¡RESURREXIT!
Aunque seguidamente os transcribiré la reflexión para el II Domingo de Pascua, quiero introducir este preámbulo, porque la escena que aquí os trascribo me parece motivo de consideración un pasaje con enjundia más que suficiente para meditar y tan importante como enternecedor. Se trata del encuentro de María Magdalena con Jesús Resucitado:
“Evangelio de Juan, capítulo 20, versículos 11 al 18”
“María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto...
Se volvió y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús.
Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo recogeré.
Y Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro).
Jesús le dijo: No me detengas, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.”
Imaginaos la escena: La Magdalena está llorando desconsolada, con el alma rota porque ha desaparecido de su tumba el Maestro a quien tanto amó y tanto le debió, con el rostro descompuesto le pregunta a aquel hombre que tiene delante ¿Te lo has llevado tú…? Yo veo el rostro de Jesús, sereno, hermoso, compadecido y con una sonrisa de amor pleno hacia aquella mujer que le da cuenta de su desvalimiento… Y oigo aquella expresión de cariño con voz dulce y entrañable: ¡María!... Y veo a María abrazarse a los pies del Maestro amado… ¡Raboni!... ¡Qué ternura! No tengo capacidad para expresar la emoción de ese instante y la explosión de júbilo de aquella María Magdalena que tanto bien había recibido del Señor y, así, con un júbilo inenarrable por haber visto a su Mesías radiante, la veo correr cuanto pudo a transmitir el anuncio recibido… ¡He visto al Señor…!
Me pregunto si nosotros alguna vez hemos tenido delante al Señor y hemos pasado de largo o, como más abajo dice el comentario del II Domingo, ¡Cuántas veces ha llamado a nuestra Puerta el Señor y ni siquiera la hemos entreabierto…
Cordialmente, Migel M ira
SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA
Aparición de Jesús a los discípulos
- Al
atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas
del lugar donde se hallaban los discípulos por miedo a los judíos, se
presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:
—Paz a vosotros. - Y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor.
- Jesús
les dijo otra vez:
—Paz a vosotros. Como el Padre me envió, así os envío yo. - Y
habiendo dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
—Recibid el Espíritu Santo. - A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos.
Incredulidad de Tomás
- Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
- Le
dijeron, pues, los otros discípulos:
—Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
—Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y no meto mi dedo en el lugar de los clavos, y no meto mi mano en su costado, no creeré. - Ocho
días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y Tomás con ellos.
Estando las puertas cerradas, se presentó Jesús en medio y dijo:
—Paz a vosotros. - Luego
dijo a Tomás:
—Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente. - Tomás
respondió y dijo:
—¡Señor mío y Dios mío! - Jesús
le dijo:
—Porque me has visto, has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.
Conclusión del evangelio
- Jesús hizo en presencia de sus discípulos muchas otras señales que no están escritas en este libro.
- Estas
han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios,
y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.
Comentario
Jesús muestra sys manos a Tomás
Hay una frase que recorre toda la Historia de la Iglesia, la primera que encontramos en el Evangelio que terminamos de leer que contiene dos expresiones: el miedo y la reclusión con las puertas cerradas. Pensemos que la Comunidad de Juan, que él nos describe, es una comunidad del siglo segundo. Una comunidad de segunda o tercera generación, que saben de Jesús por testigos que no lo conocieron, pero sabían de Él gracias al testimonio de otros que sí lo conocieron. Estamos al principio del siglo segundo, pero es que desde entonces hasta hoy se han mantenido el miedo y la cerrazón como un medio de defensa. No creo que descubra ahora que la Iglesia de hoy sea una Iglesia llena de miedos, una Iglesia que es capaz de dudar de la pastoral del Papa, de sus enseñanzas y de su Misericordia. Ese miedo, a lo largo de la Historia, nos ha hecho ir a rastras de avances que ha asumido muchas verdades previamente tenidas como herejías.
Una Iglesia, una comunidad cerrada a cal y canto como aquella que se recluía con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Sin embargo, en medio de ella se presenta Jesús. El Señor estará siempre en medio de esa Iglesia porque es una empresa suya “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28: 16-20). Está en esta ocasión Tomas, el que necesita meter su mano en el costado y sus dedos en los agujeros de los clavos para creer. Su fe depende de la evidencia. San Juan lo llama “gemelo” o “mellizo” ¿de quién? Los biblistas dicen que todos somos gemelos de Tomás. Tenemos sus mismas dudas, queremos las mismas evidencias para creer y compartir la fe de nuestros hermanos, queremos pruebas de aquello en que cree la Iglesia.
El quehacer más hermoso que Jesús encarga a la comunidad, como enviada a anunciar la Buena Noticia, es el perdón, para alcanzar La Paz. Solo así seremos hijos de Dios.
Nuestro hermano Mellizo, como llama Juan a Tomas, el que tiene nuestras mismas dudas, encuentra en la comunidad lo que él busca, al Señor que le presenta sus manos, las mismas manos que devolvieron la Vida a Lázaro o al hijo de la viuda de Naín, las mismas que tocaron y curaron leprosos, ciegos y acariciaron niños, unas manos llenas de amor para mimar, para curar, para enseñar, para darse a sí mismo “tomad y comed; tomad y bebed” (Mt.26;26).
Nuestras manos ¿cómo están?, ¿para qué las usamos?, ¿para acariciar o maldecir?, ¿para denunciar las injusticias, para condenarlas o mirar a quien nos necesita para atenderlo? Para llenarlas de obras de amor y ofrecérselas al Señor gratis, a cambio de nada, sólo su sonrisa de Padre bueno; diciendo humildemente: ¡Señor mío y Dios mío!
San Juan termina su evangelio con estas palabras: “…para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.”
Que el Señor Jesús se nos manifieste y nos diga: “trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Felices pascuas a todos y todas y el Señor resucitado nos bendiga.
Joaquín Núñez Morant