dimecres, 13 d’agost del 2025

EN LA SUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA

Parece oportuno que en vísperas de fiesta tan arraigada en nuestra ciudad y, especialmente, por ser la titular de la Insigne Iglesia Colegial Basílica y Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, nos detengamos unos minutos a reflexionar con base en el hermoso texto que nos propone D. Joaquín Núñez, que toma la iniciativa a partir de dos apoyaturas indiscutibles: el relato de la visitación de Nuestra Señora a Santa Isabel, que transcribo seguidamente y un sermón del Papa 
Benedicto XVI. Adentrémonos en la lectura de estos textos. Cordialmente, recibid un afectuoso saludo de Miguel Mira

Lucas (1, 39-56) es el pasaje del Evangelio según san Lucas que narra la Visitación de María a su prima Isabel y el Magníficat.

1.      La visita de María a Isabel (vv. 39-45)

o    María, tras la Anunciación, se dirige con prontitud a la región montañosa de Judea.

o    Al saludar a Isabel, el niño (Juan Bautista) salta de alegría en su vientre.

o    Isabel, llena del Espíritu Santo, reconoce a María como la “madre de mi Señor” y la proclama bienaventurada por su fe.

2.      El Magníficat (vv. 46-55)

o    María responde con un cántico de alabanza a Dios:

§  Reconoce la grandeza de Dios y su acción en su vida (“mi alma glorifica al Señor…”).

§  Celebra la justicia divina que exalta a los humildes y derriba a los poderosos.

§  Recuerda la fidelidad de Dios a las promesas hechas a Abraham y a su descendencia.

3.      Conclusión (v. 56)

o    María permanece con Isabel unos tres meses y luego regresa a su casa.

            Transcribo el texto que cita en su comentario D. Joaquín Núñez, que copio a continuación: 

            “Creo que la mejor homilía  que podemos hacer en esta  Solemnidad de la Asunción de María a los cielos es un fragmento de la homilía que el Papa Benedicto XVI  pronuncios en la Basílica de San Pedro  el año 2011, creo que es un mensaje lleno de delicada teología  mariana.                     El Evangelio de san Lucas que arriba ppodéis leer, nos muestra esta arca viviente, que es María en movimiento: tras dejar su casa de Nazaret, María se pone en camino hacia la montaña para llegar de prisa a una ciudad de Judá y dirigirse a la casa de Zacarías e Isabel. Me parece importante subrayar la expresión «de prisa»: las cosas de Dios merecen prisa; más aún, las únicas cosas del mundo que merecen prisa son precisamente las de Dios, porque representan la verdadera urgencia para nuestra vida. Entonces, María entra en esta casa de Zacarías e Isabel, pero no entra sola. Entra llevando en su seno al Hijo, que es Dios mismo hecho hombre. Ciertamente, en aquella casa la esperaban a ella y su ayuda, pero el evangelista nos guía a comprender que esta espera remite a otra más profunda. Zacarías, Isabel y el pequeño Juan Bautista son, de hecho, el símbolo de todos los justos de Israel, cuyo corazón, lleno de esperanza, aguarda la venida del Mesías salvador. Y es el Espíritu Santo quien abre los ojos de Isabel para que reconozca en María la verdadera arca de la alianza, la Madre de Dios, que va a visitarla. Así, la anciana pariente la acoge diciéndole «a voz en grito»: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1, 42-43). Y es el Espíritu Santo quien, ante Aquella que lleva al Dios hecho hombre, abre el corazón de Juan Bautista en el seno de Isabel. Isabel exclama: «En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre» (v. 44). Aquí el evangelista san Lucas usa el término «skirtan», es decir, «saltar», el mismo término que encontramos en una de las antiguas traducciones griegas del Antiguo Testamento para describir la danza del rey David ante el arca santa que había vuelto finalmente a la patria (cf. 2 S 6, 16). Juan Bautista en el seno de su madre danza ante el arca de la Alianza, como David; y así reconoce que María es la nueva arca de la alianza, ante la cual el corazón exulta de alegría, la Madre de Dios presente en el mundo, que no guarda para sí esta divina presencia, sino que la ofrece compartiendo la gracia de Dios. Y así —como dice la oración— María es realmente «causa nostrae laetitiae», el «arca» en la que verdaderamente el Salvador está presente entre nosotros.

Queridos hermanos: estamos hablando de María pero, en cierto sentido, también estamos hablando de nosotros, de cada uno de nosotros: también nosotros somos destinatarios del inmenso amor que Dios reservó —ciertamente, de una manera absolutamente única e irrepetible— a María. En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios. Amén.”