pastoralmente, hoy tenemos que insistir en nuestra resurrección, hay quien no cree por no entender, como le paso a San Pablo con los atenienses en el Areópago. El mismo San Lucas en Hechos de los Apóstoles 1,10-11, dice: “Mientras miraban fijos al cielo viéndole irse, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron ¿Galileos qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?

            Feliz día de la Ascensión del Señor, hace ochenta años de mi primera Comunión, yo la recuerdo como si fuera ayer. Felicidades a todos los niños y niñas que hacen su primera Comunión, de sus padres dependerá que comulguen todos los domingos.

            Hace unos días, mi buen amigo Joaquín me comentó que estaba preparando el anterior comentario. A mí se me ocurrió responderle con  esta cuestión: “…¿…qué hacéis ahí plantados mirando al cielo...?  ¡Creo que seguimos por el estilo…!”

 ▷ ¿Qué hacéis ahí mirando al cielo? - VEN Y VE - PAXTV.ORG

   No creo necesario transcribir la contestación de nuestro buen amigo. Os la podéis imaginar…

            Repregunta:
    Cristianos de 2025, ¿Qué hacemos aquí parados mirando al cielo…? Gracias a Dios, tenemos ejemplos de creyentes de cuerpo entero (como insistía D. Arturo Climent), pero eso  no es un consuelo… ¿Y nosotros…?

            Gracias por vuestra atención. Un abrazo, Miguel Mira

divendres, 23 de maig del 2025

YA ESTAMOS EN EL SEXTO DOMINGO DE PASCUA

 

Seguimos en El Camino

           

            Seguimos avanzando en el Tiempo de Pascua. El próximo domingo (1 de junio) celebraremos esa fiesta que no hace tantos años y a lo largo de los siglos era para los cristianos una de las que, con el Jueves Santo y Corpus Christi, luce más que el sol: la Ascensión del Señor. Claro, aquello de los Tres Jueves pasó al archivo; pero, al fin y al cabo, la conmemoración y nuestras reflexiones son las mismas. Si hemos seguido los comentarios de estos Domingos de Pascua no se nos escapará cómo la idea constante, que se nos transmite insistentemente como base de  nuestro ser testigos de Cristo se engloba en tres puntos fundamentales: Conocimiento de Cristo, Amor, Entrega…

            La pregunta sería: ¿Cómo han operado en nosotros estas reflexiones? Quizás nos encontremos todavía en aquella postura en que el ángel encontró a aquellos a los discípulos de Jesús en el momento de la Ascensión: “¡Galileos! ¿Qué hacéis ahí parados mirando al Cielo?”. Pero, vale, hoy corresponde pararnos a profundizar en el tema que se nos propone en el VI Domingo de Pascua, es decir, en el Evangelio de San Juan 14,2329.

 Por qué el Señor Jesús exige a sus discípulos hacer lo ...

            “…El que me ama de verdad se mantendrá fiel a mi mensaje; mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y haremos en él nuestra morada. Por el contrario, el que no me ama no se mantiene fiel a mi mensaje. Y este mensaje que os transmito no es mío; es del Padre que me envió. Os he dicho todo esto durante el tiempo de mi permanencia entre vosotros.  Pero el Abogado, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis cuanto yo os he enseñado y os lo explicará todo.

Os dejo la paz, mi paz os doy. Una paz que no es la que el mundo da. No viváis angustiados ni tengáis miedo.  Ya habéis oído lo que os he dicho: “Me voy, pero volveré a estar con vosotros”. Si de verdad me amáis, debéis alegraros de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, por adelantado, para que, cuando suceda, no dudéis en creer.

 

COMENTARIO

Por D. Joaquín Núñez

 

            Hay textos de tal profundidad que uno piensa ¿Cómo explicar hoy lo que nos dice Jesús? “Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado”, lo que nos dice enseñándonos. ¿Quién quiere aprender?. Vivimos en una cultura atea, pero, como decía un ateo honrado, así y todo no podía decir que no era cristiano. Hay una carga cultural de dos milenios de cristianismo junto al monoteísmo judío, la filosofía griega bautizada por santo Tomas, san Agustín y las Universidades del medievo, que para eso surgieron, y el derecho Romano. Toda esa amalgama ha sido el lecho desde el que se nos define como cristianos, más que el evangelio que terminamos de leer.

