Querido
D. Juan:
Desde hace unos días, ha vuelto a
nuestra memoria aquel gozoso tiempo, como lo fue para algunos de nosotros, el
decenio de los cuarenta del pasado siglo y algunos años más. Yo tenía doce o
trece años (tercero de bachiller), cuando de la mano de dos compañeros de curso
aterricé en el grupo de “aspirantes” de Acción Católica de la Parroquia de
Santa María.
Un día a la semana se desarrollaba el
círculo de estudios. Recuerdo que uno de los temarios se basó en el libro de
Monseñor Tihamer Thot “Energía y pureza”…
El Señor Abad venía a las reuniones y nos animaba con sus consejos. Más
tarde, con la llegada de D. José Cerveró como vicario, fue éste quien se hizo
cargo de la juventud. Pero si algo he de destacar es el ambiente de camaradería
y cordialidad que reinaba en aquella casona de la calle de San Agustín, con la
Señora Lola de guardesa y una algarabía que, casi a diario, armábamos chicos y
chicas, jugando al futbolín (no sé de dónde lo consiguió VD., D. Juan) y, cómo
no, ensayando alguna función de teatro. Así era. El Cuadro Esplai, dirigido por
José Pérez Codina (ya sabe, nuestro delegado) nos procuraba diversión y
divertía a nuestro generoso público en cada sesión, a cuál con más asistencia.
Los primeros en acudir eran Vd. mismo y su señora hermana, siempre ocupando los
mismos asientos. Desde el escenario, le veíamos reir a gusto, como a todos. Y
es que lo hacíamos bastante bien interpretando pasos de comedia de Ramos
Carrión y Vital Aza, en castellano, o Peris Celda y un largo etcétera en valenciano.
Y allí fuimos creciendo hasta que llegó la época de los estudios
universitarios, unos, o del trabajo, otros. De aquel elenco, querido D. Juan,
todavía quedamos algunos: Fina, Cloti, Juli, Mari Carmen… De los chicos, Sento José
Manuel, Ismael, Vicente, Pedro, yo mismo y el propio Pérez Codina… Otros ya se
fueron…
Aquella era nuestra casa, allí conocí a
mi esposa, precisamente en aquellas partidas de futbolín y también porque raro
era el día en que no nos viéramos en la capilla, donde al atardecer,
celebrábamos con Vd. un sencillo acto eucarístico, que acababa con la bendición
con el santísimo, que también Vd. nos impartía.
Inolvidables años de juventud. Aquella
casona fue testigo de nuestras inquietudes, de nuestras ilusiones, de nuestras
actividades, de nuestras preocupaciones (no demasiadas por aquel entonces).
Allí nació para algunos la vocación al sacerdocio, para otros el amor que
después se bendijo con el matrimonio y somos ya pocos quienes todavía podemos
recordarle juntos.
Ya lo ve, D. Juan, estamos
envejeciendo, pero todavía quedan lazos de amistad, aunque se haya perdido más
o menos el contacto, porque la vida a cada cual nos ha reservado una ruta, un
lugar, un tiempo... Y nunca ninguno de
todos pudo permanecer indiferente al recordar aquellos años, aquella comunidad
parroquial. Y mirándonos con gozo, Vd. rezaba con nosotros, compartía nuestra
alegría desbordante, e incluso presidía, con la comisión y corte de honor, la cremà de aquella falla, ocurrencia de
Salvador Laguía, que plantamos en el patio para regocijo de propios y estraños…Oh temporas…!
D. Juan: ahora reposan sus restos en un lugar
excepcional. Sin duda, tan cerca como está del Santísimo –Oh sacrum convivium…-, nos seguirá impartiendo, al atardecer de
cada día, su eucarística bendición.
Querido Señor Abad: gracias por todo.
Rogad por nosotros.
Remite: Miguel Mira
Remite: Miguel Mira
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