dimecres, 15 d’abril del 2020

EMAÚS

Miércoles de la Octava de Pascua.
La liturgia de hoy nos regala un pasaje del Evangelio de Lucas, que siempre me ha emocionado: el de los discípulos de Emaús. El asombro de aquellos hombres que pensaban de Jesús les iba a quitar de encima el yugo de los opresores romanos e instaurar el nuevo Reino; es decir, de aquellos sencillos pescadores, hombres de pueblo que fueron seducidos por las palabras del Maestro, pero que no habían entendido nada; que desertaron en el Huerto de los Olivos, que se juntaban en una casa con las puertas cerradas porque tenían miedo, al amparo, eso sí, de María, la Madre, que nunca les dejó. Aquellos que no reaccionaron hasta la sacudida impactante del Espíritu Santo Paráclito… Y estos dos que se volvían a casa decepcionados contándose las cuitas de los últimos días, y, sin duda, pensando qué iban a hacer a partir de entonces, porque lo delas mujeres, eso que se decía sobre la resurrección ¡Cómo iban a creérselo! Una mujer, ya ves, cuando su palabra en aquella sociedad hebrea no tenía más valor que el rebuzno de un asno… Y, como acostumbra, Jesús sale al encuentro…, y no le reconocen… Pero, sin embargo, les ardía el corazón cuando les explicaba las escrituras y les hacía ver su torpeza, su “necedad” (si tomamos al pie de la letra lo que dice Lucas). Tal remoción estaba sufriendo su espíritu que me imagino cómo fue su reacción cuando aquellos dos pensaban que aquel hombre que les hablaba con tanto cariño e interés pasaba de largo… ¡No, ni hablar…! ¡Quédate con nosotros, que anochece! No querían para ellos la noche; querían la luz que aquel transeúnte emanaba sobre sus embotadas conciencias. Señor, queremos creer, paro ¿cómo puede ser lo que nos cuentan? No creo que pintor alguno pueda plasmar en un cuadro las caras de Cleofás y del otro discípulo cuando el caminante tomó pan, lo bendijo y se lo dio… El asombro fue indescriptible. Le conocieron al partir el pan… Y salieron corriendo a anunciar al resto del grupo que era verdad, Cristo había resucitado.
Pienso cuántas veces Cristo camina a nuestro lado y no nos enteraos de la película. Pienso en su cercanía que ciertamente algunas veces echamos en falta pero no alanzamos a saber por qué. Pienso, no obstante, que más de una vez le hemos dicho: quédate conmigo, que anochece, que lo veo todo negro, que no veo la salida a mi problema, como si alguna vez Él nos hubiera dejado tirados… Me pregunto si cuando nos damos cuenta de su presencia ante el pan que parte ante nuestros ojos somos capaces de salir corriendo para hacer saber urbi et orbi que ¡¡Cristo ha resucitado!! Y veo que muchas veces, permanecemos en el sepulcro y no pasamos del Viernes Santo. Y le pido a aquel caminante de Emaús que no se canse, que siga en mi compañía, que siga explicándome las profecías, que no deje que anochezca en mi interior, que siga dándome de ese pan único y partido a fin de que jamás se borre su imagen de mi alma; y que sea capaz de transmitir siempre a los demás que Cristo está con nosotros, que permanecerá hasta el final de los tiempos; pero si Él cuanta con nosotros, nosotros debemos contar con Él. Saludos, M. Mira