dilluns, 6 de gener del 2020

LO CONTARÉ A MI MANERA


…Y EL NIÑO DIOS NOS SONREIRÁ…

            …Como a ese pastorcillo que solo pudo ofrecerle su canto de amor.
            Lo hemos escuchado una y otra vez estas Navidades y las anteriores y las anteriores… y, seguramente, en las venideras
            En paralelo, paro mientes, y os lo cuento a mi manera, en una leyenda muy hermosa, que el Papa Francisco relató en su homilía durante la Misa de Nochebuena y quiero compartir  por ser óptima para sacar conclusiones en este tiempo litúrgico que ya va concluyendo, ocurrió que:
            En una noche sin posada y en un humilde pesebre, María dio a luz al Salvador, al Mesías, al Señor, y el cielo, en jubilosa eclosión, clamó en boca de una legión de ángeles el cántico anunciador de la buena noticia; y, en la noche, llegó primero a los más humildes y sencillos de la tierra, a los pastores que velaban a la guarda de su ganado; y ellos fueron los primeros en dar respuesta, los más diligentes en acudir jubilosos al Portal para ver a su Rey; y le traían presentes, humildes como ellos, pero amorosamente improvisados por la premura de la llamada de aquellos ángeles; y se agolpaban a las puertas de aquel pesebre, donde  María tenía en brazos al recién nacido. José se hacía cargo de los regalos de aquella inquieta turba: una hogaza, unos huevos, una tórtola, un queso, unas bayas…, y la Virgen se asombraba de tanto parabién; pero se dio cuenta de que allá, en un rincón, uno de aquellos pastores se esforzaba por ver al Niño, pero no se acercaba; y es que no llevaba nada en sus manos y no se atrevía a acercarse, sin duda, por no quedar mal. María quiso ayudar a su esposo que no daba abasto, y llamó al pastorcillo; éste se acercó y Ella le puso a Jesús en sus brazos. Podéis imaginar la sorpresa de aquel muchacho, que cuando sintió a Dios en sus manos, desbordó en ternura con un desbordante sentimiento de amor agradecido;  pero no se reservó para sí ese gozo. Enseñaba a sus compañeros aquella criatura hermosa que se le había confiado para que le besaran y vieran la grandeza de aquel que habían venido a adorar atendiendo el canto de los ángeles que le glorificaban en lo alto.
            Quizás nosotros podríamos compararnos con aquel pobre pastor de la leyenda que nos contó Francisco. Y quizás debiéramos pensar que sabiendo como sabemos que María, aunque a veces nos acercamos a ella sin nada importante que ofrecerle, ha puesto a Jesús en nuestros brazos para que proclamemos ante todos y ante todo que el mayor presente que agrada a su Hijo es nuestro corazón limpio, y ese viejo tambor de nuestra ajetreada vida, que va mostrando  a los demás que el Salvador, el Mesías, el Señor, ha nacido para todos; y nuestro esfuerzo en ponerlo de manifiesto con nuestros actos de amor ante cuanto nos rodea, podrá alcanzar a ver  cómo el Niño Dios nos mira y nos sonríe…
            Vuestro, Miguel Mira. FELIZ AÑO.