Queridos hermanos y hermanas portadores: Después de varios meses de reuniones, comentarios, encuentros y concurso de pareceres, hemos llegado a las puertas de un evento que puede ser importante, dependiendo de nuestra aceptación de los hechos y nuestra disposición a cooperar en la consecueción de unos objetivos dentro del campo de la religiosidad popular, que sobrepasen la mera imagen de una manifestación más o menos espectacular, para hacernos reflexionar sobre cuáles son los bienes espirituales que se derivan de estas representaciones. Si nos quedamos en la mera contemplación de unas esculturas (algunas entrañables y muy queridas para los setabenses) por su antigüedad o mérito artístico, aportadas a la Exposición Diocesana con buenísima voluntad, sin duda, no podremos sino reconocer la variedad de la imaginería de que son depostiarios nuestros pueblos, sus ropajes, sus costumbres... y pare usted de contar. Entonces ¿Para qué, pues, este montaje? Tal vez me esté ganando el calificativo de empecinado iconoclasta; pero -sinceramente- mi concepto de religiosidad popular (el que siempre me enseñaron mis consiliarios) me aboca a ser crítico incluso conmigo mismo; y si bien es cierto que no soy en absoluto contrario a mantener la tradición secular de las manifesaciones de fe en la calle, ante todos, en tanto en cuanto pueden ser un testimonio colectivo de una militancia eclesial activa, me da la impresión de que ya hace muchos años que nos quedamos a medio camino y en un buen porcentaje nos estamos quedando en el empeño de mantener unas tradiciones, en no dejar perder una herencia recibida, pero más bien como tesoro cultural que como ejemplo de penitencia o proclamación de la vigencia de aquellos grandes Misterios que infundan nuestro catolicismo. Decimos que estamos representando la Pasión, Muerte y resurrección del Señor. Pero... ¿sólo eso? ¿representando...? Es cierto que la fe se puede vivir sin necesidad de este tipo de manifestaciones externas; pero ya que estamos empeñados en mantenerlas vigentes -de lo que no reniego, antes al contrario, acepto- tendríamos que detenernos a reflexionar si seríamos capaces de generar una mayor aproximación al fin último de esos actos: testimoniar frente a todos que somos cristianos consecuentes con las ideas que se nos suponen cuando vestimos el sayal de penitentes, y que lo somos no solo cuando nos revestimos para un auto sacramental, sino en cada momento de nuestra vida. Y yo el primero. Tal vez nos fueran mejor las cosas. Tal vez desaparecerían ciertos desencuentros, reticencias, discusiones, intolerancias, incluso rencillas en el ámbito de este nuestro particular mundillo semanasantero, sencillamente intolerables. Repito: es mi opinión personal. Ahí queda, por si de algo sirve. Miguel Mira Manzanaro.
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