dimecres, 12 de febrer del 2025

NUESTRAS MANOS

 Esta semana se nos ha hablado por el movimiento eclesial “Manos Unidas” del programa de ayudas a un extenso –más de lo que sería de desear- número de núcleos de personas y países que, a estas alturas, sufren todavía del subdesarrollo y del hambre en el amplio sentido de la palabra; y se nos pide generosidad. Esto me ha recordado que ya hace bastante tiempo traje a este blog un relato que muestra, como en una parábola muy sencilla e inteligible, preciosa, qué es la generosidad, no solo económicamente hablando, sí que también respecto a nuestra donación personal, íntimamente comparable a la actitud de aquel grupo de pescadores del que nos hablaba San Lucas este pasado domingo: “Y dejándolo todo, le siguieron”. Dicho lo cual, copio el referido texto literario, porque pienso que merece la pena: 

    “Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos; como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey de reyes. Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo. La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. Y de pronto, tú me tendiste tu diestra diciéndome: «¿Puedes darme alguna cosa?». ¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di. Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para dárteme todo!” 

    Rabindranath Tagore, su autor, no era cristiano; pero el ejemplo perteneciente a su obra “Ofrenda Lírica”, pienso que es convergente con nuestra reflexión, ¿O es que no coincide de vez en cuando con nuestra forma de obrar? 

    Me atrevo a sugerir que elevemos nuestros ojos hacia el Padre y clamemos por nuestra propia coherencia, por ser consecuentes con nuestra fe, y que podamos mostrar que nuestras manos no están vacías o solo disponen de un granito de trigo como las de aquel mendigo de Tagore. 

    ¿Qué les parece rezar esta oración?: 

Que seamos, Señor, manos unidas en oración y en don. Unidas a tus Manos en las Manos del Padre, unidas a las alas fecundas del Espíritu, unidas a las manos de los Pobres. Manos del Evangelio, sembradores de Vida, lámparas de Esperanza, vuelos de Paz. Unidas a tus Manos solidarias, partiendo el Pan con todos. Unidas a tus Manos traspasadas en las cruces del Mundo. Unidas a tus Manos ya gloriosas de Pascua. Manos abiertas, sin fronteras, hasta donde haya manos. Capaces de estrechar el Mundo entero, fieles al Reino. Tensas en la pasión por la Justicia, tiernas en el Amor. Manos que dan lo que reciben, en la gratitud multiplicada. 

*** 

    Esta oración es la que se leyó el domingo después de la comunión. Si la hacemos nuestra, el buen Dios, sin duda, sonriendo, no nos negará su ayuda, porque Él la prodiga a manos llenas. Cordialmente, M. Mira