dijous, 27 de febrer del 2025

POR SUS OBRAS...

 

            No podemos faltar a la cita con la colaboración de D. Joaquín Núñez, que siempre nos brinda su autorizada reflexión sobre la Palabra de Dios. Haciendo camino, vamos ya por el VIII domingo del tiempo ordinario, y seguimos leyendo a San Lucas, hoy en el capítulo 6, versículos 39 a 45.

 

            Dice así:

 

            Les dijo también una parábola: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?

 La parábola de los ciegos - Pieter Bruegel - Historia Arte (HA!)

            El discípulo no es superior a su maestro; pero todo el que sea perfeccionado será como su maestro

            ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano, y no adviertes la viga que está en tu propio ojo?

            ¿Cómo puedes decir a tu hermano: "Hermano, deja que saque la paja que está en tu ojo", no viendo tú mismo la viga que está en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad para sacar la paja del ojo de tu hermano.

            No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno.

            Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se recogen higos de los espinos, ni se vendimian uvas de la zarza.

            El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón, saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro, saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca.”

Comentario

 

     El Señor hoy nos habla de ceguera, pero creo que no se refiere  sólo la ceguera, pues también parece que estamos mudos, sordos, cojos y aquello que el profeta Isaías  (35:5) anuncia de Jesús: “Entonces los ojos de los ciegos se abrirán, y los oídos de los sordos también (35:6),  entonces el cojo saltará como el ciervo”.

     Este Evangelio nos pone ante la realidad de la Iglesia en la que estamos viviendo. A nadie se le oculta que nuestros templos se vacían, que practicamos una religión de normas, de devociones, de abandono de los sacramentos por ignorancia, por ceguera, que nos deja mudos para anunciar a Jesús al que presentamos en las imágenes que mueven nuestros sentimientos.

     Jesús nos habla de un discipulado para descubrir quién es Él, para poder anunciar quién es. Sin embargo, nos quedamos mudos. No hemos terminado el aprendizaje, no lo conocemos. Por tanto, dberíamos preguntarnos ¿Que trato tenemos con Él?.

       No sabemos orar porque la Iglesia no nos lo enseña, no somos insistentes en enseñaros a orar, ni tan siquiera qué es eso de orar: “Un diálogo entre Dios y nosotros, en el cual el ser humano se beneficia recibiendo el Amor del Padre por la comunión con Jesucristo a través del Espíritu Santo”.

       Seremos religiosos, chismosos, que nos erigimos en jueces de los demás, en maestros ignorantes que examinan a los otros buscando pecados inexistentes como hacían los fariseos. !Hipócrita! nos dice el Señor: reconoce tus debilidades, así comprenderás a tu hermano y le ayudarás a quitarle amorosamente la mota de su ojo.

          Por sus frutos los conoceréis. El que aprende de la bondad de Jesús, es decir, el que rebosa de su misma bondad aprendida en el trato personal con Él, nunca dirá: “el Señor me ha dicho”, lo que equivaldría a  una blasfemia equivalente a “mi egoísmo o mi capricho me ha dicho…”.

       Una vez una penitente que no sabía qué decir se acusó de que no hacía oración porque tenía mucho trabajo: la lavadora, la cocina y no sé cuántas cosas más. Con mucho cariño le dije: ¿Nadie le ha dicho que el Señor quiere que le cuente a Él que sus críos le ponen la ropa muy sucia o que hace la comida que les gusta? Todo eso es oración si lo comparte con el Señor. Verá qué alegría tiene de poner al Señor a su lado. De repente, vinieron un señor y unos niños a confesarse, porque su esposa y madre,  respeectivamente, los envió y supongo que les diría: ahí hay un cura que no muerde. Por lo visto, comprendieron cómo podían orar.

            Feliz domingo, el Señor está a la puerta y espera que le abráis para cenar y hablar de vuestras cosas.

           Joaquín Núñez Morant

***

            Tras sus primeras y motivadoras reflexiones, reconduce D. Joaquín su comentario, en los últimos párrafos, hacia el imprescindible tema de la oración, poniendo énfasis al recordarnos la cercanía del Señor en nuestro día a día, en la  sencillez de lo cotidiano, desde cuya naturalidad puede cada uno hablarle confiadamente al Señor, con tan solo rectificar la intención y ofrecer a Dios aquello que normalmente  estamos haciendo. Esto me recuerda la conocida expresión de Santa Teresa de Jesús en el libro de Las Fundaciones: "También entre los pucheros anda el Señor".

  

 Pero me pregunto al respecto si, como barrunta el páter más bien parece que muchos nos estamos quedando sordomudos…

Así comienza 'También entre los pucheros anda el Señor ...

            Pero hay ya otra hermosa consideración que aparece en la despedida, cuando dice: “…el Señor está a la puerta y espera que le abráis para cenar y hablar de vuestras cosas”, recordando aquello del  Apocalipsis (3:20): "He aquí que yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo."

Jesús a la puerta (Jesús llama a la puerta) 

            Esta preciosa invitación nos llega clara y diáfana, pero tal vez nos ocurre como le ocurría a Lope de Vega y lo confiesa en el conocido soneto que transcribo:

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras

pues no te abría! ¡Qué extraño desvarío

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el Ángel me decía:

«Alma, asómate agora a la ventana,

verás con cuánto amor llamar porfía!»

¡Y cuántas, hermosura soberana,

«Mañana le abriremos», respondía,

para lo mismo responder mañana!

***

            Buen finde. Saludos cordiales, Miguel Mira