El día 2 de Septiembre, a sus casi noventa y cinco años de edad, nos dejó nuestro Hermano Mayor Honorario. El Señor le deparó una larga vida y la oportunidad de adquirir una vasta experiencia, una cultura más que envidiable, y un singular modo de conseguir, por su trato afable, liso y llano, amigos en todas partes. Lo sé de ciencia propia. Rafael Gil fue mi amigo; y con él, a causa de nuestra profesión, pasé muchas horas. Compartimos éxitos y algún que otro fiasco. Y ambos discrepamos en muchas cuestiones; historia y tradición contaban para él como ley inalterable; yo, con mi respeto hacia hisoria y tradición, he sido más pragmático. Discutimos, claro está; pero, a la postre, cuando se apercibía de que para tomar determinadas decisiones exigidas por los nuevos tiempos y se conencía de que era conveniente flexibilizar conceptos en aras a la concordia y, así, se podía favorecer la consecución de objetivos prioritarios, después de su concienzuda reflexión, cedía por el bien general, tratando de mantener y salvaguardar lo que fuera digno de respeto. Todos sabemos de su excepcional amor por nuestra Semana Santa; y su decidida toma de postura al finalizar la contienda del treinta y seis, junto con otras personas decididas a reavivar la religiosidad popular mediante la recuperación de las procesiones representativas de la Pasión y Muerte de Jesús, como lo fueron D. Carlos Sarthou, D. José Reig y tantos otros, con la anuencia del recordado Abad D. Juan Vayá, permitió, paso a paso, ir retomando el pulso a aquellas tradiciones, recomponiendo asociaciones veteranas, de histórico arraigo, trayendo a luz otras de nueva creación...
Sabéis de su entrañable vinculación a la Cofradía de la Purísima Sangre de Cristo; de su íntima afección por Jesús Nazareno. En ambas asociaciones ostentó, de abajo a arriba, todos los cargos posibles; y en este último tramo de su vida fue Síndico Presidente de la Purísima Sangre y Hermano Mayor Honorario de la Hermandad de Portadores de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Y precisamente esos dos últimamente citados cargos le fueron atribuidos a consecuencia de haber sido artífice, con sus respectivas juntas directivas, de la reforma y actualización de sus estatutos. Y esa es una cuestión que merece mención expresa, al igual que su participación en la modificación de la norma reglamentaria de la Hermandad de Cofradías de la Semana Santa, en cuya Comisión de Estatutos inrtervino de forma activa.
Nuestro Hermano Mayor nos legó su bonhomía.
Le recordaremos con todo afecto, con sincero afecto.
In memoriam. Miguel Mira Manzanaro
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