RESURREXIT!!
Por Antonio Verdeguer Sancho
A diferencia de los días previos que amanecían despejados y luego iban empeorando conforme avanzaban las horas, el Domingo de Resurrección despertó desde un principio gris y desapacible, con lluvias intermitentes, que ya presagiaban lo que a las diez y pocos minutos de la mañana anunciaba Don Pascual Llopis, párroco de Nuestra Señora del Carmen, a través de la megafonía: la Procesión del Encuentro de Cristo Resucitado y María Inmaculada no iba a salir a la calle, sino que la celebración tendría lugar en el interior del templo, a las diez y media. Hasta entonces fue llegando la gente poco a poco, si bien el templo no llegó a llenarse del todo. Está claro que no es lo mismo el desarrollo de un acto procesional en la calle que dentro de la iglesia, pero no apreciamos la misma expectación que el año pasado, esperemos que con motivo de la lluvia y no por haber pasado la novedad. A los representanes de la Hermandad de Cofradías se les asignaron los bancos centrales, donde afortunadamente, por fin, no se observó orden de colocación, lo cual es de agradecer después de las repetidas confusiones y en algunos casos absurdas tensiones generadas en la presidencia de cada procesión a la hora de situarse en el orden protocolariamente correcto. A las diez y media en punto empezó a desfilar un pequeño grupo de tambores de la "La Dolorosa", que entró por la puerta principal y subió hasta el coro. Acto seguido, entraron por la puerta de los escalones dos de los pendones recién confeccionados, que abrían paso a la imagen de la Virgen, portada a hombros por mujeres. La imagen del Cristo Resucitado, que ya se encontraba dentro del templo, junto al altar, precedida también de sus nuevas banderas, fue conducida sobre un carro al encuentro con su madre y, al quedar frente a frente en el centro de la Iglesia y según anunciaban los tambores, la imagen de Nuestra Señora fue inclinada reverencialmente tres veces frente a la de Cristo Resucitado y sonaron durante algunos minutos las campanitas, que previamente habían sido repartidas a los representantes de la Hermandad de Cofradías. Mientras, se entonó el cántico "Resucitó, resucitó, Aleluya ..." Ubicadas después las imágenes a ambos lados del altar, finalizó esta celebración para comenzar la eucaristía.
A la salida del templo parroquial, los representantes de la Hermandad de Cofradías asistentes al acto fueron fotografiados en grupo, como testimonio gráfico del cierre de la Semana Santa de este año, un dos mil once que, especialmente nuestra Hermandad de Portadores y Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, recordarán con tristeza, pues ni los más viejos del lugar guardan memoria de ninguna Semana Santa en la que nuestra imagen titular no salga a la calle ni en la procesión de penitencia ni en la general del Santo Entierro, salvo -es sobradamente sabido- en los años de la Guerra Civil y, después, a partir de su reposición. Dos mil diez nos permitió cumplir integramente el programa tradicional; pero dos mil once nos privó de ello. No obstante, cofrades y devotos podrán ver a Jesús Nazareno sobre sus andas en la Colegiata-Basílica hasta el día siete de Mayo, en que está previsto devolverla a su camarín.
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Reflexión
No pudieron las palomas volar al cielo tras aletear alegres sobre la Virgen; ni sonaron los cientos de campanillas tintineando la gloria del Resucitado; ni se oyeron los cánticos de victoria al constatar que Jesús había vencido la muerte, que el Señor es un Dios de vivos y no de muertos. No se oyeron este año en las calles próximas a la Iglesia del Carmen, pero habían sonado en la noche en cada parroquia, en cada templo; y lo que es más imporante, en nuestro corazón, porque el ángel del Señor nos anunció que Jesús ya no estaba en la tumba: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? (Lucas, 24, 6) ¡Cristo ha resucitado!. Reiteradamente se repiten en los relatos de la pasión aquellas palabras que Juan Pablo II gustaba de recalcar una y otra vez: ¡No tengáis miedo! Y las mujeres, que fueron las primeras en acudir a la tumba de Jesús, sin miedo, corrieron a nunciar a los discípulos la buena nueva; y, después, los discíplos, sin miedo y a riesgo de su vida, la extendieron como el Señor les había mandado... ¿Y nosotros? Parece que no nos importa dar testimonio de la fe que decimos profesar con un cirio en la mano y a cara descubierta. Pero ¿es sincera, totalmente sincera esa actitud u obedece a la tradición, a la costumbre heredada, al deseo de mantener unas costumbres o un hecho cultural? Pensemos que nuestra actitud es sincera. Y aun así ¿que hacemos en el día a día? ¿Somos consecuentes con nuestra fe?
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