dimarts, 11 d’abril del 2017

TOMAD Y BEBED...

LA SANTA CENA

Ayer, Lunes Santo, como es costumbre, la Hermandad de la Santa Cena celebró su procesión de penitencia, que el pasado ejercicio hubo que suspender a causa de la lluvia. Si han leído ustedes comentarios anteriores, no estoy poniendo énfasis en relatar procesiones; pero en esta ocasión sí que quiero, respecto a la de anoche, insertar aquí un breve comentario. En cuanto a la participación, quizás podríamos destacar la presencia de más cofrades que en otras ocasiones; pero es mi interés poner la atención en otro hecho que me llamó la atención con singular sorpresa. Como saben, hace unos meses la Parroquia de los Santos Juanes recibió de manos del Cardenal Cañizares, en un acto celebrado en la Catedral Metropolitana, una réplica del Santo Cáliz de la Cena; este cáliz había sido pedido mucho antes por la Hermandad de la Santa Cena, radicada en la Parroquia, con motivo de la conmemoración del quincuagésimo aniversario de su refundación, pero no llegó hasta –como digo- el pasado año. Puedo asegurarles que si a alguien he visto agradecido, satisfecho y feliz con el presente recibido, no es otro que el cura párroco, D. Raul Jiménez, quien desde el primer momento ha demostrado un extremado gozo devocional por el detalle de poder tener en sus manos esa réplica de tan admirada y venerada reliquia. Y que su aprecio es tal, todavía quedó rubricado, más si cabe, anoche. Verán: me sorprendió ver a un puñado de niños y jóvenes del movimiento Junior, que rodeaban un pequeño artilugio iluminado, sobre el que descansaba una urna transparente, dispuesto como para sacarlo a la calle; y, efectivamente, así fue. Me acerqué entonces y comprobé que esa urna contenía aquella reproducción del Santo Cáliz, que se integró en el desfile penitencial, como dándole un sentido más real, más significativo a la representación plástica del último acto de Jesús junto a sus apóstoles, de aquél sublime acto de amor en el que decidió quedarse para siempre entre nosotros. Les prometo que este sencillo gesto quedó grabado en mis delicadas retinas hasta la emoción, por ver aquellos chavales a cargo de exhibir gozosamente un símbolo de tan gran significación para los católicos, precediendo al paso que se procesionaba. La religiosidad se superpuso a lo estéticamente correcto y nos recordó por qué estábamos allí. Nos reafirmó en la convicción de que, siendo importante mantener vivas nuestras costumbres, nuestra verdadera riqueza se adquiere cuando nos sentimos partícipes, en este caso, de aquel Jueves Santo.
Vuestro, Miguel Mira