            “El que me ama guardará mi palabra” ¿Amamos a Jesús fruto del conocimiento que se convierte en fe, por la caridad como amistad, último peldaño del amor de donación total al otro? Jesús es admirado por muchos según su ideología pero no amado, no se les puede pedir que “guarden su palabra”, no entienden que “el Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él“.

            La consecuencia es la masa de cristianos que no cumplimos su palabra. Defenderemos que tenemos fe, que somos cristianos, pero no amamos a Jesús. No tenemos la sensación, el sentimiento que mueve nuestro corazón cuando amamos a aquel de quien nos hemos enamorado. Esa es la santidad, la que hizo que Carlo Acutis, un adolescente de quince años, cumpliera la palabra de Jesús.

     El próximo domingo celebraremos la Ascensión de Jesús a los cielos, el ciclo de las apariciones de Jesús. “La Paz os dejo La Paz os doy” esa es su despedida, la paz fruto del perdón, fruto de ser misericordiosos, de luchar contra toda injusticia, no una paz después de una guerra, sino la que evita que haya guerras, la que nos hace bienaventurados, la que nos hace conscientes de que “seremos dioses” la tentación de siempre, pero siendo perdonadores, como es Dios.

    Jesús nos dice que “estará con nosotros hasta la consumación de los tiempos”, este es el estadio que cada uno tiene para dibujar su santidad, para amar y “guardar su palabra”. Él subió a los cielos y ha vuelto para cumplir su promesa: ”habitar en nosotros cuando amamos a Dios, cuando el Espíritu Santo nos hará sentir el mismo amor, la misma mirada, la misma ternura de Jesús ante todo tipo de pobreza “los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Mateo 11,5).

    Desearos un buen domingo de Pascua, que el Señor nos bendiga.

***

Eso mismo, de corazón, os deseo como siempre. Saludos cordiales,

Miguel Mira

dimarts, 20 de maig del 2025

HOMILIA LEON xIv

 En la eucaristía celebrada como inicio del ministerio petrino, S.S. León XIV pronunció la siguiente homilía:

He sido elegido sin ningún mérito": la humildad del papa ...

            Queridos hermanos cardenales, hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, distinguidas autoridades y miembros del Cuerpo diplomático,
Un saludo a los peregrinos que han venido con ocasión del Jubileo de las Cofradías.

            Hermanos y hermanas,

los saludo a todos con el corazón lleno de gratitud, al inicio del ministerio que me ha sido confiado. Escribía san Agustín: «Nos has hecho para ti, [Señor,] y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1,1.1).

En estos últimos días, hemos vivido un tiempo particularmente intenso. La muerte del Papa Francisco ha llenado de tristeza nuestros corazones y, en esas horas difíciles, nos hemos sentido como esas multitudes que el Evangelio describe «como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Precisamente en el día de Pascua recibimos su última bendición y, a la luz de la resurrección, afrontamos ese momento con la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida «como un pastor a su rebaño» (Jr 31,10).

            Con este espíritu de fe, el Colegio de los cardenales se reunió para el cónclave; llegando con historias personales y caminos diferentes, hemos puesto en las manos de Dios el deseo de elegir al nuevo sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy. Acompañados por sus oraciones, hemos experimentado la obra del Espíritu Santo, que ha sabido armonizar los distintos instrumentos musicales, haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón en una única melodía.

Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia.

            Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro.

            Nos lo narra ese pasaje del Evangelio que nos conduce al lago de Tiberíades, el mismo donde Jesús había comenzado la misión recibida del Padre: “pescar” a la humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte. Pasando por la orilla de ese lago, había llamado a Pedro y a los primeros discípulos a ser como Él “pescadores de hombres”; y ahora, después de la resurrección, les corresponde precisamente a ellos llevar adelante esta misión: no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios.

            ¿Cómo puede Pedro llevar a cabo esta tarea? El Evangelio nos dice que es posible sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación. Por eso, cuando es Jesús quien se dirige a Pedro, el Evangelio usa el verbo griego agapao —que se refiere al amor que Dios tiene por nosotros, a su entrega sin reservas ni cálculos—, diferente al verbo usado para la respuesta de Pedro, que en cambio describe el amor de amistad, que intercambiamos entre nosotros.

