dilluns, 6 de juliol del 2015

RECORDANDO A D. JUAN VAYÁ



Querido D. Juan:

         Desde hace unos días, ha vuelto a nuestra memoria aquel gozoso tiempo, como lo fue para algunos de nosotros, el decenio de los cuarenta del pasado siglo y algunos años más. Yo tenía doce o trece años (tercero de bachiller), cuando de la mano de dos compañeros de curso aterricé en el grupo de “aspirantes” de Acción Católica de la Parroquia de Santa María.

         Un día a la semana se desarrollaba el círculo de estudios. Recuerdo que uno de los temarios se basó en el libro de Monseñor Tihamer Thot “Energía y pureza”… El Señor Abad venía a las reuniones y nos animaba con sus consejos. Más tarde, con la llegada de D. José Cerveró como vicario, fue éste quien se hizo cargo de la juventud. Pero si algo he de destacar es el ambiente de camaradería y cordialidad que reinaba en aquella casona de la calle de San Agustín, con la Señora Lola de guardesa y una algarabía que, casi a diario, armábamos chicos y chicas, jugando al futbolín (no sé de dónde lo consiguió VD., D. Juan) y, cómo no, ensayando alguna función de teatro. Así era. El Cuadro Esplai, dirigido por José Pérez Codina (ya sabe, nuestro delegado) nos procuraba diversión y divertía a nuestro generoso público en cada sesión, a cuál con más asistencia. Los primeros en acudir eran Vd. mismo y su señora hermana, siempre ocupando los mismos asientos. Desde el escenario, le veíamos reir a gusto, como a todos. Y es que lo hacíamos bastante bien interpretando pasos de comedia de Ramos Carrión y Vital Aza, en castellano, o Peris Celda y un largo etcétera en valenciano. Y allí fuimos creciendo hasta que llegó la época de los estudios universitarios, unos, o del trabajo, otros. De aquel elenco, querido D. Juan, todavía quedamos algunos: Fina, Cloti, Juli, Mari Carmen… De los chicos, Sento José Manuel, Ismael, Vicente, Pedro, yo mismo y el propio Pérez Codina… Otros ya se fueron…

         Aquella era nuestra casa, allí conocí a mi esposa, precisamente en aquellas partidas de futbolín y también porque raro era el día en que no nos viéramos en la capilla, donde al atardecer, celebrábamos con Vd. un sencillo acto eucarístico, que acababa con la bendición con el santísimo, que también Vd. nos impartía.

         Inolvidables años de juventud. Aquella casona fue testigo de nuestras inquietudes, de nuestras ilusiones, de nuestras actividades, de nuestras preocupaciones (no demasiadas por aquel entonces). Allí nació para algunos la vocación al sacerdocio, para otros el amor que después se bendijo con el matrimonio y somos ya pocos quienes todavía podemos recordarle juntos.  

         Ya lo ve, D. Juan, estamos envejeciendo, pero todavía quedan lazos de amistad, aunque se haya perdido más o menos el contacto, porque la vida a cada cual nos ha reservado una ruta, un lugar, un tiempo... Y nunca   ninguno de todos pudo permanecer indiferente al recordar aquellos años, aquella comunidad parroquial. Y mirándonos con gozo, Vd. rezaba con nosotros, compartía nuestra alegría desbordante, e incluso presidía, con la comisión y corte de honor, la cremà de aquella falla, ocurrencia de Salvador Laguía, que plantamos en el patio para regocijo de propios y estraños…Oh temporas…!

         D. Juan: ahora reposan sus restos en un lugar excepcional. Sin duda, tan cerca como está del Santísimo –Oh sacrum convivium…-, nos seguirá impartiendo, al atardecer de cada día, su eucarística bendición.

         Querido Señor Abad: gracias por todo. Rogad por nosotros.
              Remite: Miguel Mira