Comentario al Evangelio de Domingo XXIV del ciclo C, Festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, por D. Joaquín Núñez Morant
El pasaje de San Juan 3, 13-17 al que corresponde el comentario dice, según la traducción de la Biblia de Jerusalén:
13 Nadie ha subido al cielo, sino el que
bajó del cielo, el Hijo del hombre.
14 Y lo mismo que
Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del
hombre,
15
para que todo el que cree tenga por él vida eterna.
16
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que
cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
17
Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para
que el mundo se salve por él.
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Esta semana el páter se centra casi exclusivamente en la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, pensando en la importancia de ese signo de redención, que en nuestro caso se nos muestra cargado a cuestas por Cristo camino del Calvario o se adora el Viernes Santo en los oficios propios del día o se muestra con el propio Jesús clavado a ella para nuestra redención. En cualquier caso, siempre nos da pie su comentario para reflexionar sobre nuestra postura personal y sobre nuestra coherencia y total conformidad respecto a la llamada insistente del propio Cristo a que tomemos la nuestra y le sigamos. Podemos si queremos, podemos si no cejamos en nuestro empeño pidiendo a Jesús Nazareno: Señor, ven en mi auxilio, date prisa en socorrerme. Señor: tú que no has pedido al Padre que nos saque del mundo sino que nos guarde del mal, dadnos vuestra luz y vuestra gracia, para que, superando nuestras flaqueza y conscientes de nuestros deberes, seamos capaces de ser testimonio de amor y solidaridad con los demás. Pero leamos aquello que nos dice D. Joaquín. Saludos, M. Mira
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REFLEXIÓN
Esta fiesta se instituyó en el año 627, cuando el Emperador Heraclio venció al rey de Persia, que en el año 614 robó el tesoro más preciado para los cristianos de Jerusalén: la Vera Cruz, es decir, la cruz que la emperatriz
Santa Elena descubrió el 14 de septiembre del año 320, cuya reliquia, en una solemne ceremonia, fue entronizada el día 14 de septiembre del año 333 en el Templo dedicado a la Resurrección el día anterior, es decir, el 13 del mismo mes y año.
En el calendario tenemos tres fechas dedicadas a la Santa Cruz: el viernes Santo, el 3 de mayo, donde festejamos el día en que Santa Elena encontró la Vera Cruz y el día 14 de septiembre, día de la consagración de la Basílica Constantiniana del Santo Sepulcro.
Es hermoso dar comienzo a este nuevo curso con una fiesta tan señalada para todos nosotros, como es la Cruz con la que nos signamos y bendecimos, como cristianos, cualquier quehacer en el día a día de nuestra vida.
Para el Papa Benedicto XVI, la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, subraya la sabiduría revelada en la Cruz, que no es un descenso a lo más bajo, como creían los primeros cristianos, por ser un patíbulo vergonzoso que les humillaba, sino un ascenso que salva al mundo. Para el Papa Ratzinger, la Cruz es la manifestación del amor de Dios que no juzga, sino, que salva al mundo a través de la fe en su Hijo, quien se hace uno con la miseria humana para elevarla.
Jesús dice a Nicodemo y a nosotros también, que al actuar de otra manera no negamos la fe, la guardamos y atendemos otros intereses más lucrativos, pero perecederos, “nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre”. Algunas veces, la mayoría, solo nos sirven para nuestros egoísmos, olvidando que también nos pueden valer para la Vida eterna si nos sirven, como nos decía el Papa Benedicto, para ser solidarios.
Además, la Cruz de nuestra vida, nos hace participes de la Cruz de Jesús, que es el evangelio entero.
Odio reducir la palabra Cruz a sufrimiento; la vida de Carlo Acutis, que el Papa Leon XIV canonizó el domingo pasado, siempre fue un cielo, una felicidad, siendo buen samaritano o cirineo de cruces ajenas. Tanto San Carlo como san Pierluigi, no carecían de nada, eran felices, podían vivir de una fe que les satisfacía, pero descubrían en quienes arrastraban cruces insoportables hasta para al mismo Cristo.
También nosotros hemos de ser esos buenos samaritanos o cireneos. San Carlo Acutis decía que la Eucaristía era la autopista para llegar al cielo. Él pensó siempre en aquellos, los que no tenían causa aparente de la cruz que llevaban a cuestas, pero que nosotros sabemos de sus circunstancias penosas. O es nuestro egoísmo o es nuestra solidaridad la que nos acerca o aleja a los demás.