            Cuando Jesús le pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16), indica pues el amor del Padre. Es como si Jesús le dijera: sólo si has conocido y experimentado el amor de Dios, que nunca falla, podrás apacentar a mis corderos; sólo en el amor de Dios Padre podrás amar a tus hermanos “aún más”, es decir, hasta ofrecer la vida por ellos.

A Pedro, pues, se le confía la tarea de “amar aún más” y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús.

Él —afirma el mismo apóstol Pedro— «es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular» (Hch 4,11). Y si la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas (cf. 1 P 5,3); por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos.  Todos, en efecto, hemos sido constituidos «piedras vivas» (1 P 2,5), llamados con nuestro Bautismo a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de las diferencias. Como afirma san Agustín: «Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia» (Sermón 359,9).

Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado.

            En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo nosotros somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz.

            Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo.

            Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo, «¿no parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella entrara en vigor en la sociedad civil?» (Carta enc. Rerum novarum, 20).

            Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad.

            Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros.


 

 

 

dijous, 15 de maig del 2025

DISCURSO DEL PAPA y V Domingo de Pascua

 

Comenzaremos hoy por leer el emocionado y vehemente discurso del Papa León XIV frente a la plaza de San Pedro el día de su elección. Lo transcribo porque no solo es de sumo interés, sino porque también es objeto de algunas consideraciones en el comentario de nuestro amigo y colaborador D. Joaquín.

DISCURSO

             “¡La paz sea con todos vosotros!

            Queridos hermanos y hermanas: este es el primer saludo de Cristo resucitado, el Buen Pastor que ha dado la vida por el rebaño de Dios.

También yo quisiera que este saludo de paz llegue hasta vuestros corazones, que alcance a vuestras familias, a todas las personas, donde quiera que se encuentren, a todos los pueblos, a toda la tierra.

            La paz esté con vosotros.

            Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada, desarmante y también perseverante, que proviene de Dios, que nos ama a todos incondicionalmente. Todavía conservamos en nuestros oídos esa voz débil, pero siempre valiente, del Papa Francisco que bendecía a Roma.          El Papa que bendecía a Roma y también al mundo entero esa mañana del día de Pascua. Permitidme dar continuidad a esa misma bendición: que Dios os quiere mucho, Dios ama a todos y el mal no prevalecerá. Estamos todos en las manos de Dios.

Por lo tanto, sin miedo, unidos, mano a mano con Dios y entre nosotros, andemos adelante. Seamos discípulos de Cristo. Cristo nos precede. El mundo necesita de su luz; la humanidad necesita de Él como el puente para ser alcanzada por el amor de Dios. Ayudémonos los unos a los otros a construir puentes con el diálogo, el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo siempre en paz.

            Gracias al Papa Francisco.

            Quisiera agradecer a todos los hermanos cardenales que me han elegido para ser el sucesor de Pedro y caminar junto a vosotros como Iglesia unida, buscando siempre la paz, la justicia, trabajando como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo, para proclamar el Evangelio y ser misioneros.

Soy un hijo de San Agustín, agustino, que ha dicho: "Con vosotros soy cristiano y para vosotros, obispo". En este sentido, podemos todos caminar juntos hacia esa patria que Dios nos ha preparado.

            A la Iglesia de Roma, un saludo especial.

            Tenemos que buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes de diálogo, siempre dispuesta y abierta a recibir, como esta plaza, con los brazos abiertos a todos. A todos los que tienen necesidad de nuestra caridad, de nuestra presencia, de diálogo y amor.

            Y si me permiten, también una palabra, un saludo, de modo particular para todos aquellos de mi querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto, para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo.

            A todos vosotros, hermanos y hermanas, de Roma, de Italia y de todo el mundo. Queremos una Iglesia sinodal, que camine, que busque siempre la paz, que busque siempre la caridad, estar cerca de quienes sufren.

            Hoy, en el día de la Virgen de Pompeya, nuestra Madre María quiere caminar siempre con nosotros, estar cerca de nosotros, ayudarnos con su intercesión y su amor.

            Ahora quisiera rezar junto a vosotros por esta nueva misión, por toda la Iglesia, por la paz del mundo. Pidamos esta gracia especial de María, nuestra Madre.

