A 25 de Septiembre de 2025
Hola, amigos.
Otro fin de semana, y ya hemos dejado atrás el verano, pero seguimos con las puertas abiertas a La Palabra. Me interesa introducir una breve referencia al comentario insertado en la entrada de la semana anterior, es decir, aquel que nos emplaza seriamente a servir a Dios y no al dinero, ese ídolo que a veces nos deslumbra y nos desvía del camino recto; pero, en concreto, quiero referirme a la parte intermedia del texto de San Lucas, cuando el dueño de cualquiera que fuese el negocio, alabando al administrador injusto por su astucia al falsear recibos y procurarse una salida conveniente a sus propios intereses. Es cierto que ese párrafo parece un tanto confuso, pues que nos invita a ser tan astutos como aquel administrador injusto. Lo comenté con nuestro querido amigo y colaborador y, a mi entender, lo dejó claro en dos palabras:
Quiere decir el Señor que son más astutos los malo y más cándidos los buenos.
¡Ojalá fuéramos tan astutos como los malos para hacer el bien. Así de simple.
***
DOMINGO XXVI del Tiempo Ordinario,
Ciclo C
Lucas 16, 19-31
"En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces Y además entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros”.
El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento”. Abráhán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. El rico contestó: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.”
Comentario
Por D. Joaquín Núñez
Este pasaje del rico Epulón y el pobre Lázaro solo lo encontramos en San Lucas y, sin embargo, es comentado por los Padres de los primeros siglos, desde Beda, el Venerable, a San Gregorio Magno, así como por San Ambrosio, maestro de San Agustín; lo cual, nos demuestra la realidad de un pecado habitual en una comunidad que había dicho sí a Cristo. Los Santos Padres son concordes en que Epulón no se pierde por sus riquezas, ni Lázaro se salva por su pobreza. La riqueza de Epulón solo le sirve para aumentar su orgullo y desprecio hacia Lázaro, su falta de solidaridad y de misericordia hacia los inferiores.
San Lucas intenta erradicar de su comunidad lo que incluso hoy perdura en nuestras comunidades. El cristianismo no es un culto de alabanza a Dios al estilo judaico del cumplimiento de la Ley mosaica. Como podemos comprobar tras su lectura, en este pasaje, obviamente dirigido a judíos, no encontramos ninguna referencia ni a Dios ni a Jesús ni a cielos ni a infiernos, porque es una clara condena a los judaizantes de ayer y de hoy. No podemos hacer de la vida cristiana un rito vacío de toda identidad con Cristo.
Los Santos Padres (prefiero hoy referirme hoy a san Ambrosio), nos han dejado un poso doctrinal que ha venido configurando nuestras homilías. Me ha parecido bien porque él, gobernador de Milán, siendo un seglar, dominaba la doctrina antes de ser aclamado obispo, un seglar conocedor de su fe, comprometido con ella, un hombre de vasta cultura y funcionario del Imperio, que dominaba el mensaje de Jesús, siendo, como he dicho, maestro de san Agustín, a quien bautizo; otro funcionario del emperador en cuyo nombre hablaba con su gran elocuencia. Decía Ambrosio: “…lo que sigue da a conocer la insolencia y la vanidad de los ricos por señales evidentes”. “Y de tal modo se olvidan de la condición humana, que, como si fueran de una naturaleza superior, encuentran en las miserias de los pobres un incentivo a su voluptuosidad y se burlan del indigente, insultan al necesitado y despojan a aquellos de quienes se debe tener compasión”. Son palabras muy duras que el Santo predica en su catedral de Milán. Nosotros no seremos tan duros, pero comprendemos la indignación del santo Obispo ante la realidad de quien separa lo religioso y lo vital, de quien cumple lo mandado por la Iglesia en lo que se refiere al culto, y olvida la vida de la Iglesia, cuya piedra angular es la Caridad en todos sus aspectos. Pobre es todo aquel que precisa algo que nosotros tenemos y de lo que él carece. Pobres no solo son los Lazaros que nos rodean.
“Padre Abraham ten piedad de mi”, clama Epulón en el hades (lugar del inframundo, mal poner infierno). Ten piedad de mí… Hijo recuerda que recibiste bienes… y Lázaro males… y por eso encuentra aquí consuelo… y tú padeces. Epulón hace un ruego: avisar a sus hermanos; “Tienen a Moisés y los profetas, que los escuchen”.
Y ahora el gran argumento usado por tantos cristianos y que evidencia su judaísmo:
La gran mayoría en tiempos de Lucas e incluso hoy querría un milagro (Epulón pide nada más y nada menos que resucite a un muerto que sirva de mensajero para su familia), un milagro, digo, para afianzar su fe porque no creía o no cree en la resurrección.
Por ello, el evangelista echa en cara a los cristianos de entonces y de hoy que el gran milagro es la Resurrección de un muerto, Cristo. San Pablo mantiene el mismo argumento, ya que una cosa es la filosofía cristiana y otra la fe en Cristo:
“Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra FE”. Nosotros, cristianos, así pues, tenemos el tesoro de una Resurrección: la de nuestro Salvador, y así y todo, hay quien no cree.
Lo más importante para nosotros hoy es dejar claro que en una comunidad cristiana todos somos iguales en la alabanza, en el catequizar, en aprender y en enseñar, en el dar y el recibir y, sobre todo, en Él, amarnos unos a otros creyendo en el gran milagro, la Resurrección de Jesús. Una comunidad que no judaíce, que no justifique su fe en pertenecer a una parroquia en su aspecto litúrgico, sino en su caridad.
Feliz domingo a todos/as, que el Señor nos bendiga y nos aleje de todo orgullo por lo que tenemos o ambicionamos, y aprendamos a compartir con quien nos necesita. Que la Virgen del Buen Consejo nos dé su buen saber para dar respuesta a quien busca y no halla.
***
¡Feliz finde!
Saludos cordiales, Miguel Mira
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada