dimarts, 7 d’abril del 2020

SIETE DE ABRIL


UN SALUDO EMOCIONADO

            Hoy, Martes Santo, mi intención era publicar unos recuerdos dedicados a la Hermandad de la Santa Cena, que anoche, en circunstancias normales hubiera celebrado su procesión de traslado, siendo clavario mi amigo Vicente Victoria; pero, aun no renunciando a ello, estas notas las insertaré de este primer escrito titulado “El Obispo de Buenos Aires”.
            ¿Por qué va a ser así? Porque se trata de una felicitación que al cumplir mis primeros ochenta y un años me ha enviado mi también amigo Francisco José Perales Ferre; me ha impactado y emocionado su contenido y le debo manifestar mi sincero y afectuoso agrade cimiento.
Dice así:
El Obispo de Buenos Aires.
            Al Còr de la Generalitat y a la Orquestra de València (antes Orquesta Municipal de Valencia) nos correspondió participar en la parte musical de la Misa de clausura   del Encuentro de las Familias celebrado en Valencia en Julio del año 2006. Aún recuerdo la reunión con el maestro israelí Yaron Traub, entonces  director titular de la orquesta, en la que me pidió  ayuda, desesperado,  porque no sabía qué hacer. Solamente le habían pedido que tocara un “Ave María” que iba a componer para la ocasión José María Cano, amigo personal del Presidente Camps, y que iba a cantar Montserrat Caballé. Tranquilicé al maestro e hicimos la selección musical tomando como base  la “Misa de la Coronación” de Mozart y añadiendo otras piezas, entre las que recuerdo el “Ave Verum” y el “Aleluya” del “Mesías” de Haendel.  Yaron, más tranquilo, me hizo una petición antes de despedirnos: “Paco, ¿estarás cerca de mí durante la misa para decirme cuando tengo que empezar cada pieza? Recuerda que no soy católico”. “No te preocupes maestro, le respondí, yo te ayudaré”.
            Unas semanas más tarde, ya cerca de la celebración, hicimos los ensayos conjuntos. El coro y la orquesta estaban muy bien  preparados. La víspera de la Misa tuvimos  un ensayo general horroroso en el mismo escenario donde iba a tener lugar la misa: calor sofocante, músicos y cantantes del coro, vestidos de concierto, quejándose por todo; turnos de maquillaje mal organizados, interminables pruebas  de TV y de sonido con mucha incompetencia; mucha gente dando órdenes a gritos sin ningún respeto por la música y los músicos. Al final, hicimos nuestro trabajo, pasamos toda la música sin detenernos, de un tirón, como en un ensayo general normal, y nos fuimos a casa después de sufrir aquella guerra de órdenes y contraórdenes, con los nervios de los organizadores a flor de piel.
Llegado el día, a petición mía, al maestro Traub y a mí nos colocaron sendos asientos para durante la Misa  justo detrás de los violines primeros y delante mismo de un buen grupo de cardenales  y obispos entre los que reconocí a Don Carlos Amigo, entonces Cardenal Arzobispo de Sevilla. La orquesta y el coro estaban situados a la izquierda del altar a escasos quince o veinte metros del Papa Benedicto XVI. Los prelados situados al final de la primera fila estaban pegados al  grupo de sopranos y tenores y a los violines segundos. Puede percatarme de que ¡estaban encantados disfrutando de la música como si ellos mismos formaran parte del coro y la orquesta!. Yo había leído que el Papa tenía a Mozart por su compositor predilecto y por eso sugerí al maestro Traub la Misa de la Coronación. Recuerdo que nada más finalizar el Gloria, el Papa se giró ligeramente hacia todos nosotros  y esbozó una leve sonrisa de complicidad  que no pasó desapercibida para músicos ni cantantes. El maestro Traub no se dio cuenta porque estaba bajando de la tarima para tomar asiento a mi lado,  pero, una vez sentado, le di ligeramente con el codo y le dije, en voz baja, “Yaron, esto va bien”.
Una vez terminada la Misa, uno de los cardenales se acercó a mí y me preguntó muy amablemente, en castellano, de dónde eran el coro y la orquesta. Le respondí que éramos de Valencia, y conversamos unos minutos. Me preguntó por el director y le contesté que era el maestro titular de la orquesta y que era israelí. También se interesó por el coro y, cuando le informe de que yo era su director, me dijo: “Tengo un regalo para usted y para el director de la orquesta. ¿Se lo podría entregar? Es un rosario para cada uno de ustedes” y, a continuación, me entregó dos pequeños estuches que llevaban impreso el escudo del Papa Benedicto,   que había sacado de una cartera de mano. Después de darle las gracias le pregunté: Monseñor ¿vive  usted en el Vaticano? “No, vengo de Argentina; soy el obispo de Buenos Aires, ¿Ha estado usted alguna vez allí?” me preguntó.  “No, nunca”, respondí y recuerdo perfectamente que me dijo: “Aquello es muy lindo. Dios les bendiga.”. Le di las gracias, nos dimos la mano y nos despedimos.
Recuerdo que  regresé a Xàtiva muy tarde, en tren, porque era imposible llegar a Valencia en coche y RENFE había dispuesto trenes especiales durante la noche, como en Fallas. En la estación del Norte me encontré  con Julio Bellver, Miguel Esparza, Paco García y sus respectivas esposas, que también habían estado en la misa. Al llegar a casa, mis padres estaban durmiendo. A la mañana siguiente,  les conté cómo había ido la misa, que ellos habían visto por televisión,  y les enseñé el rosario que me había regalado el Obispo de Buenos Aires. Mi padre pensaba que el escudo era el del obispo, pero yo le dije que era el del Papa Benedicto. “¿ Y cómo se llama ese obispo?” recuerdo que me preguntó mi padre;  “pues no lo sé”, respondí.
Un poco más tarde lo busqué en internet y le dije a mi padre: “Se llama Jorge Mario Bergoglio. Muy amable, cercano y muy simpático”. Mi padre sentía gran afecto por el arzobispo de Sevilla y por eso intenté saludarlo pero, al contrario que el obispo de Buenos Aires, me pareció algo distante y opte por no decirle nada.
El nombre del obispo de Buenos Aires y su simpatía se quedaron grabados en mi mente. Imagínate, Miguel, mi sorpresa cuando el Cardenal protodiácono y camarlengo Jean-Louis Tauran anunció el nombre del nuevo Papa ¡Pero si es el Obispo de Buenos Aires…! Rápidamente fui a buscar el rosario con la alegría de saber que aquel  obispo, él único de todos los que había allí que vino a interesarse por el coro y la orquesta, era el nuevo Papa y que ese rosario había pasado con sensible afecto de sus manos a las mías en ocasión tan singular…





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LUNES SANTO 2020

            Tradicionalmente, es el día de la Santa Cena, es decir, cuando su Hermandad sale a la calle y recorre parte del arrabal, o sea, la antigua judería, y parte de la Xàtiva que se contiene en los lindes de la Parroquia de Nuestra Señora de la Merced. La imagen de la Santa Cena, con su simpático y fiel perrito a los pies de la mesa, no siempre ha recorrido el mismo itinerario. Cuando fue adquirida bajo el mecenazgo de las Señoras del Palasiet, llegaba por la calle de Moncada hasta la esquina del entonces Banco Hispano Americano y Fuente del León, para pasar cerca de las instalaciones de la empresa “Selgas” de la que aquellas señoras eran principales accionistas. Llegó un momento en que, fallecidas las citadas bienhechoras y su administrador en Xàtiva, la Hermandad tuvo serios problemas para mover el sistema tractor y sus directivos (yo presencié la conversación)  buscaron amparo ante uno de los directores de la empresa, en busca de ayuda, naturalmente, sin obtener satisfacción. Decepcionados, no tuvieron más remedio que sacar fuerzas de flaqueza e ingeniárselas para conseguir su objetivo. Lo consiguieron con tenacidad, mucha lotería, y la colaboración de otro industrial de la ciudad. Pero la Santa Cena ya no volvió a pasar más por delante de “Selgas” en su procesión de “traslado” del Lunes Santo.
            A petición de la directiva, cuando en la iglesia de Los Santos Juanes, su sede, hubo de realizar obras de envergadura en su techumbre (llovía más dentro que fuera del templo) y la imagen debía ser guardada en otro lugar. Teniendo en cuenta que por nuestra parte habíamos tenido depositada en la casa-palacio de la familia De Diego, les aconsejé que hablaran con la recordada Da. Francisca Martínez  de Diego,  su dueña y, como era de esperar, no puso ningún inconveniente. Al igual que tuvieron en aquel otro momento cabida el Nazareno y la Borriquilla, se le asignó un espacio en el amplio patio de entrada, junto al jardín, y allí fue depositada la Santa Cena durante el tiempo que duraron las obras.
            Saqué un montón de fotografías y desde mi cámara las pasé a un CD y hubiera querido publicar algunas; pero aun     que conservo el disco, mi ordenador dice que no lo reconoce, y me resulta imposible publicar ese reportaje. Lo siento.
            Quiero darle la enhorabuena a Vicente, aunque sea virtualmente. Dios dirá al año que viene; pero lo que importa es alejar al bicho maldito de nuestras vidas y reanudar la vida normal. Seguiremos confiando en la misericordia de Jesús y seguiremos rezando durante cada día por nosotros y por cuantos necesitan de nuestra oración. Hoy en concreto, recordando, como haremos el Jueves Santo, la cantidad de mensajes que contiene este pasaje evangélico y, en particular, la institución de la eucaristía.
  Aunque sea anecdótico, el pan del que comieron los discípulos viene representado en esta imagen emblemática de la parroquia de los Santos Juanes por los “panquemaos” que aparecen colocados en cada uno de los platos que tienen delante, que eran sufragados por una señora ya fallecida: Da. Carmen Conejero, q.e.p.d., tan gratamente recordada desde la Hermandad de Portadores de Jesús Nazareno, y cuya tradición va a seguir manteniendo su hija Amparo, también nazarena, como toda la familia. Con el amor con que nos consta que se hace tal obsequio, queremos corresponder desde aquí a la comunión que debe haber entre las hermandades y cofradías de la Semana Santa, como nos requirió el Obispo Auxiliar de Valencia, D. Arturo Ros, en la Misa del encuentro interdiocesano.
            Todos estamos confinados, incluso nuestras imágenes. Tenemos todo un año para tratar de progresar en nuestra vida de fe y dar testimonio de ella a tiempo y a destiempo.
            Cordialmente, como decíamos los cursillistas de cristiandad: ¡Cristo y yo, mayoría absoluta!  Imaginaos todos juntos…
           
            Vuestro, Miguel Mira