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            Y, seguidamente, reflexionaremos sobre el evangelio que la Iglesia nos propone en el      V domingo de Pascua

 según San Juan 13, 31-33a. 34-35, breve pasaje que nos habla así del amor, cuando dice:

            “Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros.

            Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».

Breve comentario. -Este pasaje forma parte del discurso de despedida de Jesús en la Última Cena. A pesar de estar a punto de ser traicionado, Jesús habla de gloria, señalando que su entrega y muerte serán la manifestación plena del amor y del plan de Dios.

El "mandamiento nuevo" no es nuevo por el acto de amar, sino por el modo: "como yo os he amado", es decir, un amor total, que se entrega hasta el extremo. La señal del verdadero discípulo no es el conocimiento ni la observancia externa, sino el amor concreto y mutuo. Es una llamada a la comunidad cristiana a vivir un testimonio visible y radical de caridad

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Comentario, por D. Joaquín Núñez      

            El Papa León XIV, con voz potente, saludó a presentes y ausentes, al mundo entero, con  el saludo de Cristo Resucitado: “La Paz sea con vosotros”. Toda la plaza contestó al unísono: “Y con tu espíritu”, cada uno en su propia lengua.

     La Paz cristiana no es fruto de acuerdos, de cesiones, o de pactos. Es fruto del Amor, del perdón que olvida y que tiene como fuente aquellas palabras del Sermón de la Montaña: “bienaventurados los que procuran por la paz, porque ellos serán hijos de Dios”. El amor generoso del Padre del hijo pródigo, el amor del buen Samaritano, el del Buen Pastor que da su vida en rescate de todos, de todos los hijos de Dios; y, como dijo en su discurso,   esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada, desarmante y también perseverante, que proviene de Dios, que nos ama a todos incondicionalmente.

San Agustín, el Doctor de la gracia, que como converso, igual que Pablo, se enamoró de Cristo, que buscó la Verdad en todos los sitios sin quedar satisfecho en ninguno, la encuentra en Dios. Él exclama: “Tu Señor, nos hiciste para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Hoy vivimos sin otra inquietud que no sea la de la riqueza, el poder y un protagonismo vanidoso que no se satisface nunca.

    El capítulo 13 de San Juan, cuyo evangelio terminamos de leer, todo él se sintetiza en “haced memoria de mi”. Es en toda su riqueza lo que hemos de tener en nuestra memoria para convivir con Él. La memoria no es un recuerdo, es una presencia, es un sacramento. Son sus palabras: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28,16.ss).

    San Agustín se pregunta y dice: “¿En la ley antigua, no estaba escrito “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”?. ¿Por qué lo llama nuevo?”. Responde san Agustín “¿No será que es nuevo porque nos viste del hombre nuevo después de despojarnos del antiguo?“ (tratado 65, 1-3). San Agustín se lo planea y los comentaristas de hoy le dirían “porque amamos con el mismo amor de Dios, el mismo amor de Jesús”, “amaos como yo os he amado”. Jesús nos advierte: “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”.

     Hoy el Papa es consciente, como nosotros, de que no somos testigos de Cristo, de que los millones de católicos no corresponden a millones de cristianos que nos amamos como Jesús nos ama. ¿Estamos vestidos de la vestidura blanca de nuestro bautismo? Podríamos preguntarnos en qué proporción nuestra falta de amor cierra las puertas. “¡Hay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que cerráis el reino de los cielos delante de los hombres, pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando!”.(Mt. 23,13 ).

     Todo esto lo tiene muy claro El Papa León XIV, no vendrá con un látigo, ni condenas, ni excomuniones, vendrá con mucha paciencia, como la de Jesús, tal y como le hemos oído. Como buen hijo de san Agustín nos enseñará a “buscar nuestro descanso en Dios”. Nosotros hemos de ser conscientes de esta evidencia, no excusarnos de la falta de amor de los demás, de los escándalos de una Iglesia pecadora, de los nuestros propios.

     Feliz domingo V de Pascua, amémonos como Jesús nos ha enseñado.

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 Reitero que en el blog, al final de la entrada hay un espacio donde introducir algún comentario, así como si alguien desea publicar algún asunto de interés, puede enviárnoslo a través de nazarenoxativa@hotmail.com y lo publicaremos. Os deseo un buen fin de semana. Saludos, Miguel