Las bienaventuranzas son de alguna manera el carné de identidad del
cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús. Estamos llamados a ser
bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los dolores y angustias de
nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús. Así, podríamos señalar nuevas
situaciones para vivirlas con el espíritu renovado y siempre actual:
- Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón;
- Bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía;
- Bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran;
- Bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común;
- Bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros;
- Bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos...
Todos ellos son portadores de la misericordia y ternura de Dios, y
recibirán ciertamente de él la recompensa merecida.
Queridos hermanos y hermanas, la llamada a la santidad es para todos y
hay que recibirla del Señor con espíritu de fe. Los santos nos alientan con su
vida e intercesión ante Dios, y nosotros nos necesitamos unos a otros para
hacernos santos. Juntos pidamos la gracia de acoger con alegría esta llamada y
trabajar unidos para llevarla a plenitud. A nuestra Madre del cielo,
Reina de todos los Santos, le encomendamos nuestras intenciones y el diálogo en
busca de la plena comunión de todos los cristianos, para que seamos bendecidos
en nuestros esfuerzos y alcancemos la santidad en la unidad.
Saludos, M. Mira
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