Es hermoso y lo sabemos por experiencia, que podemos llevar nuestra cruz, ser cireneos de quien no puede arrastrar la suya en una circunstancia concreta. Cuántos santos hay, que todos conocemos, que visitaban enfermos, que ayudaban en su pobreza, en su soledad, en su desamor. Lo que significan huérfanos y viudas de la Iglesia primitiva.
Que los santos diáconos san Esteban y san Lorenzo nos enseñen a socorrer cruces ajenas.
Que nuestra esperanza se apoye en las palabras últimas de Jesús, de este Evangelio: “Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.
Feliz domingo, que el Señor nos dé su gracia para saber que es nuestro Tesoro que dura hasta la Vida Eterna.
Que la Virgen del Buen Consejo nos indique el buen Camino.
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VATICAN NEWS. PALABRA DE VIDA
De esa publicación, el propio Joaquín Núñez me pssó el enlace y pienso que no debemos perdernos las palabras del Papa Francisco a quien Dios haya, referidas en una homilía de 2022 a la Santísima Cruz. Es claro que al referirse a la Cruz, fija más atención sobre el conocido pasaje de del libro de los Números (21, 4-9), que es la primera lectura del propio Domingo XXIV, que transcribo:
“En aquellos días, el pueblo se impacientó y
murmuró contra Dios y contra Moisés, diciendo: "¿Para qué nos sacaste de
Egipto? ¿Para que muriéramos en el desierto? No tenemos pan ni agua y ya
estamos hastiados de esta miserable comida"
Entonces envió Dios contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían, y
murieron muchos israelitas. El pueblo acudió a Moisés y le dijo: "Hemos
pecado al murmurar contra el Señor y contra ti. Ruega al Señor que aparte de
nosotros las serpientes". Moisés rogó al Señor por el pueblo y el Señor le
respondió: "Haz una serpiente como ésas y levántala en un palo. El que
haya sido mordido por las serpientes y mire la que tú hagas, vivirá".
Moisés hizo una serpiente de bronce y la levantó en un palo; y si alguno era
mordido y miraba la serpiente de bronce, quedaba curado.”
COMENTARIO
«De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna» (Jn 3,14-15). Este es el cambio radical, ha llegado a nosotros la serpiente que salva: Jesús, que, elevado sobre el mástil de la cruz, no permite que las serpientes venenosas que nos acechan nos conduzcan a la muerte. Ante nuestras bajezas, Dios nos da una nueva estatura; si tenemos la mirada puesta en Jesús, las mordeduras del mal no pueden ya dominarnos, porque Él, en la cruz, ha tomado sobre sí el veneno del pecado y de la muerte, y ha derrotado su poder destructivo. Esto es lo que ha hecho el Padre ante la difusión del mal en el mundo; nos ha dado a Jesús, que se ha hecho cercano a nosotros como nunca habríamos podido imaginar: «A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro» (2 Co 5,21). Esta es la infinita grandeza de la divina misericordia: Jesús que se ha “identificado con el pecado” en favor nuestro, Jesús que sobre la cruz —podríamos decir— “se ha hecho serpiente” para que, mirándolo a Él, podamos resistir las mordeduras venenosas de las serpientes malignas que nos atacan.
Hermanos y hermanas, este es el camino, el camino de nuestra salvación, de nuestro renacimiento y resurrección: mirar a Jesús crucificado. Desde esa altura podemos ver nuestra vida y la historia de nuestros pueblos de un modo nuevo. Porque desde la Cruz de Cristo aprendemos el amor, no el odio; aprendemos la compasión, no la indiferencia; aprendemos el perdón, no la venganza. Los brazos extendidos de Jesús son el tierno abrazo con el que Dios quiere acogernos. Y nos muestran la fraternidad que estamos llamados a vivir entre nosotros y con todos. Nos indican el camino, el camino cristiano; no el de la imposición y la coacción, del poder o de la relevancia, nunca el camino que empuña la cruz de Cristo contra los demás hermanos y hermanas por quienes Él ha dado la vida. El camino de Jesús, el camino de la salvación es otro: es el camino del amor humilde, gratuito y universal, sin condiciones y sin “peros”.
En Xàtiva, a 10 de septiembre de 2025